Personalismo y guerras intestinas
Un historiador investiga las prácticas caciquiles en Huelva entre 1931 y 1936
A las siete de la tarde del martes 14 de abril de 1931 se proclamaba la II República en Huelva con los ciudadanos repartidos entre el temor y la espera. La nueva situación, a diferencia del resto de España, llegó a la provincia onubense acompañada de una batalla caciquil de primer orden. Sus protagonistas fueron Manuel de Burgos y Mazo, que controlaba el cacicato de Moguer, y Javier Sánchez Dalp, Marqués de Aracena, terrateniente en la sierra, ambos avezados políticos del viejo régimen monárquico. Si bien, en el resto de la nación, y sobre todo en Andalucía, los ciudadanos presentían la posibilidad de una España democrática, en Huelva la existencia de una población obrera, en su mayoría agrícola y analfabeta, era el caldo de cultivo político para estos dos caciques.
El caciquismo surgió tras la Constitución de 1837 y la victoria sobre el carlismo. Las diferencias entre el Partido Moderado y el Progresista dieron lugar al clientelismo político. Una manera de controlar el poder que se extendió en Huelva hasta el inicio de la guerra civil. La figura del cacique, según el historiador Javier Tusell, 'se representa en el propietario agrícola que asumía el papel de jefe político de un partido en la comarca o región, mediante el control del mercado de empleo y la utilización de diversas formas de favoritismo'.
Sobre la influencia del caciquismo en Huelva durante la II República, que provocó la división de la derecha y el fortalecimiento del PSOE desde la Comarca Minera, realiza un exhaustivo estudio Cristóbal García, profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Huelva, en Modernización política y pervivencias caciquiles. Huelva, 1931-1936. Se trata de un libro que obtuvo el pasado año el Premio Diego Díaz Hierro de Investigación, que otorga el Ayuntamiento de Huelva. Cristóbal García aporta datos demoledores sobre el marco social y económico de la provincia: por ejemplo, 'en las municipales de 1933, el grado de analfabetismo de los electores onubenses era muy elevado. Del muestreo realizado se obtuvo un porcentaje de analfabetismo del 46,28%', explica el autor.
García reconoce que en ese tiempo, el funcionamiento de los partidos de masas, el PSOE y la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), la celebración de elecciones libres (1931, 1933 y 1936), 'avalarían la tesis favorable a la consideración de la II República como un sistema democrático'. Por el contrario, añade, que 'las prácticas caciquiles en los procesos electorales aún pervivieron: los ayuntamientos tenían una muy escasa autonomía y estaban a menudo sometidos a la actuación arbitraria de los gobernadores civiles, hasta el punto de ser sustituidos en función de intereses partidistas'.
Burgos y Mazo, nacido en 1862, se inició en la política en Madrid: 'A los 31 años fue jefe del Partido Conservador en Huelva, estableciendo un cacicato que, partiendo del Condado, extendería su influencia a toda la provincia'. Sánchez Dalp, jefe más nominal que efectivo, 'formaba parte de una familia caciquil de fuerte consolidación en Aracena'. 'Sus enfrentamientos durante la época de Alfonso XIII pervivieron durante la II República e impidieron que la derecha se articulara en una opción fuerte'.
Cristóbal García incide en 'la incapacidad' de la derecha para aglutinar y cohesionar a su base ideológica, durante los dos años posteriores a la proclamación de la República: 'el personalismo de los caciques y las guerras intestinas lo impidieron'.
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