Harry Potter habla chino
A pesar de que una tiene ya suficiente biografía pública como para resultar obvias algunas posiciones, me temo que no es superfluo recordar evidencias. Por supuesto que estoy a favor de que mi hijo Noé, de nueve años, objeto de deseo voraz para las Warners del mundo, pueda ver la película estrella en su propio idioma. No sólo estoy de acuerdo, sino que me parece exigible, lógico, necesario. Una, que va de madre de escuela activa, pero luego sucumbe a la única maternidad posible, la de mimar al hijo adecuadamente, ya quisiera, ya, que el niño fuera menos vulnerable a las presiones de la única patria verdadera, la americana de nuestros amores, pero 'lo que es, es', como dice la colega Rosario. Y es, es, que el niño ya me está dando la lata con el susodicho personaje de la susodicha película.
A verla, pues, y en catalán, que sería lo normal en este planeta llamado Cataluña. Pero como a lo catalán le da por ser marciano, de golpe encuentro mi plácida maternidad atizada por huestes épicas que la convierten en una revisión posmoderna del desperta ferro almogávar. Y como toda maternidad comporta consecuencias filiales, ahí está el chaval de nueve años a punto de convertirse en luchador de la causa, él que sólo era un pequeñoburgués de vida regalada.
¿Qué narices -por no decir, ¡qué coño!- ha pasado en este país para llegar, más de dos décadas después de la restitución democrática, a una situación tan esperpéntica? A pesar de la aversión profunda que me produce la manipulación de la niñez, puedo llegar a entender que también los niños sean ejércitos de libertad en las dictaduras del miedo. Pero me niego en redondo a utilizarlos como escudos de nuestra incompetencia y depósito de nuestras neuras en época democrática. En este sentido, la declaración pública de principios, trascendental y solemne, que hizo el convergente Marc Puig, bandera en ristre -'la Warner ha perdido cuatro espectadores, yo y mis tres hijos'-, me parece una solemne sandez. O sea, mi querido Marc, que van a ser tus pobres hijos los que paguen el pato de la incapacidad, el fracaso y la improvisación del partido que gobierna desde hace mil años -que si Cataluña té mil anys, ellos ya estaban en nuestra torturada tierra-. Partido, por cierto, que es el tuyo...
Ya no sólo se trata de vivir del cuento del ogro español, tan fino aliado, sin embargo, de los intereses de algunos, sino que es el mismísimo imperio americano el que está empeñado en que Cataluña no triunfe. ¡Qué coartada tan magnífica para la pequeña alma del catalanito de a pie, incapaz de reaccionar ante las miserias cotidianas, qué coartada de golpe esa bandera levantada contra enemigos lejanos, tan fuera de alcance, tan etéreos, tan tanto, que resultan una cómoda nada! Un momento estelar de boicoteo a la Warner, y toda la frustración y la mediocridad de nuestras pobres vidas de catalanitos de bien quedan sublimadas, como si un día al año de épica surrealista fuera nuestra dosis gratuita de psiquiatría.
Mientras tanto, los sufridos pobres bajitos, babeando Harry Potter y quedándose con las ganas... que por eso sus padres son salvadores de la patria.
Lo peor de todo es que a estas alturas nadie puede tener la desfachatez de culpar al exterior de la incapacidad interior por construir una normalidad decente, arregladita, presentable. Lo peor es que la Cataluña auténtica se indigna contra la Warner y en cambio soporta encantada ese agujero negro -nada crea, todo lo devora- que es la magnífica política cultural de su gobierno. No tenemos papel ni lápiz en la industria audiovisual, hemos perdido nuestra pionera industria de doblaje, no existimos en la industria cinematográfica, tenemos una nula política de presencia exterior -más allá de pasear empresarios amigos-, perdemos liderazgo en el mundo editorial, hemos perdido fuerza en prestigio literario, no todo es alegría en la aislada alegría teatral, la danza sobrevive como puede, y como puede agoniza la música, pero no pasa nada; lo único que pasa es que una multinacional que no sabe ni situar Europa en el mapa ha tenido la incorrección de no saber que el rey Pujol, el reino catalán y su milenaria lengua merecían respeto. ¿Y cómo consigue respeto, me pregunto, quien no se trabaja el respeto? ¿Llevamos 22 años de planificación en política cinematográfica, o 22 de ir improvisando?
Así que algunos, más que boicotear a la Warner y confundir la propia infancia con la caricatura de Roger de Llúria, épica barata incluida, más que boicotear, decía, mejor harían boicoteándose a sí mismos.
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