El Madrid se vulgariza y cae en Moscú
El Lokomotiv se aprovecha del frío para ganar un partido que los blancos jugaron con indiferencia
Vulgarizado en su alineación y huérfano de alicientes competitivos, el Madrid cerró de mala manera en Moscú la primera fase de la Liga de Campeones. No estaba Zidane, ni Figo, ni Raúl, ni Roberto Carlos, nadie capaz de distinguirse y establecer diferencias. No había tampoco nada en disputa, con el primer puesto del grupo guardado ya desde hace días en el maletero. Y, además, estaba el frío, la lluvia y todas esas incomodidades futbolísticas que representan los territorios rusos por estas fechas. El caso es que el Madrid nunca encontró argumentos ni capacidad para entrar en el partido y no lo hizo. Se limitó a perder, consciente tal vez de que tampoco pasaba nada.
Bueno, estaba eso que Del Bosque recordó en la víspera como objetivo prioritario, asegurar que el Madrid siempre esté bien representado por el mundo. Pero esas cosas que tienen más que ver con la camiseta y los escudos apenas conservan vigencia en estos tiempos. O sí, la tienen, pero exclusivamente a los ojos de rival sin demasiado pasado ni potencial, como el Lokomotiv. El equipo ruso sí sintió el peso de la camiseta que tenía enfrente y por eso, más allá de un intento por obtener el punto que le aseguraba el consuelo de la UEFA, le encontró un sentido al partido: ganar al Madrid, un motivo de orgullo, una cuestión de honor.
LOKOMOTIV 2| REAL MADRID 0
Lokomotiv: Nigmatulin; Sennikov, Cherevchenko (Drozdov, m.77), Chugainov (Obradovic, m.23), Ignashevich, Lekcetho; Izmailov, Maminov, Loskov; Pimenov y Buznikin (Obiotah, m.74). Real Madrid: César; Miñambres, Helguera, Pavón, Raúl Bravo; McManaman (Valdo, m.60), Makelele (Rubén, m.71), Celades, Solari; Munitis y Morientes (Aranda, m.60). Goles: 1-0. M.30. Loskov saca una falta por bajo desde la derecha y Buznikin se adelanta en el primer palo y marca. 2-0. M. 50. La defensa del Madrid no consigue despejar correctamente la pelota, Pimenov la devuelve al área y Cherevchenko bate a César. Árbitro: Riley (Inglaterra). Amarilla a Helguera. 18.000 espectadores en el Dynamo Stadium de Moscú.
Pero el resultado de ayer no sólo se explica desde el contraste de actitud. Tampoco únicamente desde la habilidad de los rusos para salir de los cinco grados como de una sauna o de bailar claqué sobre suelo mojado entre la sucesión de resbalones de los madridistas. La derrota también se explica desde la calidad. No la tuvo el Lokomotiv, al que el ánimo y un escurridizo Izmailov le llevaron arriba, pero sobre todo no la tuvo el Madrid, de lo más corriente sin sus cracks.
Moscú demostró que el Madrid anda corto de plantilla. La tiene llena de jugadores complementarios, de segunda fila. Hubo un día en que Morientes formó parte de la aristocracia de los jugadores, pero ya no. Ha sufrido una decadencia repentina, cada vez con más pinta de irreversibilidad. Antes llegaba al sitio exacto del área un segundo antes que los demás, ahora aparece uno más tarde. Y es esa franja horaria la que marca la vigencia de los delanteros.
El Madrid no tenía a nadie al que agarrarse. Munitis, Celades, Makelele, Solari, McManaman son futbolistas de compañía, menores, sin entidad para tirar del carro. Sólo había jerarquía en Helguera, pero jugó atrás hasta el minuto 70, sin suficiente poder sobre el juego. Lo demás fueron los chavales, que tampoco supieron modificar el rumbo al partido. Miñambres y Raúl Bravo cumplieron defensivamente, pero apenas probaron aventuras por sus bandas. Estuvo mejor Pavón, creciendo en su formación como central de los grandes, pero desde el corazón de la defensa poco pudo aportar a la creatividad del juego de los suyos.
El Madrid sólo apareció en dos ráfagas de Solari en la primera mitad. Pisó Moscú de puntillas, indiferente desde lo competitivo e incapaz desde lo futbolístico. Y por eso, el Lokomotiv, poquita cosa, le pasó por encima.
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