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Columna
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Espejo irlandés

'Irlanda nos sugestiona siempre con su acierto y profunda visión de los casos prácticos del nacionalismo', escribió en 1923 el abuelo de Lexuri Gallastegi, identificada estos días como presunta activista del comando Madrid de ETA. El sector moderado del PNV había visto con desconfianza el levantamiento armado de los sinnfeiners de 1916, calificándolo de 'sangrienta botaratada' destinada a dificultar la solución autonómica. Pero el sector radical, cuya principal figura era Eli Gallastegi (1892-1974), vio en el espejo irlandés un modelo a imitar que acabaría trasladándose en los años 60, y ya con un componente explícitamente violento, a la primera ETA. Es lógico suponer que la entrega de las armas por parte del IRA, en el marco de los acuerdos de Viernes Santo de 1998, acabe teniendo alguna influencia en la pacificación de Euskadi. Sin embargo, la equívoca interpretación de ese acuerdo que está haciendo el PNV no favorece una evolución similar a la del modelo.

Al César lo que es del César: tiene razón Arzalluz al considerar fuera de lugar el argumento de que el Estatuto de Gernika garantiza una autonomía mayor que la de Irlanda del Norte. Es absurdo medir el grado de satisfacción de los republicanos, que desde 1921 reclaman la reunificación de las dos Irlandas, en función del nivel de autonomía de una de ellas. Al revés: siempre habían considerado que un régimen autonómico con mayoría protestante en el Norte suponía un afianzamiento de la partición. Mientras que los unionistas llegaron a plantearse la hipótesis de un Ulster independiente como garantía frente a la reunificación.

Pero, por lo mismo, también es absurdo el argumento del PNV según el cual la clave del acuerdo de Viernes Santo, y la llave de la paz, había sido el reconocimiento del derecho de autodeterminación. Pues aunque se hable de 'mutuo consentimiento', es evidente que lo esencial de ese acuerdo no es que el Sur acepte reincorporar al Norte, sino que los republicanos reconocen por primera vez que son los ciudadanos de Irlanda del Norte quienes tienen la última palabra sobre la cuestión en disputa: reunificación o mantenimiento de la partición. El acuerdo supone una supeditación del principio territorial, defendido por el Sinn Fein y el IRA, al principio personal invocado tradicionalmente por los protestantes. Equivale, en ese sentido, a las previsiones de la Constitución y de los Estatutos correspondientes respecto a la eventual integración de Navarra en Euskadi. Pese a ello, el equívoco de identificar lo acordado con la reivindicación de autodeterminación del conjunto de la isla se incorporó a la declaración de Lizarra. Pero no es cierto que la condición para el acuerdo de paz haya sido la previa aceptación del programa de los republicanos, y tampoco que éstos hayan renunciado a sus ideales; a lo que han renunciado es a imponerlos por la fuerza, reconociendo la pluralidad de la sociedad irlandesa.

El lingüista y en una época teórico de ETA Federico Krutwig recordó hace años (Muga nº3, 1980) que los primeros planteamientos terroristas -término que no desdeñaban quienes los propugnaban- fueron introducidos en ETA desde una rama disidente de la organización juvenil del PNV de la que formaba parte Iker Gallastegi, Gatari, 'que había trabajado bastante sobre el tema y que estaba influido por el IRA'. Gatari es hijo de Eli Gallastegi, en cuyo hogar vivió exiliado en Irlanda entre 1937 y 1958, y padre de Uxune Gallastegi Sasieta, detenida en 1994 como supuesta colaboradora del comando Vizcaya; también es tío de las hermanas Irantzu y Lexuri Gallastegi Sodupe (detenida la primera en 1999, acusada de pertenecer al comando que secuestró y asesinó al concejal Miguel Ángel Blanco, e identificada la segunda como miembro del comando Madrid). En un artículo publicado en Gara hace dos años, Gatari recomendaba luchar por la independencia de Euskadi 'sin pararnos a medir las posibles consecuencias'.

Se puede sentir piedad ante el destino trágico de esa familia, del exilio del abuelo y sus hijos a la cárcel de las nietas; pero sólo tras reconocer que no hay causa alguna que pueda justificar asesinatos como el del juez José María Lidón, última víctima de ETA; porque, como escribió en la Ginebra del siglo XVI, a propósito del asesinato de Miguel Servet, un oscuro traductor biografiado por Stefan Zweig (Castellio contra Calvino. El Acantilado. 2001)) 'matar a un hombre no es defender una doctrina; es matar a un hombre'.

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