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Columna
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Rodrigo Rato no es Celia Villalobos

Rodrigo Rato no es Celia Villalobos. La ministra de Sanidad puede decir cualquier cosa y provocar la hilaridad, pero nadie va a perder un segundo en tomarse en serio lo que haya dicho. Es una vergüenza que sea así y que una persona tan insolvente y tan vulgar esté al frente de un ministerio de cuya gestión depende el ejercicio de un derecho tan importante como es el derecho a la salud, pero así es. El presidente del Gobierno, que tiene la facultad de designar y separar libremente a los ministros, sabrá por qué la nombró y por qué la mantiene.

Pero Rodrigo Rato no es Celia Villalobos. Y él lo sabe. Sabe que no se va a aplicar el mismo criterio de interpretación a sus palabras que el que se utiliza para las palabras de la ministra de Sanidad. Sabe que cuando formula una acusación de chantaje y lo hace solemnemente, en el Pleno del Congreso de los Diputados y en dos ocasiones separadas por 15 días, dicha acusación no puede ser pasada por alto. Sabe que tomarse en serio sus palabras y reaccionar en consecuencia no es una 'chiquillada', como ha dicho Javier Arenas, sino que es una obligación inexcusable para el destinatario de las mismas. Sabe que o retira la acusación o no puede haber renovación de los órganos constitucionales y habrá que negociar de nuevo.

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Rodrigo Rato sabe todo esto, como también sabe que la acusación que ha formulado es falsa. La negociación para la renovación de los magistrados del Tribunal Constitucional, los vocales de Consejo General del Poder Judicial o los miembros del Tribunal de Cuentas, ha sido lamentable, pero no ha sido resultado de ningún chantaje. Ni el PP ha chantajeado al PSOE ni el PSOE al PP. Ambos han actuado miserablemente. Pero no ha habido chantaje. Él sabe que en este proceso el único chantaje es el que el vicepresidente segundo le está haciendo al presidente del Gobierno a través de la acusación al secretario general del PSOE. Por eso no rectifica. Un chantajista no puede rectificar.

Las palabras de Rodrigo Rato en el Pleno del Congreso sólo se explican porque él sabe que su posición como ministro de Economía es insostenible. Y no sólo por el escándalo Gescartera, que es por lo que se preguntaba en las dos ocasiones en las que reaccionó como reaccionó, sino también porque está utilizando su posición de ministro para resolver problemas empresariales suyos y de su familia. Cuando contestó en el Congreso a las preguntas sobre Gescartera, los ciudadanos no sabíamos lo del crédito del banco de Gescartera a la empresa Muinmo o la compra por Banesto de participaciones en otras empresas de la familia Rato en dificultades, pero el vicepresidente sí lo sabía. De la misma manera que sabía que su acusación de chantaje al secretario general del PSOE no podía no provocar la reacción que ha provocado. Y por eso la hizo.

Rodrigo Rato no se ha metido en un jardín. Lo que el vicepresidente ha hecho es poner en marcha, de manera deliberada, una estrategia defensiva de su posición personal como ministro. Formalmente ha acusado de chantaje a José Luis Rodríguez Zapatero. Materialmente está chantajeando a José María Aznar y al PP, a los que está obligando a cerrar filas en su defensa. Por eso es por lo que, tras no haber conseguido lo que pretendía la primera vez, repitió la acusación 15 días después y de una manera que obligara a reaccionar al PSOE como lo ha hecho. Y por eso no rectifica. Es su propia supervivencia política lo que está en juego.

Rodrigo Rato sabe, además, que ni José María Aznar ni el PP son capaces de resistir el chantaje al que los está sometiendo. Si no son capaces de resistir el chantaje de un personaje tan impresentable como Luis Ramallo, ¿cómo van a resistir el del vicepresidente del Gobierno? Pero ése es un problema del presidente del Gobierno y del PP, no del PSOE y de su secretario general, que no tienen por qué pasar por el aro de Rodrigo Rato.

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