Mensajes desde Gante
El Consejo informal que ha reunido a los jefes de Estado y de Gobierno de los Quince en Gante debería haber sido, según su primitiva agenda, una reunión dedicada básicamente a la economía, a sólo dos meses y medio de la introducción del euro, y a debatir el futuro perfil europeo tras la ampliación. Pero los acontecimientos de septiembre en EE UU, como no podía ser de otra manera, siguen reclamando la parte del león de cualquier reunión de dirigentes internacionales. Así, la Unión Europea ha vuelto a reiterar su compromiso con Washington en la guerra contra el terrorismo global y respalda indirectamente, en su declaración final, el derrocamiento del régimen integrista afgano. Los Quince urgen la puesta en práctica de su imponente batería de 79 medidas adoptadas tras los atentados de Nueva York y Washington, que abarcan desde una mayor cooperación policial y judicial hasta una acción más decidida contra las redes de financiación y blanqueo de dinero al servicio del terror. Y pondrán en marcha un plan para prevenir y combatir actos de bioterrorismo.
Pero la reunión en la ciudad belga ha puesto también crudamente de manifiesto las limitaciones de la UE en materia de política exterior y su timidez en la respuesta a una crisis económica que se agrava por momentos, en contraste con las decisiones adoptadas en EE UU para restablecer la confianza y el crecimiento. Las discrepancias entre la dirección política de los Quince y el Banco Central Europeo han forzado la eliminación del comunicado final de una enérgica petición al BCE para que abaratara el precio del dinero. La oposición del gobernador Duisenberg y su estado mayor a lo que consideran una intromisión de los jefes de Gobierno ha dejado la cosa en vaga recomendación de cambios en la política monetaria si mejora la inflación y se mantiene la moderación salarial.
El detonante que ha hecho más evidente la necesidad europea de un liderazgo claro y de una acción conjunta en situaciones de crisis ha sido la reunión previa a la cumbre de sus tres pesos pesados -Alemania, Francia y el Reino Unido- para estudiar su concertación con las acciones militares estadounidenses. El cónclave, cuyos resultados no se conocen, ha irritado profundamente al presidente de la Comisión, Romano Prodi, y a los países más pequeños, aunque entre éstos haya habido matices a la hora de enjuiciar el hecho consumado.
La realidad es que, tras el inicial toque a rebato que siguió a las matanzas de Nueva York y Washington, el papel de Europa se ha ido difuminando en declaraciones, a veces discrepantes, de diferentes Gobiernos, o confinándose a la actividad diplomática de la troika o de ministros de Exteriores concretos en países de Oriente Próximo y Asia Central. La presencia bélica desde el primer momento del Reino Unido junto a EE UU se ha producido a título de histórico aliado excepcional.
Los hechos vienen a reiterar, como sucedió en la guerra de Kosovo, que la UE carece como tal de los medios e instrumentos militares para implicarse en una crisis de envergadura. Los acontecimientos de septiembre, en su indudable condición de revulsivo planetario, han provocado además el ensimismamiento de la política exterior de los principales actores europeos y acotado las posibilidades de la denominada política de seguridad común. En un orden sacudido en sus cimientos desde el 11 de septiembre, éste es uno de los mayores retos para la Europa presente y para la que se dibuja en un horizonte cercano.
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