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El invierno del saurio

Es preciso deshacer el equívoco, y deshacerlo con contundencia: no, los problemas de la candidatura de Manuel Fraga a las elecciones gallegas del próximo domingo no son su edad -casi 79 años-, ni su salud, ni que ésta o aquélla le incapaciten para presidir un gobierno. El propio león de Perbes ha tenido la modestia de invocar en su favor los precedentes de De Gaulle, Adenauer y Churchill, y lo cierto es que tiene razón. Konrad Adenauer, por ejemplo, alcanzó por primera vez la cancillería federal alemana en septiembre de 1949, a los 73 años de edad, y permaneció en el cargo casi tres lustros, hasta cumplir los 87; claro que el formidable estadista renano, al que sus compatriotas llamaban cariñosamente der Alte -el Viejo-, había forjado su historial democrático mucho antes: como alcalde popular de Colonia al que el hitlerismo destituyó en 1933 por su negativa a izar la cruz gamada sobre los edificios públicos de la ciudad, como huésped de cárceles y campos de concentración nazis, de los que su esposa salió enferma de muerte, como crítico implacable de la perversión colectiva que supuso el Tercer Reich.

En cuanto a Winston Churchill, también es verdad que se estrenó en el cargo de primer ministro a la edad de 66 años, en mayo de 1940; que ejerció su segundo mandato (1951- 1955) hasta más allá de los 81 y que sus últimos tiempos en Downing Street, convaleciente de un ataque cerebral, tuvieron bastante de patético; pero aun en la decadencia física, ni los británicos ni el resto de la humanidad podían olvidar las seis décadas de servicios que the Grand Old Man había prestado a la democracia parlamentaria, a la que preservó de una amenaza mortal en momentos críticos: 'Luchamos para salvar al mundo entero de este azote pestilente que es la tiranía nazi y para defender todo aquello que el hombre posee de más sagrado'.

Insisto, pues: el problema de Fraga no es de edad ni de salud; su problema, que no pueden paliar los certificados médicos ni el prodigioso rejuvenecimiento de su efigie electoral, es una biografía sólidamente forjada en la fragua del franquismo; es un talante, un estilo que parecen escapados de las escenas del filme La escopeta nacional, es una cultura política en la que lo democrático constituye apenas un barniz sobrevenido. ¿Ejemplos? El victimismo hipócrita de don Manuel y de todo el PP explotando ad náuseam los huevos lanzados por un puñado de gamberros durante la apertura compostelana de la campaña electoral. O el indecoroso empleo partidista de la Televisión de Galicia, que sin duda se inspira en el modelo de TVE de cuando Fraga era ministro de Información y Turismo. O la grosera descalificación de los adversarios políticos (Beiras es 'el monaguillo de HB', alguien que 'sólo puede gobernar una institución psicológica'...), muy en la línea estilística de la prosa franquista cuando había que denunciar los 'contubernios' de los enemigos del régimen. O la consigna del manual de campaña del PP, que describe la hipótesis de un relevo democrático como 'echar a Fraga', arrebatarle aquello que le pertenece. O, en fin, todas esas lindezas cavernícolas con las que el aspirante a la reelección ha esmaltado sus mítines: que, en materia de parejas y de formas de convivencia, fuera del matrimonio y de la familia tradicionales 'sólo hay anarquismo y vandalismo', que 'el glorioso destino de las mujeres' es 'la maternidad', etcétera.

Sin embargo, gracias a un uso abusivo de las instituciones que legítimamente controlan, gracias a la modernización del viejo caciquismo y al establecimiento de una espesa red clientelar, favorecidos por las inercias de la sociedad rural y fieles al método manuelino de apabullar al adversario bajo kilos de papel impreso -en este caso, 20 libros blancos que suman 976 páginas-, Fraga y su partido se aprestan a conquistar la cuarta mayoría absoluta. Frente a ellos, el Bloque Nacionalista Galego ofrece un programa integrador, de diálogo no paternalista con los sectores más dinámicos de la sociedad y la economía gallegas, el programa de una socialdemocracia nacional que busca optimizar -no romper- el marco del Estatuto y la Constitución, aunque todavía no ha conseguido desprenderse de esa retórica antimilitarista y antiimperialista con la que Beiras descalifica la actual campaña bélica sobre Afganistán.

Por su parte, el Partido Socialista de Galicia-PSOE, frágilmente pacificado en torno a la discreta candidatura de Emilio Pérez Touriño, propone 'terminar con los tiempos de la prepotencia y del abuso', 'construir una Galicia emprendedora, próspera y solidaria', pero sabe que tan loables propósitos son inalcanzables sin sumar fuerzas con el BNG, y sabe también que, sumándolas, corre un doble riesgo: de difuminar su perfil propio, y de sufrir la rebelión interna de su sector españolista. Es un juicio de intenciones, lo admito, pero apuesto a que el alcalde coruñés, Paco Vázquez, prefiere con mucho otra victoria de Fraga a la hipótesis de una coalición entre los socialistas y el Bloque.

Entre unas cosas y otras, la derecha unitarista espolvoreada de galeguidade tiene pasado mañana casi todas las de ganar. Ahora bien, considerando que, según Javier Arenas, el PP de Galicia 'es nuestro buque insignia' y que, según Aznar, Fraga representa 'la mejor España posible', permítanme confesar cuán magnífico me parecería que el domingo, las gallegas y los gallegos siguieran el consejo de Beiras y 'botasen' a Fraga. Más que nada, para ir haciendo boca...

Joan B. Culla i Clarà es historiador.

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