Los amigos y el Peñón
Por vez primera, la amistad entre Blair y Aznar puede reportar frutos políticos no sólo al presidente español, sino a España, si finalmente se desbloquea y se llega en los próximos meses a una solución sobre el contencioso de Gibraltar aceptable para todas las partes, incluidos los habitantes del Peñón. Ambos dieron ayer la bienvenida en Londres a este proceso que lanzarán formalmente el próximo 20 de noviembre en Barcelona los respectivos ministros de Asuntos Exteriores.
No se debe dejar escapar la ocasión. Conviene recordar, como hizo ayer Piqué, que ésta es una negociación entre dos Estados -España y el Reino Unido-, y los gibraltareños deben participar integrados en la delegación británica. 'Ojalá los gibraltareños nos juzguen por los resultados', señaló ayer Blair, algo elíptico sobre la cuestión de la soberanía. Los gibraltareños han de comprender que no es posible ni la situación actual ni la independencia. Éste no es un juego de suma cero, y todos pueden ganar con una solución razonable que sepa combinar la autonomía de los habitantes del Peñón con un cambio en su soberanía que acabe retrocediéndolo a España en un plazo más o menos largo, solventando antes los problemas prácticos para el Peñón y el desarrollo del Campo de Gibraltar.
Muchos elementos -personales, incluso religiosos y políticos- acercan a Blair y Aznar. Gibraltar no es lo único que les ocupa. Blair invitó a Aznar la semana pasada, como próximo presidente del Consejo Europeo, a la cena en Londres de los grandes de la UE que convocó. Blair, con gran talento político y siguiendo la tradición británica, ha saltado sobre la crisis abierta el 11 de septiembre para colocarse como cabeza visible de Europa en Estados Unidos, casi como portavoz de un Bush sin gran estatura política, y como el gran impulsor europeo en este lado del Atlántico. Sabe que su posición le puede reportar beneficios en ambas orillas del océano. Ha sido el dirigente europeo que, tras el 11-S, mayor labor pedagógica está haciendo, en contraste con su amigo Aznar. Blair ha resucitado así la relación especial de Londres con Washington, un nivel con el que soñaba también Aznar para las relaciones de Madrid con Estados Unidos, especialmente con un presidente republicano. Otro hecho destacable es cómo en el mundo occidental, con la llegada al poder de Bush y de Berlusconi, está cambiando la balanza política del predominio de la izquierda hacia un mayor peso de la derecha.
También Aznar tiene una visión europea que se asemeja a la de Blair. Ambos volvieron a mostrarse ayer como ardientes defensores del llamado proceso de Lisboa, un sistema de objetivos e hitos económicos para recuperar competitividad y empleo (ahora con vistas a un frenazo general), antes que de una mayor integración y alcance auténticamente europeo. Detrás de este acercamiento de Aznar a Londres hay un alejamiento por parte de España del eje franco-alemán, en el que nuestro país podría haber desempeñado un papel de puente, de engrasador de esa alianza, con el que nos unen muchos intereses. Pero ha sido incapaz de ejercer como tal.
Hay diferencias importantes. España es parte del euro, y Aznar ha comenzado a defender la idea de una Constitución para la Unión Europea, aunque acabe llamándose con otro nombre. Esta idea choca no sólo con la voluntad, sino con la tradición británica. Aznar ha adoptado para la presidencia española el lema de Más Europa, que acuñara su predecesor Felipe González con un sentido más coherente al que le quieren dar los dirigentes de estos dos países geográfica y políticamente excéntricos.
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