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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La cultura de la CIA

Por lo general, cuando leo en el título de un libro el nombre de la CIA, acostumbro a cambiar rápidamente de estantería, pues no soporto las historias de espías salvo en la ficción. En esta ocasión, sin embargo, la coincidencia entre el consejo de un amigo y la triste realidad de uno de los mayores fracasos de la citada 'institución' -el atentado contra las Torres Gemelas de Nueva York- me ha impelido a abrir las páginas de este libro, de cuya fascinada lectura voy a darles cuenta, porque se trata de otro de sus grandes fracasos anteriores, que quizá sirva a algún lector para una extraña reflexión: la CIA ha fracasado siempre a lo largo de su medio siglo de existencia, incluso cuando ha tenido razón, y sobre todo por tenerla.

LA CIA Y LA GUERRA FRÍA CULTURAL

Frances Stonor Saunders Traducción de Rafael Fontes Debate. Madrid, 2001 640 páginas. 3.500 pesetas

Y aún hay más, pues conforme más fracasa, al final la historia no ha tenido más remedio que dársela (la razón), pues las relaciones entre la realidad y el espionaje son tan inexistentes que sólo sirven para alimentar ficciones, que como se sabe son el verdadero reino de la irrealidad y el significado de lo real a la vez, chúpense ésa. Entre otras cosas, es tanta la complejidad -teórica, en la práctica es una bobada- de este tema, que ni siquiera un escritor tan desenvuelto como Norman Mailer ha conseguido todavía darnos la continuación que nos prometió hace diez años de una de las mejores novelas sobre la CIA que he podido leer recientemente, El fantasma de Harlot, que parece haber dejado en suspenso para siempre desde 1991, que ya es decir.

Bueno, dejando estas alturas para otro día, hoy les invito a bajar a la insignificante realidad, de la mano de esta joven profesora inglesa, que como también escribe novelas y hace cine, quizá nos pueda conducir como se debe por los vericuetos de esta historia indecente: la CIA nació tras la segunda gran guerra, bajo la inspiración del presidente Truman -aquel camisero que lanzó las dos primeras y únicas bombas atómicas que la historia ha conocido- a la cola del llamado 'plan Marshall' que de paso sirvió como tapadera para que el mundo siguiera haciendo esos negocios sin los que al parecer no puede sobrevivir. Pues, tras los grandes sacrificios que Estados Unidos había prestado para salvar a Europa, sus dirigentes estaban muy preocupados porque la cultura 'de izquierdas' dominase todavía el mundo intelectual del viejo continente, sin pensar que la Unión Soviética y el comunismo también se habían sacrificado a su vez para combatir contra el nazismo. Así las cosas, la CIA nació como un fruto quizá inmaduro hacia 1947, sustituyendo a la antigua OSS (espionaje en el exterior, pues para el interior ya existía el FBI), algunos de cuyos agentes habían sido personajes como el filósofo Ayer o el narrador Ernest Hemingway, que luego les saldría rana hasta el punto de que el FBI no tuvo más remedio que seguirle los pasos sin tomar las debidas precauciones, al menos para que la paranoia siguiera alimentando su creatividad.

Ésta es la historia que nos cuenta Frances Stonor Saunders, con una objetividad tan británica que no puede disimular del todo la vergüenza que le produce el tema, sin entrar en intencionalidades, ni en calidades, pues sólo cuenta hechos, que ya es bastante. La CIA no tiene desde luego muy buena prensa, y quizá sea ése su principal fracaso, pues ni siquiera ha podido convencer al mundo de sus buenas intenciones, aunque quizá a veces las haya tenido. El FBI, como luchaba contra criminales y delincuentes, lo tuvo en principio más fácil, hasta que su combate en favor de una locura irracional como la 'ley seca', empezó a estropearle las cosas para reconvertirlo en lo que es, una institución en favor del sistema establecido, esto es, de los negocios de los ricos contra los pobres y sanseacabó. Las cosas se estropean cuando los enemigos dejan de ser los malos, así no hay manera de considerarnos buenos jamás. Y esto fue lo que le pasó a la CIA casi desde el principio, los comunistas habían sido sus aliados y como en combatirlos se emplearon todas las malas artes del mundo, empezando por los gigantescos chorros de dinero puestos a su disposición, tanto más sospechoso cuanto más en secreto se llevaba todo y además en nombre de la libertad de expresión, el colmo, lo que antes era blanco se volvió negro, mientras los ex rojos daban lugar a toneladas de violetas, rosas y naranjas, que todo lo confundieron al final. Pues los capítulos siguientes, las falsas revoluciones 'sesentayochistas' y las 'disidencias' posteriores -al final también disueltas en el horizonte- hicieron triunfar las tesis de la CIA aunque por caminos que ella misma nunca supo ni previó.

En su combate anticomunista,

la CIA utilizó primero a ex comunistas disidentes del estalinismo -Koestler, Orwell, Spender, Malraux-, a desencantados como Bertrand Russell -que les salió rana también- y André Gide, o a liberales antifascistas como el 'intocable' Isaiah Berlin, Denis de Rougemont, Hannah Arendt, Croce, Raymond Aron, Jacques Maritain o Salvador de Madariaga. En realidad, rescataron, primero a ex comunistas y después a ex fascistas reconvertidos a quienes les perdonaron sus malas vidas pasadas, más a los segundos que a los primeros. Organizaron congresos, giras artísticas, exposiciones, crearon y financiaron revistas que se hicieron célebres y eran más falsas que Judas, pero en las que colaboraban intelectuales de envergadura, que sin ser directamente agentes suyos estaban bastante manipulados (y pagados, claro está). En fin, que, en nombre de la democracia, la libertad y la transparencia, crearon un opaco tinglado de 'profesores, policías y ladrones que mentían, manipulaban, engañaban, tejían una red impresionante de grandes (la Ford, la Rockefeller) o falsas (la Farfield) fundaciones para 'proteger' y encaminar sus dineros, apoyaban museos como el MOMA, orquestas como la Filarmónica de Boston, o tendencias artísticas como el expresionismo abstracto, o apoyaban el cine de Reagan o Cecil B. de Mille, libros como El Dios que cayó, 1984, El cero y el infinito o Doctor Zhivago después. Crearon el Congreso por la Libertad de la Cultura en medio del secretismo más oscuro, o algunas revistas tan célebres como Der Monat, Preuves, Encounter o en español los célebres Cuadernos del Congreso por la Libertad de la Cultura. Pues fue este Congreso, que a trancas y barrancas duró de 1957 hasta 1967, y que coincidió con la ejecución de los Rosenberg, el derrocamiento de Arbenz en Guatemala, la frustrada invasión de Bahía de Cochinos, la caza de brujas de McCarthy -contra la cual la CIA tuvo que defenderse y lo hizo bien- y la impopularidad creciente en su propio país de la guerra de Vietnam, así no hay quien trabaje, desde luego. Tropezaron con gente irreductible, como Sartre, Arthur Miller, Graham Greene y John Le Carré, pero por lo demás hicieron alguna que otra cosa buena (en España) y sus víctimas finales fueron sus propios inventores, qué lección. De todas formas, la CIA todavía existe, como se ve por sus acostumbrados malos resultados, por lo que cada vez que cruzo una esquina miro hacia atrás por si veo la sombra de alguno de sus bienintencionados y catastróficos agentes, por ver si así nos salvan al perseguirnos de nuevo, con perdón.

Los 'Cuadernos del Congreso por la Libertad de la Cultura'

ESTA REVISTA editada en español en París, que gozó de cierto renombre en las filas de la oposición antifranquista, estaba dirigida por el trostkista valenciano Julián Gorkin, y en ella escribieron gente como antiguos falangistas desengañados -Dionisio Ridruejo, Pedro Laín Entralgo-, viejos liberales exiliados como Salvador de Madariaga o semirrepresaliados como Julián Marías, esto es, todos antifranquistas y anticomunistas, aunque más lo último que lo primero, pues mientras tanto los americanos apoyaban al régimen de Franco, aunque no del todo. En este libro se habla de esta revista y de su director, pero de nadie más, salvo de De Madariaga, quien no intervino en la campaña organizada por la CIA en 1964, para que la Academia sueca no concediera el Premio Nobel de Literatura al poeta comunista chileno Pablo Neruda, pues pensó -y escribió- que no tenía posibilidades, ya que otra escritora chilena, Gabriela Mistral, ya había sido premiada con anterioridad. (¿Y no habrá estado la CIA detrás de los premios a Czeslaw Milosz, Joseph Brodsky o Derek Wallcott?). Neruda tuvo que esperar ocho años para tener el Nobel, ya como diplomático del régimen democrático de Salvador Allende en su país, pero en 1964 a la CIA le salió el tiro por la culata, pues quien resultó premiado aquel año fue su peor enemigo, Jean-Paul Sartre, quien además lo rechazó, lo que ya fue el colmo. De todas formas, cuando se descubrió poco después que Cuadernos estaba financiada por la CIA, la revista perdió todo su prestigio, agonizó lentamente hasta desaparecer y su subsecuente ludibrio salpicó a sus dignos colaboradores, no por ser agentes de la CIA, que evidentemente no lo eran, sino por haber cobrado de ella. Naturalmente, y en lo que respecta a la España de Franco, hay que reconocer que la actuación de la CIA fue más respetable que la de su propio Gobierno.

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