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Columna
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El que asó la manteca

Juan José Millás

El martes pasado nos encontrábamos dentro de un taxi, en la calle de Serrano, cuando empezaron a pasar aviones de combate por encima de nuestras cabezas. La gente salía de los coches aterrada, para morir al aire libre, pues por un momento pensamos que Aznar había decidido bombardearnos, frustrado como está su ardor guerrero por la falta de requerimientos de Bush. Resulta incomprensible que este hombre se escaqueara de la mili, con lo que le gustan las batallas. Luego nos enteramos de que los aviones estaban haciendo prácticas para el desfile de la Victoria, o como quiera que se llame ahora ese desfile. La centralita del Ministerio de Defensa se colapsó, como es lógico, pues la gente quería saber si éramos un efecto colateral de la guerra de Afganistán, que no es una guerra del mismo modo que el desfile de la Victoria no es el desfile de la Victoria.

Se le ocurre a cualquiera que con esta psicosis de guerra lo menos indicado es ponerse a jugar a las Hazañas Bélicas. Pues no, no se le ocurre a cualquiera, porque ahí estaban, como digo, los cazas o los mirages, o los B-52, lo que fueran, que servidor hizo la mili en infantería, aterrorizando al personal. Por si fuera poco, el tráfico permanecía inamovible. Se tardaba una hora en llegar a Cibeles desde la mitad de Serrano. Había coches en segunda y tercera fila, a veces en cuarta, pero la policía brillaba por su ausencia. El carril-bus-taxi estaba totalmente ocupado por automóviles particulares cuyos propietarios tomaban café por los alrededores. Si los aviones de combate nos hubieran bombardeado en ese momento, habríamos perecido como chinches. Serrano era una ratonera.

-Todo Madrid es una ratonera -me dijo el taxista-. Cuando no es por el desfile es por las obras, y cuando no es por las obras es porque Aznar está desayunando en el Ritz.

Entonces pasaron unos policías motorizados y, en lugar de detenerse a ordenar la zona, se escaquearon, como se escaqueó el otro de la mili, y si te he visto no me acuerdo. Una hora más tarde los vimos entorpeciendo el tráfico en Cibeles. Se habían propuesto llevarle la contraria a los semáforos y cuando las luces decían blanco, ellos decían negro. El resultado es que congestionaban más lo que ya estaba congestionado, mientras creaban calvas de tráfico incomprensibles en la calle de Alcalá.

Esto que digo fue el martes, pero el miércoles la cosa no mejoró, ni el jueves. Lo sorprendente es que hay un concejal de Movilidad, no se lo pierdan (se llama así, no es broma), que cobra un sueldo con sus pagas extraordinarias y sus puntos y sus comas, aunque su productividad sea prácticamente cero. Me decía el taxista con toda la razón que para controlar el carril-bus-taxi de Serrano, de cuya fluidez depende la de otras calles, no hace falta más que colocar a dos guardias con motos. Cuando ese carril funciona bien, es muy rentable dejar el coche en casa y utilizar el transporte público, pero sólo funciona bien los domingos a las cuatro de la tarde, que es cuando no hace falta. Gánense ustedes el sueldo, por favor, o procuren al menos que los atascos no coincidan con los bombardeos.

No sabemos si fue ese día, o uno anterior, cuando una señora de 94 años se arrojó por la ventana de un piso situado en Gaztambide, 61. Gracias a este acto heroico, las autoridades se apercibieron de que el citado inmueble era una residencia ilegal de ancianos, o sea, una especie de Auswitz que ya había sido denunciado por los vecinos el 17 de mayo: hace cinco meses. Uno se pregunta cómo es posible que tardaran cinco meses en llegar a Gaztambide, aunque si cogieron los atascos que sufrió Madrid durante la semana pasada, lo raro es que no hayan tardado diez. También es posible que tomara nota del aviso el mismo individuo retardado al que se le ocurrió llenar el cielo de Madrid de aviones de combate a los dos días de estallar la guerra de Afganistán, que no es una guerra, del mismo modo que el desfile de la Victoria no es el desfile de la Victoria ni las residencias de ancianos son verdaderas residencias de ancianos. 'Ése es más tonto que el que asó la manteca', decía mi madre de un alcalde de Madrid con pocas luces, y a nosotros nos parecía una exageración, no puede haber nadie tan torpe, decíamos, pero sí, y están entre nosotros.

De manera que la ciudad es una maravilla, francamente. La Gran Vía, sin ir más lejos, parece Beirut porque la han levantado para ensanchar las aceras 25 centímetros. A nadie con dos dedos de frente, excepto al que asó la manteca, se le ocurriría convertir esa calle en un infierno por 25 centímetros, mientras los aviones de combate sobrevuelan Serrano. Dios nos asista.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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