Ideología y técnica
Escribió De Rougemont: 'La Bomba no es en absoluta peligrosa. Es una cosa. Quien es terriblemente peligroso es el ser humano. Él hizo la Bomba y se prepara para usarla. ...Controlar la Bomba es absurdo. Déjenla sola y se estará quietecita. No nos vengan con más historias. A quien hay que tener bajo control es al ser humano...'.
Como ejemplo de que el universo tecnológico no es intrínsecamente perverso, lo anterior no es demasiado convincente. Baste recordar que si hay tantas bombas atómicas almacenadas es porque los hombres no nos fiamos unos de otros. Tú haces una bomba, yo otra, aunque tenga que recortarles la pensión a mis conciudadanos. Lo cual ya es un estallido. Pueden, además, producirse errores, como ya ha ocurrido. En realidad, si a horas de hoy no se ha desatado un holocausto nuclear es porque la suerte ha querido sonreír a los inconscientes. O por lo que sea, toda sensatez excluida.
Con todo, hay que reconocer que la tecnología no tiene patria y no es de derechas ni de izquierdas. Por acumulación, puede echar a andar sola pero sin conciencia de sí misma. Esto parece de cajón y lector habrá que se estará preguntando si soy tonto o qué. Esos seres humanos virtuales que empiezan a proliferar en las pantallas, ¿podemos topárnoslos algún día en un gran almacén o dándose un garbeo? Humm. El padre de la cibernética, Norbert Wiener, ya advirtió de la posibilidad de que las máquinas pudieran llegar a tener inteligencia propia. Ideas y sentimientos, se dice hoy día. ¿Quiénes nos barrerían de la faz de la tierra? ¿Las criaturas mecánicas de izquierdas o las de derechas? Es de suponer que estos conceptos no figurarían en sus mentes, pero todavía colearían en las nuestras. Qué desastre.
Viene esto a cuento de artículos que he leído últimamente en torno a la paternidad del gran impulso tecnológico que se produjo en el siglo XIX y se prolonga hasta nuestros días. Al parecer de unos, de no haber sido por sus ancestros, aún estaríamos en la edad de la tartana. Los otros dicen que de no ser por las fuerzas retrógradas el automóvil habría ya existido en la Antigüedad clásica. Un servidor podría defender ambas tesis, pero si bien unos y otros tienen razones, ni unos ni otros tienen razón.
En términos históricos, no creo que haya grupo, clase social, institución o país que pueda atribuirse el mérito -o al que se le pueda atribuir el demérito- de haber inventado la tecnología. En realidad, ésta es anterior al ser humano, pues los insectos y otros muchos animales anteriores al hombre ya hacían y siguen haciendo virguerías tecnológicas. No hay más que ver los ires y venires de un hormiguero y toda su técnica social concomitante. A un servidor, en plan de mono desnudo no se le ocurrirían tales hazañas. Dicho sea para redención mía y de la especie, a las hormigas tampoco se les ocurre lo que vienen haciendo desde Dios sabe cuándo y sin introducir mejoras. Lo hacen por instinto, que es una respuesta automática a los estímulos. Así andan ellas y todo lo que se mueve, excepto el ser humano, la única criatura capaz de adaptar instantáneamente la respuesta a la altura del reto. Esto es así porque el hombre responde al estímulo con la inteligencia, que es plástica, contrariamente al instinto, que es fijo. Miren por dónde hay autores, notablemente Bergson (pero con menos brillantez que Roderic Seidenberg) que derrochando ingenio demuestran que esta cualidad esconde la perdición de la especie. Refutarles no es la intención de este artículo (aparte de que otros lo han hecho muchísimo mejor de lo que yo sería capaz), pero baste con decir que sin esa plasticidad de la reacción al estímulo, que nos ha sido dada por la evolución, nuestros remotos ancestros no habrían sobrevivido muchas generaciones y el Olimpo se habría quedado sin ver prodigios tales como el tándem Villalobos-Cañete. Las cosas como sean y en defensa de mi especie; que ya está uno harto de leer apologías tan apasionadas de los animales que de creer uno en ellas tendría que hablarle de usted al perro de la vecina.
Antes y mucho después de que el homínido se doctorara como homo faber, es decir, como animal tecnológico, uno de los temores de este venerable producto de la evolución era, precisamente, su enorme capacidad para hacer cosas, muchas de las cuales eran, además, lesivas para seres animados e inanimados creados por la madre común, la naturaleza. Temores que hoy algunos llamarían de izquierdas o de derechas, según parezca una u otra cosa el hecho de organizarse en sociedad; que a la postre eso es una técnica y no hay tecnología que no reconozca como padre y madre a la técnica. (No son pocos, dicho sea entre paréntesis, los que utilizan ambos términos indistintamente, como sinónimos, que así lo son como yo dueño y señor de mí mismo. 'Metafísico estáis', le dicen a Rocinante. 'Es que no como', responde el mil veces adorable caballejo cervantino. Un día le habré de dedicar un artículo que me bulle, Rocinante en el Congreso).
Quedamos pues en que la tecnología (lo mismo puede decirse de la ciencia, pero estirando el argumento) es un gran temor de la especie y también una gran curiosidad. En muchos individuos de derechas prevaleció el temor (de ofender a la naturaleza, a los dioses o a Dios). En otros ganó la batalla la inextinguible curiosidad humana. Lo mismo puede decirse de los individuos de izquierda. Que en determinados periodos históricos (pienso en momentos del siglo XIX), se añadiera la fuerza de una situación política para inclinar la balanza, no anula los vectores subyacentes. Pienso en Prometeo, un titán admitido en el Olimpo y que creó al hombre y le dio el fuego, cosa que cabreó a Zeus, como se sabe. No sólo le encadenó a la roca, con visita diaria de águila voraz. Zeus hizo también crear a la mujer (tarea encomendada a Hefesto) para que fuera la mosca cojonera del varón. Historias del Olimpo. Que yo sepa, los griegos no discutieron sobre si Prometeo era de izquierdas o de derechas. Lo que no entiendo es que nos quisiera tanto. Aunque no fue el único divino que nos aclamó. Algo tendrá el agua.
Manuel Lloris es doctor en Filosofía y Letras.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.