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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Virtuosa deslealtad

Günther Anders fue el seudónimo elegido por el joven Günther Stern (Breslau, 1902-Viena, 1992) cuando era el único autor de todos los artículos y recensiones de la revista cultural de la Bolsa berlinesa en los años inmediatamente anteriores al advenimiento del nazismo en Alemania. El editor le aconsejó que firmara, aparte de con su nombre, también como 'otro' y así lo hizo, pues eso significa 'Anders', en alemán. Más tarde, adoptó el seudónimo definitivamente.

De origen judío, Günther Stern se había doctorado en filosofía con Husserl después de haber tenido profesores tan insignes como Heidegger o Cassirer. Compañero de estudios de Hannah Arendt, se casaría con ella en 1929; ambos cónyuges debían ganarse la vida en el caótico Berlín de los años treinta, subsistiendo con becas y colaboraciones periodísticas esporádicas mientras comenzaban a escribir sus propios libros: Hannah, su Rahel Varnhagen, y Stern, que ya había publicado un libro filosófico: Über das haben, una novela en la que aventuraba la descripción de un país imaginario sometido a un Estado totalitario: Die molussische Katakombe.

NOSOTROS, LOS HIJOS DE EICHMANN. CARTA ABIERTA A KLAUS EICHMANN

Günther Anders Traducción de Vicente Gómez Paidós. Barcelona, 2001 97 páginas. 1.250 pesetas

Tanto Hannah Arendt como Günther Stern, perseguido por los nazis como colaborador de Bertolt Brecht, tuvieron que abandonar Alemania en 1933. Desavenencias de carácter motivaron finalmente el divorcio de la pareja en 1936; Stern emigraría entonces a Estados Unidos, donde ejercería diversos trabajos, desde docente de estética en Nueva York hasta obrero manual en Los Ángeles. De los años en Norteamérica extrajo las experiencias que constituirían el fermento de su obra maestra -inexplicablemente todavía no publicada en España-: Die Antiquierheit des Menschen . De regreso a Europa en 1950, Anders se estableció en Viena, donde vivió hasta el final de sus días como autor independiente.

Los dardos críticos del pensamiento de Anders apuntaron al fenómeno del mundo moderno altamente tecnificado, donde se echa de menos cada vez más la 'humanidad' y se intensifican las posibilidades de destrucción masiva. Fue uno de los primeros pensadores que advirtieron una fisura histórica en el lanzamiento de la bomba atómica, y uno de los fundadores del movimiento antinuclear. Sus reflexiones se centraron asimismo en el análisis de los asesinatos sistemáticos y de corte 'industrial' perpetrados por los nazis y en el carácter aberrante de un Estado totalitario que anula la voluntad de los individuos y los pone en funcionamiento como insensibles servidores de un aparato de terror.

Algunas de las tesis señeras del pensamiento de Anders se esbozan en Nosotros, los hijos de Eichmann. Dos apasionadas misivas componen el breve volumen que presenta Paidós dentro de su excelente colección de ensayo Biblioteca del Presente. Se trata de sendos manifiestos epistolares, dirigidos a Klaus Eichmann, primogénito de uno de los asesinos más representativos de los tiempos modernos, de ese gélido 'funcionario del mal' que fue el nazi Adolf Eichmann, teniente coronel de las siniestras SS y uno de los máximos responsables de la ejecución del plan denominado Solución final, consistente en exterminar a todos los judíos y 'no arios' de la faz del viejo continente. Eichmann padre programó y dirigió con suma eficacia los transportes atestados de 'carne de crematorio' hacia sus lugares de destino: los campos de exterminio repartidos por toda Europa central.

En 1961, un comando israelí penetró ilegalmente en Argentina y secuestró al ex SS que residía camuflado bajo otra identidad en un barrio marginal de Buenos Aires, comportándose como un honrado trabajador y padre de familia. Fue juzgado en Israel y condenado a muerte como culpable de genocidio y crímenes contra la humanidad: la sentencia se ejecutó el 31 de mayo de 1962.

Hannah Arendt, a esas alturas ya una reconocida intelectual, asistió al proceso como corresponsal del semanario norteamericano The New Yorker. Con sus crónicas elaboró un estremecedor documento: Eichmann en Jerusalén (Lumen), inapreciable lectura para complementar el volumen que reseñamos. La gran pensadora esbozó en su libro-reportaje su célebre tesis sobre la 'banalidad del mal': Adolf Eichmann, funcionario modélico, fue capaz de enviar a la muerte a millones de personas como aquel que realiza la tarea burocrática de facturar cualquier otro tipo de 'mercancía'. Ni siquiera pudo demostrarse que odiase a sus víctimas. Según Anders, que prosigue sus reflexiones en la estela abierta por Hannah Arendt, el ex nazi participaba de un mal absolutamente moderno: la imposibilidad de representarse mentalmente las consecuencias de sus actos. Ello lo dotaba a la vez de una extraordinaria insensibilidad hacia los hombres, mujeres y niños que enviaba a la muerte, inexistentes para quien, como él, actuaba cual engranaje mecánico en la producción industrial de ceniza humana.

Klaus, el vástago del asesino, carece de culpa alguna y Günther Anders se dirige a él a fin de hacerle reflexionar sobre su identidad, advirtiéndole de que se hará culpable y cómplice del horror si se muestra incapaz de juzgar a su progenitor y renegar de él en un acto 'virtuoso' de deslealtad filial. Tal acto de virtud sería un ejemplo decisivo para la causa mundial a favor del bien, que no es otra que la abominación y el combate contra el mal allá donde se produzca.

Este filósofo antiacadémico no cayó nunca en un tibio pacifismo ni tampoco en hueras demagogias consoladoras cuando de combatir el mal se trataba. Fue su divisa: 'Ningún perdón para los supersticiosos, fanáticos, necios, descerebrados, malvados y tiranos. ¿O es que uno se denomina filósofo por nada?'. Absoluta y militante moralidad, pues de ella depende la supervivencia de la especie humana.

Desde el punto de vista de la más elevada idea de justicia, desde un talante decidido y combativo, Anders le pide a Klaus que se una al movimiento de aquellos que desean dejar de ser 'hijos de Eichmann': esto es, de quienes se niegan a actuar como máquinas ciegas en el extermino de sus semejantes y que desean comportarse cual seres capaces de elegir su propia deslealtad frente al mal. El interpelado hace oídos sordos a la primera misiva y ello motiva la segunda; hubiera sido magnífico que reaccionara de otra manera, sobre todo porque Anders quería transmitirle su convencimiento de que no todos los monstruos tienen que engendrar otros monstruos, que la 'determinación' -también la sanguínea- es ficticia, que el refrán 'de tal palo tal astilla' es sólo un dicho popular sin consistencia... pero nada más certero en el caso del SS Adolf Eichmann y su retoño Klaus.

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