La llave en la cerradura
En mi columna de hace dos semanas adelanté algunas conjeturas sobre lo que iba a ocurrir durante la jornada que el Parlamento vasco había convocado para discutir el autogobierno. Consciente de que el futuro es siempre incierto, preferí no apoyar mucho el índice en los pronósticos, y prodigué las cláusulas subordinadas y condicionales. Pero Ibarretxe ha sido más directo. Subrayó la insuficiencia sustancial del Estatuto, y se las compuso para persuadir a la opinión de que se celebraría una consulta sobre el derecho a la autodeterminación antes de que tengan lugar las próximas elecciones autonómicas. Tres días más tarde, el domingo 28 de octubre, Aznar expresaba su convicción de que no tardará en fraguarse un segundo Pacto de Estella. En lo que sigue, analizaré la tesis del presidente, y sugeriré otra de carácter alternativo.
La doctrina Aznar sólo es inteligible, y a mi entender asumible, si se hace una hipótesis doble. Uno, que está prevista la convocatoria de un referéndum ilegal. Dos, que ese referéndum se impedirá desde Madrid. Una vez sentados ambos puntos, las piezas encajan. ¿Por qué? Por una razón elemental: la convocatoria del referéndum primero, y su suspensión después, recurriendo a la Guardia Civil o lo que fuere menester, colocaría al PNV, irremediablemente, fuera de las instituciones. No me refiero aquí a la dimensión legal del contencioso, sino a su dimensión política. Si usted invoca los derechos sacrosantos del pueblo vasco -identificado con el que vota nacionalista- y un Gobierno central, previamente satanizado, va y le corta la voz a ese pueblo, usted no tendrá más remedio que romper con el Estado. En esa tesitura, ETA llevaría todas las de ganar. Siendo más precisos: en esa tesitura los peneuvistas no podrían no apuntarse a la posición de ETA sobre la inutilidad o ilegitimidad del marco legal que en este instante protege y regula la administración de la política en las tres provincias. Es claro que el PNV no podría dar un paso semejante sin negociar antes con los abertzales unas reglas de juego mínimas, para mejor gobierno de unos y otros durante los tiempos duros. De no tomar estas cautelas, el partido perdería por completo el control de la situación.
¿Es este escenario concebible? Lo es. Pero peca de demasiado nítido, de demasiado lineal. Es mejor, para comprender a los peneuvistas, dar de mano a los silogismos, y aguzar el oído. Percibiremos entonces un ruido semejante al que hace una llave al fatigar, afanosa, una cerradura. La llave se mueve con un propósito concreto: que la puerta se abra. Pero no sigue una trayectoria determinada, sino un abanico de trayectorias.
Variemos de ángulo. Sobre el papel al menos, Aznar hará mutis por el foro un año antes de que Ibarretxe apure su mandato. Esto significa que, durante ese margen crítico, las cosas podrían cambiar mucho en Madrid. Por ejemplo: podrían surgir Gobiernos sustentados en mayorías relativas, y menesterosos de alianzas con los partidos nacionalistas. O podría instalarse en La Moncloa un presidente con una idea de España menos definida que la de Aznar. Ése sería el momento para celebrar un referéndum. Pero no un referéndum ilegal, sino legal y previo a su refrendo en las Cortes por mayoría absoluta y no cualificada. De hecho, ése es el procedimiento que la Constitución contempla para la reforma del Estatuto. A mi ver, el proceso tendría, como efecto inevitable, la confederalización de España a lo largo de varias líneas de sutura, en número por el instante indeterminable. Pero lo último es motivo de alarma en Madrid, no en Vitoria. Entre tanto, los avances maximalistas y rompedores que Ibarretxe ha empezado a amagar estos días cumplirían dos objetivos. Uno, que la reforma del Estatuto se interprete como un mal menor del Ebro hacia abajo. Dos, la absorción de voto abertzale, y el afianzamiento del PNV dentro del campo nacionalista. ¿Bien pensado? En el corto plazo, sí. ¿Y en el largo? Ya no hay plazos largos. De un tiempo a esta parte, y no sólo en España, los maratones se miden por metros.
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