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Crónica:
Crónica
Texto informativo con interpretación

Antes y después de Bamiyán

LA ERA de los ayatolás no ha terminado, al contrario, parece nutrirse de las paradojas que crean un contexto para la tragedia. Los dos budas de Bamiyán pulverizados el pasado mes de febrero por orden del mulá Mohamed Omar fueron una profecía tan intensa y audaz que empequeñeció esa seguridad en sí misma de Occidente, hasta el punto de que nadie vio en la destrucción de aquellos gigantes forrados de oro a excelsos guardianes de las torres que pocos meses después se desmoronaron como un castillo de naipes desde las alturas magníficas del cielo cristiano. En los últimos niveles del infierno de Dante no estábamos tan cerca de Satanás.

Estas reflexiones nos sitúan ante el dilema perspectivista y moral que vive hoy el mundo y nacen después de una visita a la exposición Afganistán, una historia milenaria, una magnífica lección de historia sobre un país que fue crisol de civilizaciones, un auténtico palimpsesto, testimonio del diálogo y los enfrentamientos que han marcado toda la historia de Eurasia. La variedad y riqueza de su legado cultural están representadas por las más de doscientas piezas que dibujan un viaje desde los primeros pasos de Alejandro Magno por aquellas 'tierras salvajes' hasta llegar al Afganistán de hoy bajo el caudillaje de los talibanes.

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La protohistoria arrojó desde las excavaciones de la Bactriana y Mundigak unas curiosas 'meninas' parecidas a las 'kaunakés' mesopotámicas, que aparecen como trasposiciones a las tres dimensiones de las reinas de Elam de comienzos del segundo milenio. De Peshawar procede un busto de influencia helénica del fundador del budismo, Siddharta, el príncipe 'kshatriya' que renunció a su reino y a su familia para convertirse en un asceta. Parte del tesoro de Begram, descubierto en 1937 por Joseph Hackin, director del Museo Guimet, ilustra la influencia griega e india en objetos preciosos y útiles de los pobladores del imperio kusan (II antes de Cristo). Los rostros de algunas imágenes de Buda sorprenden por su naturalismo: el 'iluminado' de Gandhara simula un Apolo, satisfecho de mantener el equívoco. De la ciudad de Hadda es el Genio de las flores, una figura helenística hecha de estuco que perteneció a la colección de André Malraux y que parece salmodiar el misterio y la piedad.

Las llamadas 'cabezas de Hadda', durante tantos siglos silenciosas en el monasterio de Tapa-Kalan (se encontraron más de 15.000), se muestran en Barcelona tan locuaces que parecen desbordarse en gestos de terror y serenidad. Esqueletos, perros, leones, ascetas y demonios invitan a recordar los violentos escenarios de Esquilo. De Bamiyán, la etapa estrella de la Ruta de la Seda -una región alfombrada por un grandioso valle dominado por la barrera que divide el país, la montaña Hindu Kush (que significa 'mata a los hindúes' por la virulencia del frío y las nieves)- y fruto de las excavaciones en sus casi doce grutas, son unos delicados dibujos de influencia budista. O las reproducciones de las pinturas murales encontradas en sus monasterios, que recuerdan a la iconografía de los ábsides románicos catalanes con la figura del dios solar Surya como Pantocrator.

En la exposición se muestran miniaturas con escenas de luchas y conquista y otras obras creadas en la ciudad de Herat, una auténtica academia de pintura, el centro artístico más fecundo del islam entre los siglos XV y XVI bajo el príncipe Baysongur, ilustre calígrafo y bebedor empedernido que murió, sin haber reinado, en 1433. En 1658, el emperador mongol Aurangzeb alcanzó el poder, desterró de su palacio a pintores y músicos y restableció la discriminación religiosa contra sus súbditos hindúes. Pocos años después, en 1669, el déspota subió con sus elefantes de guerra desde el Panjab hacia los altiplanos y allí lanzó su edicto que acabaría con los 'ídolos' antes de abrir fuego contra las piernas de los budas de Bamiyán.

No fue hasta 1747 cuando el poeta Ahmad Al Abdalí fundó el reino de Afganistán. Pero la afirmación de un poeta es su poema y, como el viaje de Dante hacia esas tierras pobladas de muertos, la historia afgana sueña hoy con una mujer tremendamente libre y muy bella, contemplando su rostro en un espejo.

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