Ateísmo metódico
Atenas y Jerusalén son las dos ciudades por antonomasia del imaginario de nuestra cultura, impensables una sin la otra como impensable es la razón sin la inmediatez de la memoria de las cosas, disipada en el concepto, o la memoria sin la universalidad de la razón conceptualizadora. Muchos de los grandes filósofos judíos del siglo XX, todos los que ejercieron como tal, evocaron de un modo u otro el olvido de su cultura, más intuitiva y simbólica, y la tan desasosegante como esclarecedora memoria de los vencidos. El idealismo platónico, por ejemplo, desde san Agustín hasta Hegel, pasando por santo Tomás, habría transformado al Dios de Job en el Dios conceptual de los filósofos: en una abstracción y un olvido más.
ISRAEL O ATENAS. ENSAYOS SOBRE RELIGIÓN, TEOLOGÍA
Jürgen Habermas Traducción de Eduardo Mendieta, J. C. Velasco Arroyo, M. Jiménez Redondo y A. López Tobajas Trotta. Barcelona, 2001 216 páginas. 2.100 pesetas
A este ámbito de ideas alude Habermas en el artículo que da título a este libro y que comenta fundamentalmente este diagnóstico de Metz: la razón filosófica de procedencia griega helenizó el cristianismo distanciándolo de sus orígenes en el espíritu de Israel; la Iglesia helenizada se hizo eurocéntrica, monocultural, y debería hoy superar esa comprensión exclusiva suya teniendo presente su contexto judaico original y desplegarse como Iglesia universal policéntrica.
Por lo demás, este libro, introducido y editado por Eduardo Mendieta, ofrece en una colección de artículos pactada con el autor un buen panorama del pensamiento de Habermas sobre la religión y, aparte de sus previsibles aportaciones al tema, significa quizá el paso definitivo para consagrar también a este 'ateo metodológico' como filósofo de la religión, un campo de los pocos en los que todavía no se le aplaude como filósofo oficial. (Sociólogo de la religión ya lo era). La entrevista que cierra el libro es seguramente la actualización más reciente del pensamiento de Habermas sobre la religión, en un sentido fuerte además: la religión sin la filosofía es muda y la filosofía sin la religión se queda sin contenido, como escribe el editor.
No es de extrañar, porque se
trata, en efecto, de reintroducir la religión, si no ya dentro de los límites de la razón, como antes, de la gran razón kantiana, sí dentro de los de la racionalidad rebajada, discursiva y consensual, emancipadora pero menos, sin radicalismos posmodernistas, del discurso neomoderno habermasiano; y de aprovechar para él -como de tantas otras cosas- los matices más progresistas e ilustrados de la aventura religiosa de nuestra cultura. Hay, escribe el autor de la magnífica Introducción, que 'repolitizar' la tradición bíblica, nivelar la dicotomía inmanencia / trascendencia, reformular modernamente el concepto de Dios en el de un logos de racionalidad comunicativa, en un nombre para una estructura comunicativa que fuerce a los hombres, so pena de pérdida de su humanidad, a ir más allá de su naturaleza accidental, empírica, para encontrarse unos a otros indirectamente, es decir, a través de algo objetivo que ellos mismos no son. (¿Más o menos como con el Ser de Heidegger, urbanizado o no?). Se trata de reformular la religión en una teoría de las capacidades comunicativas y de la adquisición simbólica de identidad.
Los trabajos de Habermas son como doctísimos 'informes bibliográficos' de acopio de ideas para la reconstrucción y sistematización conceptual de un tema. En este caso, el de la religión, que en estos tiempos de despiste teórico aparece como nuevo filón conceptual y lingüístico, como potencial semántico laicizado de consenso para la solidaridad social, de refuerzo de la menguada autoridad moral de las instituciones y de sus prohombres y de sentido para la prácticamente inexistente y casi implanteable educación moral del individuo peligrosamente emancipado.
La racionalización de la secularización que pretende este libro hace comprensible también algo en principio curioso: el apego de religiosos progresistas, para-religiosos de maneras, y ex religiosos sobre todo, al pensamiento de este ateo metódico que es Habermas y a su tradición filosófica. Quizá desde la secularización personal sublimada se entiendan mejor estas cosas. Al fin y al cabo, los que han dejado el convento o la vicaría no son radicales exterminadores (del concepto) de Dios, como los notarios nietzscheanos de su muerte. Se han contentado con renegar de su verdadero nombre y de la dolorosa pasión que conlleva su testimonio público. (¿Para segregar compensatoriamente filosófica moralina?).
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