_
_
_
_
_
Crítica:POESÍA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El viento del invierno

Sólo con leer la correspondencia y otros testimonios biográficos contenidos en este volumen, nos damos cuenta de que William Blake (1757-1827) fue un artista asediado por una especie de fatal infortunio que le puso contra las cuerdas constantes de la adversidad (pobreza, contratiempos de todo tipo y, sobre todo, la conciencia de saberse relegado). Sin embargo, ninguno de esos achaques restó un ápice a su inmensa capacidad creativa ni a su resuelta determinación de ser quien tenía que ser -como poeta, como pintor, como impresor- e incluso se puede decir que fue capaz de crear una sólida barrera entre los ámbitos de la necesidad material -espúreos- y los de la creatividad poética (verdaderos y causa de enormes compensaciones espirituales de las que no se cansa de hablar en sus cartas a sus mejores amigos y benefactores). La pureza que este hombre arrastraba consigo, su indomable soberanía artística, salen a relucir en estos testimonios citados en los que también sobresalen su imbatible resolución de no ceder un ápice a lo que él llama el frío museo de la moda además de su capacidad reflexiva sobre los fundamentos generativos de sus obras -plásticas, literarias-. El ojo es el fundamento primero de la creatividad -vemos según somos- y, una vez abiertas las puertas a la sensación, la imaginación así fecundada pone en funcionamiento la capacidad de crear monumentos artísticos que son, en definitiva, testimonios de las percepciones espirituales de un hombre. He aquí, resumido, el credo con que Blake afrontó el Arte con el que ganó la posteridad pero no su tiempo (ridícula la presencia o influencia de su obra en su época si se tiene en cuenta su enorme trascendencia póstuma, sobre todo durante el siglo XX).

LOS BOSQUES DE LA NOCHE

William Blake Edición bilingüe de Jordi Doce Pre-Textos. Valencia, 2001 328 páginas. 3.750 pesetas

Junto a los testimonios antes citados, este volumen recoge asimismo una variada muestra de la poesía lírica de Blake (para diferenciarla de la que podemos llamar profética o visionaria, en absoluto seleccionada -por desgracia- para esta ocasión). Aquí están representados su primer libro -Esbozos poéticos, el único que publicó en vida como tal libro bien que sin sello editorial que lo ampara y sin distribución alguna-, los geniales Canciones de inocencia y Canciones de experiencia y una serie de poemas varios nunca impresos que formaban parte de un cuaderno de notas, especie de diario (pensemos en el Cancionero de Unamuno), que pasaron a formar parte del llamado Manuscrito Rossetti, por haberlo adquirido en su día el poeta Dante Gabriel Rossetti. Son, en general, poemas de circunstancias, meros apuntes o incluso ripios que Blake nunca pensó publicar (están exentos de la fiebre compositiva que afecta a los poemas que sí imprimió, con los incesantes cambios y rectificaciones que delatan los manuscritos autógrafos y que desmienten la idea del poeta inspirado por sus visiones y ajeno al duro trabajo de la búsqueda de la forma mejor). Algunos de ellos son también breves epigramas llenos de causticidad (que luego vemos desplegada, pero mucho más refinada, en otros textos suyos) o bien preparativos o satélites de los poemas que formaron parte de las citadas Canciones.

Puestos a emitir un juicio, es evidente que en las Canciones -lástima que no se hayan editado todas- está representado, con perfección y redondez insuperables, el alcance de esa clase de esos poemas asombrosamente sencillos en su apariencia más inmediata pero enigmáticamente misteriosos y profundos en su calado más inaccesible pero también no menos clamoroso. Poemas como La rosa enferma, Canción de la niñera, El Tigre, El lirio (por citar sólo algunos), son mucho más de lo que parecen, como ocurre siempre con la mejor poesía. Esa constante ambivalencia es la que los hace tan originales y diferentes, en contraste con los muchos más previsibles -aunque elegantes- poemas de los Esbozos y los manifiestamente satélites -y en ese sentido poco significativos- del Manuscrito Rossetti, por no hablar de los meramente anecdóticos que son la mayoría de los divertidos e ingeniosos epigramas. Es decir, si se trata de consumación estética, la superioridad de Canciones de inocencia y Canciones de experiencia es indiscutible y, además, está refrendada por la propia decisión de Blake que imprimió lo mejor y dejó en su cuaderno lo prescindible.

La presencia entonces de ese cortejo de poemas en torno a ese núcleo esencial crea una cierta confusión porque alimentan una innecesaria impresión repetitiva -no añaden nada nuevo- y porque pueden hacer pensar que hay un equivalente valor entre unos y otros, entre los que Blake imprimió y lo que no quiso imprimir. Blake es un grande indiscutible, pero muchos de los poemas recogidos en esta antología son claramente prescindibles. ¿No hubiera sido una ocasión ideal para, dejando de insistir tanto en lo mismo, haber urdido una selección, siquiera sucinta, de algunos de los poemas proféticos y ofrecer así alguna imagen del Blake de las grandes visiones morales? Dicho esto, hay que reconocer enseguida que los testimonios que completan este libro -cartas del propio Blake, informaciones de sus contemporáneos- son sumamente oportunos porque en ellos oímos la voz histórica del autor -firme, fuerte, resuelta, agradecida, quejosa e impetuosa a la vez- y la de quienes lo conocieron y -hasta donde fueron capaces- lo admiraron. De esta forma la poesía misteriosa se apoya en sus orígenes más biográficos y eso nos ayuda a comprenderla mejor y, sobre todo, a conocer mejor a quien la escribió.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_