Un antropólogo de la gente corriente
Rafael Polo estudia en un libro las relaciones sociales en Astilleros de Sevilla entre 1972 y 1987
Rafael Polo acaba de publicar El ocaso del Astillero, un estudio antropológico sobre las relaciones sociales en la fábrica sevillana entre 1972 y 1987, una época decisiva de transición política. Licenciado en Geografía e Historia en la sección de Antropología Social, Polo pretende reflejar las claves de una organización social compleja y delicada.
Las fábricas son microcosmos que reflejan toda una sociedad. Las escalas jerárquicas, las tensiones entre los jefes y los empleados, la pugna soterrada entre los obreros y los oficinistas, los enchufes, los accidentes, las diferencias salariales, los privilegios, los pelotas, los trepas... Se trata de situaciones y personajes que dibujan un cuadro social delicado y complejo en el que un trabajo antropológico puede contribuir a aclarar muchas cosas. Es lo que ha hecho Rafael Polo (Sevilla, 1955) con su libro El ocaso del Astillero.
Antiguo electricista de mantenimiento en Astilleros de Sevilla y licenciado en Geografía e Historia en la sección de Antropología Social, Polo intenta reflejar en este libro las relaciones sociales que se establecieron en la fábrica entre 1972 y 1987. El ocaso del Astillero es una edición de autor que se puede encontrar en librerías de Sevilla. Para conseguir este libro, cuyo precio es de 2.800 pesetas, se puede llamar al autor al teléfono 607 080639. Polo, que es ahora funcionario en excedencia de la Junta, fue también sindicalista en Astilleros. 'Empecé en la clandestinidad en CC OO en 1972', puntualiza.
Polo se enfrenta al olvido con este libro. 'Ves que están pasando a tu alrededor cosas que son históricas, que merecen ser contadas y que nadie lo hace. En Sevilla veo que la gente vive muy de espaldas a sus realidades económicas. Y había una cierta industria. Sigue habiéndola, aunque menos. Astilleros de Sevilla fue una de las fábricas más productivas del mundo. Eso se sabía en Astilleros y punto. Cuando lo contabas fuera, la gente se reía. España, en la primera mitad de los setenta, era la tercera productora del mundo de buques mercantes y esa producción, básicamente, la hacían cuatro astilleros: Cádiz, Sevilla, Olaveaga y Sestao. Producíamos más que EE UU, Reino Unido, Francia y Alemania. Sólo Japón y Suecia nos sobrepasaban', relata el antropólogo.
'Astilleros de Sevilla, a principios de los setenta, daba de comer a 10.000 familias entre plantilla, industria auxiliar y talleres que trabajaban para la fábrica. El sevillano tiene una actitud muy peculiar respecto a sus realidades económicas. Ignora que en Sevilla se fabrican aviones. Tan sólo sabe que se hacen barcos por las movilizaciones de los trabajadores de Astilleros en los periódicos. También ignora que se fabrican tanques en Alcalá de Guadaíra', se lamenta.
Polo reconoce que realidades como las de una fábrica 'no han sido hasta ahora el centro de atención de la antropología'. 'Los antropólogos han buscado hasta ahora lo marginal. Empezaron estudiando a los primitivos. Cuando se fueron quedando sin primitivos, buscaron a las minorías étnicas y grupos aislados... Y, sin embargo, el método antropológico se puede aplicar a la gente normal y corriente', explica.
Polo admite que el hecho de haber trabajado en Astilleros 'hace el libro más subjetivo y menos científico'. 'Sin embargo, puede hacer descubrir factores que un observador externo no iba a detectar. Por ejemplo, hay una serie de actitudes vitales de las personas que sólo se observan cuando convives con ellas. Hay aspectos de la vida que la gente oculta en cualquier sociedad y más en Sevilla', comenta. 'El sevillano es capaz de desarrollar contigo una amistad durante años y que tú, sin embargo, ignores aspectos cruciales de su personalidad. Además, el libro gana fuerza narrativa. Más que hacer ciencia busca despertar la curiosidad hacia aspectos de nuestra vida que creo que son importantes', dice Polo.
El antropólogo recuerda la brutalidad cotidiana del franquismo. 'En 1970 despidieron a 70 compañeros por hacer una hulega. No se andaban con chiquitas. Si te despedían por motivos sindicales no había indemnización. Y era tener que buscarte la vida. No quiero dramatizar porque los años setenta no fueron tan duros como los cincuenta. Aunque era una dictadura, no era la misma dictadura', indica.
El antropólogo no cree que el individualismo sea una actitud exclusiva de la sociedad del siglo XXI. 'Vivimos en una época más individualista que aquella, pero hay que matizar. Las clases medias altas son siempre más individualistas. El trabajo duro te hace más solidario. El taller de mantenimiento y el departamento administrativo, es decir el taller y la oficina, eran dos universos mentales distintos y estaban en la misma empresa', explica.
'El que hace un trabajo manual considera que los demás están poco menos que mariposeando. El trabajador manual tiene un sentimiento de superioridad moral sobre otras personas que quizás ganan más dinero, pero lo hacen de manera más cómoda, de una manera que no implica esfuerzo ni peligro para su vida', concluye Polo.
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