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Entrevista:AGUSTÍN ESCARDINO | PREMIO JUAN DE LA CIERVA 2001

'Aquí la edad de los investigadores es muy joven, porque la gente se va'

María Fabra

Agustín Escardino nació hace casi 70 años, aunque su semblante y su flequillo, todavía en punta, digan otra cosa. Desde 1965 es catedrático de Ingeniería Química y sigue sintiéndose orgulloso de no haber dejado nunca la docencia universitaria. Aún así, la vida le ha dado para mucho. Ha dirigido 38 tesis doctorales y 61 tesinas de licenciatura y trabajos de suficiencia investigadora, ha publicado 123 artículos de investigación, presentado 108 comunicaciones o ponencias a congresos y participado en 47 proyectos de I+D. Forma parte del American Institute of Chemical Engineers (USA), de la American Ceramic Society (USA) y de otras sociedades españolas vinculadas a este sector, además de ser vocal del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. De entre todos los premios y menciones recibidos, todavía se emociona al recordar la Medalla de Oro de la Universidad de Valencia, a la que considera 'su' universidad. En las últimas elecciones a rector de la Universidad Jaume I aceptó aparecer en la lista de Francisco Toledo, a condición de continuar trabajando para el Instituto Tecnología Cerámica (ITC). Después de tantos años, su tempo no es el mismo que el de otros investigadores, sino que acompasa su trabajo al corto plazo que exigen los empresarios. Ahora su trabajo ha sido reconocido con el Premio Nacional Juan de la Cierva, que otorga bianualmente el Ministerio de Ciencia y Tecnología, por algo que lleva haciendo desde 1969: investigar 'para' el sector productivo. En este caso, de forma intensa, para el sector cerámico.

'El Ministerio de Ciencia ha sido poco consultado para la redacción de la Ley de Universidades'
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Capacitados, pero poco relacionados con las empresas

Pregunta. ¿Qué significa este premio?

Respuesta. Es el primer premio que me concede la Administración, y no por haber desarrollado una investigación, sino concretamente por la innovación que es la transferencia tecnológica a las empresas. Desde 1969, con la creación del ITC, yo ya tenía la intención de colaborar con el sector empresarial y, desde entonces, la mayor parte de mis esfuerzos ha sido para que cristalizara.

P. ¿Es, quizá, uno de lo más difíciles de conseguir porque no basta el trabajo científico, sino que se premia su vinculación con el proceso de producción?

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R. Antes se hablaba de investigación aplicada. Ahora, está orientada a conseguir unos objetivos a corto o medio plazo para mejorar los procesos productivos. Pero además de la investigación por encargo y, paralela a la mejora del conocimiento, se encuentra la asistencia técnica, porque además de la tecnología inédita se necesita personal cualificado que la aplique. Esto es extensible a toda la investigación. Yo sólo no lo hubiera podido hacer en el ITC. Puedo haber sido el impulsor o promotor, pero no soy el que genera toda la tecnología.

P. ¿Ha tenido que 'sacrificar' su curriculum para que el instituto funcionara?

R. Cuando te pasas a algo nuevo como investigar 'por encargo', primero hay un bajón. Al principio, sí que sacrifiqué mi carrera como investigador pero fui tapando ese agujero hasta empezar a publicar en la década de los noventa.

P. ¿Cómo se consigue establecer ese contacto entre el investigador y la empresas?

R. El tema no es tan complicado como largo. Para nosotros, al principio fue difícil porque no teníamos ni equipo, ni personal, ni medios y comenzamos con contratos de amigos. Para poder captar clientes es fundamental un laboratorio de ensayos acreditado y empezar a hacer pequeñas cosas y no muy caras para que el cliente se dé cuenta de que hay posibilidades y de que puede ser rentable para su empresa. Hemos tenido casos en los que la solución no era explotable porque resultaba muy cara, pero hay que alcanzar productos competitivos.

P. Pero ¿por qué es tan complicada la conexión entre las empresas y los investigadores?

R. A los investigadores no se les plantea ese problema, porque no se lo han enseñado nunca. Los investigadores trabajan con un objetivo. Pueden tener interés en investigar como desarrollo del conocimiento pero no suelen tenerlo como desarrollo industrial. La variable tiempo es muy importante. En general, sólo si ha de informar de su trabajo, el investigador se marca una fecha y, aún así, puede informar sin haber nada positivo. Pero la empresa no puede esperar, quiere resultados en un plazo entre seis meses y un año y medio. Y hay que mentalizar a la gente de esto. Si no, por muchas oficinas de transferencia de tecnología que creen, no se resolverá nada.

P. ¿Acaso fue más fácil en el sector cerámico?

R. En 1969, el equipamiento y la tecnología eran importados. Ahora, en tecnología, vamos por delante de los italianos, nuestros principales competidores, que nos miran con mucho respeto.

P. Y sus particularidades, ¿fueron un handicap?

R. Las pequeñas y medianas empresas funcionaban todas igual, comprando equipo y tecnología y encargando al suministrador de la asistencia técnica. Italia no iba a vendernos la tecnología puntera y nos ha tocado jugar también un papel en formación de técnicos, creando primero una optativa en técnicos cerámicos y luego camuflando y orientando la especialidad de Química Industrial a la industria cerámica. La particularidad del sector no ha sido un hándicap. Con los pequeños empresarios, en general, se ha de romper la barrera de la incomprensión y de la incomunicación.

P. Por contra, ¿fue una buena elección la del sector cerámico, por su capacidad de reinvertir sus beneficios?

R. La naturaleza del sector ha sido una ventaja, porque es más fácil desarrollar líneas de investigación para el desarrollo tecnológico. En otros casos se han de centrar en el diseño. Éste, además, es un sector muy dinámico.

P. ¿Qué valora más, el reconocimiento de la comunidad científica o el del sector empresarial?

R. El reconocimiento de la comunidad científica es un reconocimiento académico. Yo no me he ido nunca de la universidad y he podido canalizar las ofertas que he tenido de varias empresas a través del instituto. En cualquier caso, el más emocionante desde un punto de vista personal fue el de la medalla de mi universidad.

P. ¿Cree que la Ley Orgánica de Universidades aborda de manera adecuada el papel de la investigación en la universidad?

R. El problema es que hay dos ministerios, el de Educación y el de Ciencia y Tecnología. Y creo que este último ha sido muy poco consultado para la redacción de la ley. Lo normal es haberla desarrollado en colaboración. En todo caso, como hay comunidades, como la valenciana, que lo tiene transferido, quizá, lo que no está previsto por la ley, pueda ser puntualizado en la comunidad. Yo confío en la labor de la Oficina de Transferencia de Tecnología.

P. ¿Cómo se consigue que los investigadores no 'huyan' a las empresas o al extranjero?.

R. Los investigadores tienen becas en un país en el que se forman y que sabe que el desarrollo se basa en el conocimiento. Vuelven sin ninguna plaza y, en muchos casos, regresan a su lugar de formación, en la mayoría de los casos EEUU, donde adaptan a su lengua los trabajos que publican miembros de otros países. No se puede evitar. En diez años, del instituto salieron 93 personas. Aquí la media de edad es muy joven porque la gente se va.

P. ¿Qué le parece el programa Ramón y Cajal de recuperación de cerebros?

R. Es interesante porque son puestos de trabajo por cinco años pero la propaganda que han hecho de él no coincide con lo que realmente es porque, qué pasará dentro de cinco años.

P. ¿Cómo ve el futuro del sistema valenciano de I+D?

R. Soy optimista. Está mejorando porque tenemos instalaciones con las que ni soñábamos y personal cada vez más formado. Hay medios, aunque pocas becas, pero se está mejorando. Un país no puede evolucionar de golpe.

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