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Columna
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Massotti Littel

'Los habitantes de Burkina Faso sabían dónde se encontraba en el mapa la ciudad de Castellón, aunque no sabían dónde estaba España', escribió Ángel Luis Massotti Littel, y andaba el hombre sobrado de razones. Quiso el azar, allá por los años sesenta del pasado siglo, que el entonces obispo de Castellón, Pont i Gol, ocupase en el Vaticano, y durante el Concilio del Papa Roncalli, el mismo banco que el prelado belga de la diócesis de Safané en el antiguo Alto Volta, hoy Burkina Faso. Funcionó la química comunicativa entre los prelados, y las carencias y necesidades del africano tuvieron como respuesta la solidaridad y generosidad de los valencianos de Castellón. La República Federal de Alemania había regalado varios hospitales al país subsahariano, pero los centros médicos estaban inactivos porque faltaban medicamentos, el mobiliario y, sobre todo, el personal sanitario correspondiente. Y le correspondió a Castellón la tarea de suplir esas carencias, y en esa tarea fue durante décadas el médico Massotti la piedra angular que sostuvo las paredes de la solidaridad entre los pueblos.

El penúltimo día templado de este otoño, que ahora se ha vuelto frío, y ya en los ochenta y algo, la parca se llevó a Massotti Littel y el recuerdo hizo un hueco para evocar la figura pública de un hombre solidario de perfil claro. Con ascendencia italiana y suiza, nacido en la vecina Murcia, y tras haber estudiado y curado en casi los cuatro puntos cardinales de la geografía hispana, vino Ángel Luis a parar a Castellón hace algo más de cuarenta años. Y aquí fuimos miles quienes nos rozamos con una persona de Convicciones: un creyente sincero que traducía su fe en acción para paliar el sufrimiento que comporta la enfermedad del prójimo; un hombre de modales educados y serenos, a quien no se le tuteaba, que no impedían la confianza y la relación humana con sus pacientes; detrás de una radiografía o de un informe médico no sólo veía Massotti un tumor o una rodilla quebrada, sino distinguía en primer lugar un nombre propio.

'Las personas importantes son las que sufren', solía decir con frecuencia, 'con independencia de su raza o credo'. En Safané se saltaba a la torera el precepto del descanso dominical porque la cola del dolor y la enfermedad africana no conocía los preceptos; y eso que alguna autoridad musulmana del país africano le advertía una y otra vez que el domingo era fiesta cristiana de guardar. Pero en África anunciaban su presencia con el tam-tam que difundía la nueva de la llegada anual del médico y con él la esperanza de mitigar una epidemia, una herida gangrenosa o un hueso lacerado.

Inteligente, trabajador y discreto, Massotti era popularmente conocido más por su obra social que por su vida social. Hay anécdotas callejeras tan verdaderas como calladas y relevantes. Hace apenas unos meses se dirigía el médico al hospital cuando fue asaltado a punta de objeto punzante por un par de raterillos. 'No llevo dinero, muchachos', les dijo, 'sólo el reloj que es un objeto preciado y cuanto heredé de mi padre'. Le quitaron el reloj y al cabo de unos minutos e inesperadamente uno de los mozalbetes se lo devolvió: había identificado al médico como la persona que le curó los pies en su infancia de forma gratuita porque su familia carecía de recursos. Se ha ido el castellonense Massotti Littel, y ha dejado un hueco en la capital de La Plana, en Burkina Faso y en Medicus Mundi. Pero su huella, la de un cristiano solidario y tolerante, tiene en esta ciudad seguidores, y en Safané seguirán distinguiendo a Castellón en el mapa.

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