La riqueza del caos del Caribe
Los autores antillanos Édouard Glissant, Antonio Benítez Rojo y Caryl Phillips presentan sus novelas en Madrid.
Las voces del Caribe se han oído estos días alto y claro en la Casa de América. En español, inglés, francés y holandés, pero siempre con el cálido acento de las Antillas. Un acento poético y mestizo que revela la riqueza del caos y la enérgica creatividad de esa zona que el veterano intelectual de Martinica Édouard Glissant reivindicó ayer como 'la última utopía'.
Tres autores (Glissant, el cubano Antonio Benítez Rojo y Caryl Phillips, de Saint Kiss) presentaron ayer sendos libros que a primera vista tienen poco que ver. Sólo a primera vista. El poeta, filósofo, novelista y dramaturgo Glissant (1928), uno de los más grandes y polémicos pensadores en lengua francesa y teórico de la criollización, trajo su vieja e innovadora novela El lagarto (1958), que acaba de publicar en español Ediciones del Bronce.
Adalid del mestizaje de géneros literarios tanto como del de personas, la obra de Glissant sistematiza el no-sistema que es el Caribe, 'un archipiélago balcanizado en el que no hay principios', y teoriza sobre su 'poética del caos', inspirada en la relación con el otro, en el 'enlace', y en lo imprevisible. Glissant cree que el tiempo le ha ido dando la razón: 'El mundo ha demostrado ser tan imprevisible como el caos. Ya no podemos pensar en planes quinquenales. Ni siquiera mensuales'.
Tampoco Estados Unidos, la gran potencia: 'La gran potencia es frágil, ya se ha visto. Su influencia es sólo relativa. Es un país multicultural en el que las etnias no se mezclan. El melting-pot es una gran mentira. Sucederá, pero todavía no existe'.
Según Glissant, Brasil es más influyente en el Caribe que Estados Unidos. Y el modelo autónomo que construye la criollización es el de la vieja plantación, con su mezcla imparable. 'La tradición de la criollización se extiende sin un sistema político o económico definido por un gran círculo que comprende la enorme diversidad de Brasil, sur de México, Venezuela, Colombia, Luisiana, Nueva Orleans y las islas'.
Un territorio gigantesco, bullicioso y abierto, donde estalla 'la espuma de la vida' y donde, según Glissant, 'hay racismo individual, pero no son imaginables la purificación étnica ni las matanzas raciales'. Allí es donde puede cristalizar la resistencia contra los efectos malignos de la mundialización, 'una revolución de las mentalidades'.
El antecedente a esa máxima es lo que puso en práctica Enriqueta Faber, la alucinante y audaz heroína del siglo XIX sobre cuya vida fabula el novelista y cuentista cubano Antonio Benítez Rojo en su novelón de 600 páginas Mujer en traje de batalla (Alfaguara).
Nacida en Suiza como Henriette, huérfana precoz criada en un castillo, Faber fue soldado en la campaña rusa de Napoleón (se alistó como hombre por el amor de un húsar), fundó un circo ambulante y estudió medicina en París. Para poder ejercer, se convirtió en el cubano Enrique Fuenmayor, antes de casarse con una mujer en Cuba, con la que vivió tres años.
Faber, gran desconocida 'incluso para las feministas más especializadas', como dijo ayer Benítez, recorrió medio mundo y asistió a las primeras guerras contra la esclavitud. 'Fue testigo de un mundo de violencia que desembocó en la guerra cubana de independencia. Una guerra que ganaron los negros, aunque la historia oficial nunca lo dijo'.
Cuba, dijo el exiliado Benítez, sigue siendo hoy día una plantación. Su joven colega anglófono Caryl Phillips demuestra en El sonido del Atlántico (Alianza) hasta qué punto 'las raíces robadas y la sensación de pérdida de hogar' influye en los creadores del Caribe. Su viaje por Liverpool, África, Charleston (EEUU) e Israel traza el gran mapa del comercio de esclavos y aumenta el gran círculo del Caribe hasta confines muy lejanos. ¿Alguien se atreve a dudar de que las voces del Caribe se oyen ya en todas partes?
Babelia
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