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LA COLUMNA | NACIONAL
Columna
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El pactismo como ideología

Josep Ramoneda

EL PACTO ES un instrumento, nunca puede ser un fin ni tampoco una ideología. La voluntad pactista del PSOE de Rodríguez Zapatero -que ha hecho del pacto, si no un fin, por lo menos una estrategia- ha encontrado en el proceso de acuerdo para la renovación de cargos institucionales el retrato de sus limitaciones y de sus riesgos para el primer partido de la oposición.

El episodio final es patético. Y la imagen resultante, muy negativa para el PSOE. Escuchando las explicaciones de Arenas que el PSOE ha aceptado como una salida satisfactoria que permite cerrar el acuerdo, parecería que el único problema fuera colocar a Jaime González, un amigo de Zapatero. Poco importa que entre los elegidos se encuentre gente con tan escasa tradición democrática como García-Calvo; poco importa que el Tribunal Constitucional tenga a partir de ahora un solo constitucionalista en sus filas; poco importa que el acuerdo desprenda la más absoluta continuidad en la valoración de la sumisión ideológica por encima de la competencia profesional de los interesados; poco importa que el prestigio de las instituciones se haya deteriorado con tanto pasteleo de nombres; poco importa que los candidatos hayan visto sus nombres manoseados de forma nada dignificante (la fuerza de arrastre del cargo debe ser muy potente, porque tal como se hacen las cosas parece increíble que ninguno de los elegidos haya renunciado por elemental autoestima). El PSOE, en vez de ejercer su minoría de bloqueo para imponer otras maneras y otros criterios, parece haber optado por coger la parte del pastel que le corresponde y esperar que vengan tiempos mejores. El PSOE no cuestionó nada fundamental y encima quiso montar un órdago porque Zapatero se sintió ofendido por Rato. Rato debe estar mondándose de risa al ver que el episodio acaba como él quiso: sembrando de sospechas el nombramiento de Jaime González.

Los partidos políticos deberían entender que historias como ésta no hacen sino aumentar su desprestigio. Cabía esperar que el PSOE renovado comprendiera este riesgo: de momento el pactismo, más que un arma de oposición, es una trampa que coloca al PSOE a remolque del PP. Las mayorías absolutas son un imán muy poderoso. En una política ideológicamente descafeinada como la actual la tentación de pensar que el que ha ganado por mayoría absoluta tiene razón y que hay que buscar cobijo bajo su paraguas es grande. Zapatero, desde que llegó, parece más pendiente de ser aceptado en las bases electorales de Aznar que de ofrecer un proyecto claramente diferenciado a las suyas. La tradición democrática dice que sólo a partir de la definición de una alternativa inteligible, que permita atraer al electorado afín, se puede empezar a morder en estas franjas cambiantes que determinan las mayorías.

Puede que en un primer momento el pactismo en todas direcciones diera a Zapatero notoriedad e imagen de Estado. Pero la coyuntura ha cambiado sensiblemente. La crisis internacional obliga a remar en dirección contraria a los excesos del darwinismo social fomentado por la derecha con la complicidad de la izquierda. Como ha insinuado la prensa británica, las exhibiciones de celo de Blair en primera línea de la guerra tienen para el primer ministro el beneficioso efecto colateral de dejar en segundo plano lo que podría ser el gran escándalo de la legislatura: los devastadores efectos de la privatización de los trenes británicos.

En el panorama actual cuenta Zapatero con terreno suficiente para construir un discurso desacomplejado, sin necesidad de ofrecer un pacto a Aznar cada mes. El pactismo sólo beneficia al Gobierno, que además elige aquellos pactos que le sirven para desactivar debates incómodos. El pacto de la justicia, por ejemplo: se firmó, asunto liquidado. De momento no se aprecia un solo signo de aplicación efectiva de la reforma, porque si la renovación de cargos tiene que entenderse como una premonición del futuro de la justicia vamos apañados.

Zapatero insiste estos días en la necesidad de recuperar la política. Lleva razón, la sociedad no puede ser regida por los consejos de administración, pero tampoco por una clase política cerrada como un sistema de intereses corporativo, que es lo que ocurre cuando el pactismo es el supremo horizonte ideológico.

Miembros del Tribunal Constitucional en una sesión plenaria
Miembros del Tribunal Constitucional en una sesión plenariaRICARDO GUTIÉRREZ

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