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Crónica:
Crónica
Texto informativo con interpretación

Crónicas de la supervivencia

La fotografía, ese registro popular, a la vez objeto de consumo y medio de creación, resuelve a menudo sus contradicciones en el terreno de la información. Ver es un acto mental, la fotografía acompaña a la mirada más lejos, y como 'registradora' de la realidad es un vector de conocimiento y un testigo de las diversidades que habitan el mundo. Diversidades que son su riqueza, pero que generan otras tantas injusticias y dificultades.

En 1936, Walter Benjamin escribía: 'A grandes intervalos en la historia, el modo de percepción de las sociedades humanas se trasforma al mismo tiempo que su modo de existencia'.

A través de los álbumes de familia reunidos por un investigador y fotógrafo de Johannesburgo, Santu Mofokeng descubrí la existencia en Suráfrica, a principios de siglo, de una clase media negra, barrida después por el apartheid y vergüenza de los townships (municipios). Y también la de una burguesía palestina estructurada, acomodada y cultivada allí donde ya no hay más que poblaciones desamparadas y refugiados. Las fotos dan testimonio de ello, y desempeñan su papel en el 'deber de informar', como en Camboya el monumento conmemorativo a las víctimas de los Jemeres Rojos o en Europa los monumentos a las víctimas de las redadas nazis.

La fotografía se considera peligrosa y con razón se manipula como un arma. Un arma de doble filo porque, contrariamente al flujo continuo y llano de las imágenes televisivas, tiene esta cadencia que nos obliga a mirar

En el contexto actual, me parece anacrónico hablar de tolerancia, un concepto muy alejado por la guerra y, sin embargo, la mayoría de los conflictos de estos últimos años (en Irlanda, en Ruanda, en Argelia o en Europa del Este...) son conflictos de carácter fratricida que han visto cómo surgía la intolerancia, cómo se transformaba en odio y borraba equilibrios más o menos frágiles. En una sociedad lanzada a gran velocidad, que no controla las contradicciones entre mundialización, resurgir de nacionalismos, guerras fratricidas y de religión, donde se asiste a una especie de desubicación geográfica que hace de cada edificio un mundo en el que todos los orígenes se cruzan en las escaleras, la tolerancia no es una 'opción', se convierte en un elemento indispensable para la supervivencia.

Las imágenes de estas páginas ofrecen, en un resumen vertiginoso, una visión caleidoscópica de la vida sobre la tierra. De la misma manera que Jim Jarmush en Night on Earth (Noche en la tierra) nos paseaba en taxi de una ciudad a otra, de un universo a otro: las luces míticas de Broadway vistas por William Klein; un niño atado a su perro, la imagen más desesperadamente tierna de las tomadas por Kent Klich a los niños de las calles de Ciudad de México; el niño de Willy Ronis jugando con su madre en un campo blanco de calma y de nieve; mujeres argelinas caminando por la playa fotografiadas por Bruno Boudjelal; el vaporetto de Gianni Berengo Gardin en Venecia, que confunde perspectivas, pero auténtico espejo de los años cincuenta, como los espectadores del concurso hípico fotografiados por Robert Capa entre dos guerras.

Estas fotografías, extractos de la colección fotográfica de Fnac, son representativas de un vasto conjunto constituido a lo largo del tiempo y de las exposiciones, a partir de finales de los años setenta.

Esta colección tan ecléctica es el reflejo de una política de exposición que defiende la 'variedad' de las prácticas y las trayectorias, y alterna también fotógrafos célebres y jóvenes en su primer intento. En las ochenta galerías fotográficas diseminadas por Europa, Brasil y Taiwan, las exposiciones se enriquecen con la producción de cada país y se da un lugar importante al periodismo gráfico. De hecho, el número de visitantes hace de estas galerías un medio de comunicación y la programación está concebida en este sentido con el fin de sensibilizar al gran público no solamente ante la fotografía, sino ante los interrogantes que plantea.

A menudo presentes, Salgado, con sus imágenes de resonancias bíblicas de la sequedad del Sahel o de las minas al aire libre de Brasil; Depardon, mezclando sin cesar problemática personal y constatación de lo real, o Hiem Lan Duc, utilizando la fotografía con fines humanitarios, se sitúan, cada uno a su manera, entre los numerosos fotógrafos que desde siempre, con gran riesgo, dan testimonio de conflictos y temas sensibles.

Un coloquio en el Beaubourg, hace algunos años, planteaba la pregunta: '¿Puede la fotografía cambiar el mundo?'. Hoy día, gracias a ellos, seguimos creyendo que por lo menos puede contribuir a mejorarlo. Las imágenes de la guerra de Vietnam, grabadas en la memoria colectiva con su efecto explosivo ante la opinión pública, tienen ya la categoría de prueba.

Cuando al principio de las masacres nadie se interesaba en Francia por lo que pasaba en Burundi y en Ruanda, con Médicos sin Fronteras y Reporteros sin Fronteras, nos pareció urgente que partieran fotógrafos para romper ese silencio que demasiado a menudo rodea los dramas alejados de los intereses económicos occidentales. Con la guerra del Golfo y aún más hoy en Afganistán, la ausencia de imágenes es total, la información dirigida, las tomas organizadas, los fotógrafos capturados como 'espías', las imágenes televisivas compradas antes de su difusión. Las únicas imágenes que nos llegan, réplicas de las de los videojuegos, transmiten tan poca información como emoción. La fotografía se considera peligrosa y con razón se manipula como un arma.

Un arma de doble filo, porque la fotografía, contrariamente al flujo continuo y llano de las imágenes televisivas, tiene esta cadencia que nos obliga a mirar y que a veces transforma una imagen en icono que representa entonces todos los niveles de la percepción, desde la información hasta la emoción.

Laura Serani es directora de las galerías fotográficas y de la colección fotográfica de Fnac.

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