_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Desfile de ovejas

Ayer atravesaron Madrid 2.400 ovejas, según los pastores y ganaderos de la Mesta, y 2.346 según la Policía Municipal. Hacen uso de antiquísimos derechos y no precisan de autorización gubernativa para este tránsito. Son privilegios muy anteriores -aunque parezca mentira- a la llegada a la Alcaldía del señor Álvarez del Manzano y López del Hierro, que todo eso se llama el primer edil. Ovejas, pero participaron caballos, vacuno, cerdos, etcétera, nutrida representación de nuestra fauna comestible.

La Mesta -palabra que quiere decir mezcla- procede de un ancestral pleito entre agricultores y ganaderos, como esos que ha explotado reiteradamente Hollywood, aunque es en nuestras tierras donde tiene probada antigüedad. Aparece un privilegio en su favor librado por Alfonso el Sabio, en 1273. Los soberanos posteriores, incluidos con notoriedad los Reyes Católicos, ratificaron la tutela y dieron cauce a ciertas ayudas ocasionales, que no procedían de Bruselas, si bien todo el mundo sabe que los gobernantes dan poco y recaudan mucho. Como inciso confieso, antes de que me acusen de plagiario, que suelo obtener datos del Espasa Ilustrado, muy a menudo y como en este caso del que no pude ser testigo presencial. Algo parecido a los historiadores extranjeros: sin meterme en camisa de once varas, limitado a reflejar lo ya escrito y archivado, no sea que lleguen a saberse las verdades históricas y pasa lo que pasa.

Admira, gratamente, conocer que aquella gente, tenida por bárbara, regulase con tanta minuciosidad cualquier enrevesado asunto, en procura del bien común. La Mesta era una cooperativa de ganaderos defensora de sus intereses, en colaboración con el Estado, que fiscalizaba estrechamente. Tuvo independencia y poder, cosas ambas que incluso pueden ir juntas; cobraba cuotas a los miembros adheridos, se adjudicaba las reses mostrencas, las de dueño desconocido entremezcladas con las propias, y participaba en las multas impuestas a los burladores de las estrictas leyes de Sanidad. Como lo oyen y a partir, por lo menos, del 17 de junio del 1496. Constante la preocupación por la salud pública y una rigurosa vigilancia sobre los animales, autóctonos o importados. Tan eficaz que no conocieron el mal de las vacas locas, aunque fueran, como cabe imaginar, frecuentes las enfermedades contagiosas. Cortaban, literalmente, por lo sano, cascando multas inapelables e instantáneas que descorazonaban al infractor y son muy eficaces. Los alcaldes de la Mesta eran tíos importantísimos, mucho más que los delegados del Gobierno y, si me apuran, que los capos de las comunidades autónomas, con todos los respetos.

Como cada año, entre septiembre y junio, se mueven las bestias en busca de pastos, clemente invernada y mayores garantías reproductoras, que es menester pensar en todo. Hablamos de la cabaña no estabulada, esa que antaño caminaba hacia Extremadura, dejando la sierra triste y oscura. Circulan a través de cañadas, cuidadosamente trazadas entre los valles, atraviesan pueblos y ciudades, aunque sin permanecer sobre el lugar más de tres días improrrogables y poseen singularidades que les aproximan al comportamiento gregario de los bípedos. Siguen dóciles a los viejos machos de los esquilones, pero no tocan pitos ensordecedores. Por lo que hemos podido observar tampoco enarbolan pancartas ni se detectaron piquetes informativos.

Estas vías pecuarias tienen 75 metros de ancho, el equivalente a 90 varas, menos del espacio hipotecado los días de la bici, las maratones y la previsible jornada de cuñados y similares. Recorren la calle de Alcalá, bordean el Retiro y embocarán el Sur. Las etapas son diurnas y la pericia de los pastores aleja la posibilidad de una estampida urbana, lo que hace superflua la costosa presencia dominical de la plantilla de guardias municipales al completo y, por descontado, de las fuerzas antidisturbios. Habrán dejado trazas fisiológicas, que un diligente municipio transformaría en abono. No más suciedad que la que dejamos en las calles cuando se pide, con dudosas garantías de éxito, el fin de la guerra en Afganistán o que el Gobierno de turno se meta, donde le quepa, la ley universitaria de turno. Muchas ovejas y cabras en este tránsito turístico por la cañada real de la Mesta. Dan ganas de ir por lana si no temiéramos salir trasquilados.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_