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Columna
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González / Cebrián

Ni soñando hubiera podido Max Weber encontrar dos personajes más idóneos para representar su famosa antagonía (ética de la responsabilidad / ética de la intención) como estos dos tan reales, Felipe González y Juan Luís Cebrián, autores dialógicos de El futuro no es lo que era. Un título magnífico, procedente de Paul Valéry, y sugerido por Julio María Sanguinetti, según el propio ex presidente de Uruguay reveló la tarde del lunes, en un atestado Salón Almirante de los Reales Alcázares de Sevilla. Pero tampoco el libro es lo que quiso ser, cabría añadir, a tenor del contexto en el que ha caído: las secuelas del 11-N, 'la globalización de la inseguridad' (González), 'la inexistencia política de Europa' (Vázquez Montalbán), la 'pasmosa alianza internacional' (Hugh Thomas), 'la sensación de que se está en regresión democrática' (Pérez Royo); la crisis, en fin, del modelo occidental, y un río de incógnitas a las que no queremos acostumbrarnos. Algo de este calibre parecía desprenderse de la actitud de un público -casi 400 personas- que se mantuvo atento más de tres horas, expectante, con una avidez intelectual como hace tiempo no veíamos.

Tal vez con la constatación de este fenómeno podríamos iniciar un tímido, voluntarioso elenco de aspectos favorables, en medio de tanta ruina. También los participantes en la mesa redonda, que enmarcó la presentación del libro, hicieron un notable esfuerzo -¿de la necesidad, virtud?- por encontrarle el lado positivo al desastre. González, acuciado por una irrefrenable ansiedad de acción política (¡), destacó que USA empieza a tener en cuenta a los demás. En la misma línea, Sanguinetti quiso creer que la nueva alianza no puede servir sólo para una guerra, además de ironizar inteligentemente sobre el intervencionismo económico, ahora, de los clásicos estados liberales ('lo que se creía exclusivo de los gobiernos populistas latinoamericanos'); Montalbán se felicitó -es un decir- de que al menos el poder político se esté recuperando frente al económico; en semejante, Pérez Royo hizo votos por el fin del desprestigio de la acción del Estado. Y Cebrián alertó del peligro postmoderno de dar validez a cualquier tradición cultural, incluso las que violan los derechos humanos y los valores democráticos. Si lo sumamos todo, es cierto que empieza a vislumbrarse un cambio cualitativo en el mundo, algo a lo que agarrarse, o será algo en que soñar nuevamente.

Y en cuanto al libro, bastantes sorpresas aguardan al lector no prevenido. Verán ahí a un Felipe pronunciarse, sin rodeos, a favor de las listas abiertas en los procesos electorales, y decir (ojo): 'Yo no creo en las primarias de los partidos políticos, 'salvo que sean para todos'. (El cronista tuvo un mal pensamiento, viendo a este González sin recato alguno en su activismo político: ¿qué ocurriría en unas primarias entre él y Zapatero por la próxima candidatura a la Presidencia del Gobierno?..). Así como matizar su opinión sobre la actitud del Rey en los preámbulos del intento de golpe de 1981, o sentirse responsable de no haber propiciado la memoria del franquismo. A uno y otro de los dos contertulios discrepar en asuntos nada pequeños, como las clases de religión en los centros públicos. Y así un sabroso etcétera.

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