_
_
_
_
Tribuna:Debate: Libertad de expresión y lucha antiterrorista
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Peor que el ántrax

Las restricciones políticas, la intervención judicial y el poder económico y social se han combinado a lo largo de nuestra historia para hacer de la idea revolucionaria estadounidense de una ciudadanía culta e ilustrada un ideal lejano. La guerra de Afganistán ha alejado aún más este ideal.

¿Está diciéndonos la verdad el Gobierno acerca de las dimensiones políticas y militares de la guerra? La Casa Blanca, animada por un Congreso pasivo y reacio a utilizar sus amplios poderes, no ha dicho cuáles son sus objetivos. La guerra es un reality show de televisión y la opinión pública ha sido relegada a la categoría de audiencia. Las realidades son muy dolorosas: el ataque del 11 de septiembre y, por supuesto, la oscura amenaza del bioterrorismo. Si exceptuamos las llamadas, cada día más estridentes, a la unidad nacional y las referencias a las exigencias de esa 'seguridad nacional' que es obviamente incapaz de proporcionar, el Gobierno ha actuado como si no tuviéramos ningún derecho a saber y muy poco a hablar.

La prensa que piensa de sí misma que es libre es en realidad un gigantesco ministerio de propaganda
Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

El presidente está obsesionado por controlar el flujo de información. Ha intentado excluir al Congreso de la información que necesita para hacer juicios independientes de su actuación. Su equipo ha pedido a los medios de comunicación que le consulten antes de transmitir declaraciones de Bin Laden. Los propietarios de las cadenas de televisión, en cuyo diccionario no entra la palabra 'censura', se apresuran a acatarlo. Cualquier pequeña brizna de honor que quede en el periodismo estadounidense ha sido conservada por el nuevo director del diario The New York Times, Howell Raines, que le dijo a la Casa Blanca que la responsabilidad de su periódico era para con los lectores. Raines sin duda recordaba que en 1961 el Times accedió a la petición de John Kennedy de no publicar noticias de los preparativos para el desembarco en bahía Cochinos. Si se hubiera negado, la nación podría haber tenido entonces lo que aún sigue esperando 40 años más tarde: un debate sobre nuestra política con respecto a Cuba. Y en un intento grotesco de tener éxito donde fracasó Nixon, la Casa Blanca le pidió a The Washington Post que suprimiera el reportaje de Woodward, el periodista del caso Watergate.

Sería fácil excusar a los medios de comunicación con razones bíblicas ('Perdónales porque no saben lo que hacen'). Sin embargo, la mayoría de nuestros directores y periodistas no son simplemente ignorantes: son conformistas y venales. Tal vez sus energías críticas quedaron exhaustas en sus luchas homéricas contra los lances libidinosos de Clinton. Están indefensos ante las dudas europeas sobre nuestra capacidad, la hostilidad musulmana hacia nuestro respaldo a Israel y la guerra contra Irak y los estragos de la globalización. No está claro cuál es su característica más sobresaliente, si la complacencia o el provincianismo. La prensa que piensa de sí misma que es libre es en realidad un gigantesco ministerio de propaganda, que recicla interminablemente las razones, cada vez más huecas, con las que Estados Unidos se justifica a sí mismo.

La opinión pública, sin embargo, no está ávida de utilizar su libertad. Completamente atemorizados, muchos de nuestros ciudadanos equiparan cuestionarse las cosas con deslealtad, si no con traición. Repiten como propias las banalidades que han oído en televisión. El ciudadano ha dado paso al creyente, y las funciones del presidente se parecen más cada día no a las de un jefe de Estado electo, sino a las de un Pontifex Maximus de una iglesia monolítica. Aquéllos que tienen otras ideas, en periodismo, en las escuelas y en las universidades, se enfrentan a una Inquisición secularizada. Ya hemos pasado antes por episodios de este tipo, y las ideas de las que al principio se abominó acabaron por triunfar. Sin embargo, el largo plazo es muy largo. En el corto, el autoritarismo estadounidense es una amenaza para nuestra salud nacional peor que la del ántrax (carbunco).

Norman Birnbaum es catedrático emérito de la Universidad de Georgetown.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_