_
_
_
_
Crítica:LA POESÍA LUMINOSA DE PORTUGAL
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El agua de la sed

'Éxito' es una palabra que a Eugénio de Andrade (Póvoa de Atalaia, Fundão, 1923) le gusta casi tan poco como la de 'homenaje', ambas le producen cierto estado de confusión. Está seguro de que 'la poesía no es un arte de perezosos, ni una prosa ornamentada, sino algo que se basta a sí mismo y que precisa de una entrega total'. Frente a los empeños mundanos, la vida y la obra de De Andrade afirman el deseo de hacer del mundo un lugar cristalino y poder disponer ese mundo en el poema. A su pesar, los dos últimos años han venido repletos de 'confusiones': en el año 2000 fue galardonado con dos importantes premios en territorio español, el Premio Extremadura a la Creación Literaria y la primera edición del Premio de Poesía Celso Emilio Ferreiro, promovidos respectivamente por la Junta de Extremadura, y por la Diputación de Ourense y el Ayuntamiento de Vigo; ese mismo año fue distinguido con el Vida Literaria, instituido por la Asociación Portuguesa de Escritores. En 2001 se culminaba este proceso de reconocimientos con el Prémio Camões, el mayor galardón de la literatura en lengua portuguesa, que, además, lleva el nombre de un autor que ha fascinado a De Andrade durante toda su vida.

LOS SURCOS DE LA SED

Eugénio de Andrade Traducción de José Ángel Cilleruelo Edición bilingüe Calambur / Editora Regional de Extremadura. Madrid, 2001 100 páginas. 1.680 pesetas

TODO EL ORO DEL DÍA. ANTOLOGÍA POÉTICA (1940-2001)

Eugénio de Andrade Versión de Ángel Campos Pámpano Edición bilingüe Valencia. Pre-Textos, 2001 413 páginas. A la venta el día 15

'Como un alfarero, al trabajar en un vaso, cuando escribo estoy sólo preocupado en transformar esa memoria en palabras, en música', afirma Andrade

Cuando parecía haber recibido

todos los homenajes a los que podía aspirar, la nómina sigue ampliándose: figura central del Carrefour des Littératures en Burdeos; un próximo número especial de la revista extremeña Espacio/Espaço Escrito, enteramente a él dedicado; y a sumar a las decenas de traducciones de su obra en distintos países y lenguas, la extensa antología que la prestigiosa editorial de Estados Unidos, New Directions, publicará el próximo año.

Eugénio de Andrade, inmune a la intriga mundana, es una figura de enorme llaneza y sinceridad, alejado cordialmente de las mezquindades vitales y los tópicos literarios. Su obra es leída con gran esmero y dedicación por un público profundamente conocedor, capaz de recitar de memoria unos poemas que ya les pertenecen, y eso es lo que le ha hecho ser, además de referencia indeclinable de la literatura portuguesa contemporánea, un autor de culto en el actual contexto poético. Sabe que pocas cosas son absolutamente necesarias, y son esas pocas cosas las que sus versos aman y exaltan.

La edición revisada, 'canónica y única' de su obra ha sido reunida bajo el título, tan ambicioso como humilde, de Poesia (2000), un volumen del que se han vendido 5.000 ejemplares; su Antologia Pessoal da Poesia Portuguesa sigue siendo, en su sexta edición, uno de los libros más vendidos del país vecino, fruto de su enorme rigor, su determinante y acertado gusto, y un sentido del lenguaje poético insuperable a la hora de establecer la memoria poética portuguesa desde sus orígenes hasta la actualidad. A pesar de todo no ha dejado de trabajar y de poner el acento en la confirmación serena de su obra. Ejemplo de ello es la publicación simultánea en Portugal y España de su nuevo libro de poemas, Los surcos de la sed (Os Sulcos da Sede), corolario de un tiempo de pródigos tributos y una nueva revelación para la comunidad de sus lectores. Unos lectores, los españoles en este caso, que podrán acceder a través de la antología Todo el oro del día, y gracias a una panorámica única de su refinada y delicada cualidad poética, a una insuperable visión de conjunto de su obra hasta ahora publicada, desde sus Primeros poemas (1940-1944) hasta Los lugares de la lumbre, en el que ya aparecen algunos poemas de Los surcos de la sed.

En los sucesivos tramos del discurrir poético de De Andrade, lo primero que notamos es que su poesía no hace concesiones a los estragos del tiempo, que permanece casi inalterable, manteniendo lo esencial de su escritura: la tensión rítmica y enunciativa; el cuidado melódico y la oralidad del verso y del poema; la energía, la luz y el color de sus palabras; una condensada emotividad fascinada por lo sencillo, concreto y elemental; la fuerza de un poder simbólico que atempera lo puramente anecdótico. Una escritura que, lejos de juegos conceptuales -y como ha dejado dicho al inicio de la Poética que abre Todo el oro del día, la misma que siempre incluye en todas sus antologías-, sigue fiel a toda una declaración de principios: 'El acto poético es el empeño total del ser hacia su revelación. Este fuego de conocimiento, que es también fuego de amor, en el que el poeta se exalta y se consume, es su moral. Y no hay otra'. Una suma de opciones y rechazos evidentes que se materializan en el poema, allí donde Lo real es la palabra. El poema prefiere sentir, convocarnos al ejercicio pausado y vigilante del cuerpo y los sentidos, pues así no sólo comparece el mundo, también aquello que lo crea, su presente más absoluto, el tiempo sin mayúsculas, humano y concreto. Una poesía que apunta hacia lo alto, como bien sugiere el poema Despedida de Ostinato rigore, y del que se toma el acertado título de esta necesaria y demandada antología: 'Coge / todo el oro del día / en el tallo más alto / de la melancolía'. Ése es su habitable y humano desafío.

De Andrade declara que no sólo se escribe con emociones, sino con la memoria: 'Como un alfarero, al trabajar en un vaso, cuando escribo estoy sólo preocupado en transformar esa memoria en palabras, en música'. Esos lugares de la memoria se convocan a lo largo de su obra, se imponen en el poema, son el hilo con que teje sus días: 'Vuelve a decir: hombre, mujer, niño. / Donde la belleza es más nueva'. Saber así lo que se ignora en casi perfecta comunión con el tiempo, la tierra, la edad y su memoria, que son la materia de la que estamos hechos, relámpagos de un 'oscuro dominio'. Vienen estas notas como aviso al lector de Los surcos de la sed, que si bien incide en temas queridos por el poeta, aporta nuevos intereses, señales de renovación y alguna innovación en la arquitectura del poema. Es decisivo cómo recurre a unos versos de François Villon para abrir este libro: 'Muero de sed al borde de la fuente', que no sólo dibujan el territorio de sus poemas, sino que se inscriben en el círculo descrito por la obra de 'ese ser sediento de ser'. Así también su título, que proviene del último verso del primer poema de Contra la oscuridad, y que como allí, pero de modo mucho más directo y seguro, llama al estrado al lector, iluminando su camino para que no se pierda: 'Toda la poesía es luminosa, hasta / la más oscura. / El lector es quien a veces, / en lugar de sol, dentro tiene niebla'.

Los surcos de la sed trae a la memoria otros versos del propio De Andrade, pero también otros ajenos y definitivos, como los de Xavier Villaurrutia cuando en su poema Nocturno amor, nos dice que existe 'una sed que en el agua del espejo / sacia su sed con una sed idéntica' que siempre nos devuelven a nosotros mismos, a la plenitud de la esencia del vivir, y que tan fácilmente puede tomar cuerpo en las palabras transformando su sentido.

De Andrade se preocupa por la transparencia y la pureza de la escritura, como también lo hizo José Gorostiza en uno de los poemas más bellos de siempre, Muerte sin fin, donde su imagen del yo es la de un vaso de agua en el que ésta, que es amorfa, informe y fluyente, adopta la forma del vaso en que se vierte; es como el tiempo que al adoptar una forma se hace conciencia de sí mismo. Como un alfarero que da forma y sustancia a eso que sólo existe si hay una conciencia que las refleje, así los surcos de un libro que 'camina sílaba a sílaba / como la fuente / que sólo se detiene en la boca del cántaro'. Como tantos otros poetas verdaderos, Eugénio de Andrade lo deja claro: 'Escribo para llevarme a la boca / el sabor de la primera / boca que besé temblando. / Escribo para ascender / a las fuentes. / Y volver a nacer'.

El poeta se reencuentra

en las calles y los jacarandás de Lisboa, recupera su infancia en el poema La cabra, donde el niño de entonces, que ahora tiene 78 años, convoca en su memoria esa otra llamada Maltesa ya objeto de antiguos poemas, y que se impone de esa forma en que lo hace el aliento del deseo, 'como quien no quiere separarse / de la tan amarga sustancia del tiempo'. Con la constancia y la clarividencia de siempre se interesa por cosas a los que otros vuelven la espalda en poemas como Mañana de junio, describiendo la 'belleza terrible' de la guerra; o también En la boca del cántaro, con ciertas señales de carácter social y joven audacia: 'No dejes / que el miedo multiplique tus garras'. Versos de inusual actualidad en una obra de naturaleza intemporal, marcada por la geografía del cuerpo o el discurso amoroso, ahora sólo adivinado, pero capaz de dejar algunos de sus poemas más conmovedores, como Escalofrío en la tarde. Inusual también es el poema central del libro, Algunas reflexiones sobre la mujer, alrededor del cual se estructura el resto: extenso y alejado de su habitual contención, enigmáticamente expresivo y sentencioso, una extraordinaria declaración poética tan inesperada como sorprendentemente bella, y en el que la imagen de la madre es descrita bajo la influencia mítica del Fausto de Goethe. Muchos versos de Los surcos de la sed podrían ser cifra de la belleza del libro, pero quizá los que cierran el significativamente titulado Herencia, sean medida justa de la naturaleza de un tiempo cuya música procede de 'los latidos del corazón / obstinado en repetir que no ha envejecido'. Tanto José Ángel Cilleruelo como Ángel Campos Pámpano han llevado a cabo unas versiones que tienen el mérito poco común de ser fieles a la letra y, a la vez, resultar meritoriamente poéticas. Ambos han sabido transmitir la intensidad y la belleza de los originales. Esa misma intensidad y belleza que deslumbra y convoca a quienes son capaces, como De Andrade, de oír las notas de una Última canción que nos reclama: 'Ven ahora / y no en la hora de nuestra muerte / -dame de beber la propia sed'.

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_