El islam, ante el desafío de la modernidad
Sonreía. El conductor del camión que, repleto de explosivos, logró volar el cuartel general de los marines norteamericanos en Beirut y dio muerte a 241 militares, sonreía pese a saber que iba a morir. Así lo atestiguó uno de los soldados de guardia que, impotente, le vió forzar los controles de acceso al recinto.
Mucho antes de los seguidores de Osama Bin Laden, aquel chófer musulmán shií fue, el 23 de octubre de 1983, uno de los primeros en suicidarse matando para expulsar a los 'invasores' de Líbano. Después hubo otros muchos, casi todos milicianos de Hezbolá, la milicia integrista libensa, patrocinada por Irán.
Nueve años después, Hezbolá no sólo había dejado de combatir a otras facciones libanesas y de secuestrar a ciudadanos de confesión cristiana si no que participaba en las primeras elecciones legislativas tras la guerra civil.
El primer intento de modernización tuvo lugar, en los años 50 y 60, por la vía del nacionalismo con marcados tintes socialistas. Nasser fue el pionero
El conflicto palestino-israelí y también el embargo al que está sometido el pueblo de Irak encrespan los ánimos, pero no explican la acumulación de odio
El terrorista desarrapado shií que moría matando a occidentales o israelíes ha sido sustituido, 20 años después, por un suní acomodado y con estudios
En el magma de declaraciones que ha acompañado los atentados, han surgido, no obstante, algunas voces que apuestan por el 'aggiornamiento' del islam
En opinión de buena parte de los arabistas europeos, el paso más importante consiste en alentar la apertura y la democracia en las sociedades árabes
En los últimos comicios generales, el año pasado, obtuvo 12 escaños convirtiendose en el primer grupo parlamentario en una cámara baja muy fraccionada. Sus diputados, algunos de ellos antiguos guerrilleros, presentan enmiendas, negocian sus votos, etcétera.
Israel sigue siendo su enemigo y la república islámica su gran objetivo pero, recalcan, sólo usarán medios pacíficos y legales para instaurarla. 'No se han convertido en angelitos pero están integrados en la vida política de Líbano, probablemente el más liberal de los países árabes', insiste un diplomático que residió largos años en aquel país.
El temible Hezbolá, descrito todavía por elFBI norteamericano como una organización terrorista, ha tardado casi dos décadas en incorporarse a las instituciones semidemocráticas de Líbano. ¿Cuanto tardarán los seguidores de Bin Laden?
Porque, no cabe duda, el millonario saudí tiene muchos partidarios o, por lo menos, suscita muchas simpatías de Mauritania a Malaisia. As Sabah, un diario de Casablanca, describía el miércoles en un titular el estado de ánimo de una opinión pública supuestamente moderada como la marroquí: 'Entre el apoyo al pueblo afgano, la convicción de la responsabilidad de EE UU y la simpatía manifiesta hacia Bin Laden'.
Che Guevara árabe
Una visita a los foros de discusión musulmanes en Internet, algunos de ellos en inglés o francés, confirma los apoyos que suscita. Junto con los comentarios moderados abundan también los elogios: '¡Es un gran hombre!', escribe Fatima. 'Con él la nación árabe recuperará su dignidad', añade Ahmed. 'Es el Che Guevara de los árabes', enfatiza Tarek.
¿Cómo se ha llegado hasta aquí? ¿Por qué incluso los pueblos árabes moderados se muestran benevolentes con el mayor asesino del siglo XXI? ¿Por qué de Marruecos a Pakistán el islamismo está en auge?
El propio Bin Laden dio una explicación en su mensaje del pasado domingo difundido a través de la televisión Al Yazira: 'Nuestra nación islámica ha estado padeciendo (...) durante más de 80 años, humillación, desgracia (...)'. Desde su supuesto escondite en Afganistán, él había administrado una lección magistral a los que vejan a los más de 1.000 millones de musulmanes.
Ochenta años es el inicio del mandato británico sobre Palestina y de la consiguiente instalación de población judía que desembocará, en 1948, en la fundación del Estado de Israel. Más de medio siglo después la mayoría de los árabes lo viven como una tragedia, como una humillación colectiva. A diferencia de, por ejemplo, los Balcanes, Occidente tolera, según ellos, en esa tierra sagrada en disputa, los abusos israelíes e impide que se apliquen las resoluciones de Naciones Unidas. Y EE UU es el gran valedor de Israel.
'La peor forma de terrorismo es la que los israelíes practican desde hace medio siglo contra los palestinos, expulsando a todo un pueblo, asesinando a mujeres y niños y esgrimiendo la intención de socavar los pilares de la mezquita de Al Aqsa', denuncia el profesor Ahmed Omar Hashem, presidente de la Universidad Al Azhar de El Cairo en una entrevista con Randa Achmawy, colaboradora de EL PAÍS. '¡Y nadie levanta la voz para condenar con firmeza este comportamiento!', se lamenta.
El resentimiento alcanza tales proporciones que a muchos europeos les costaría creer hasta qué punto está extendido en el mundo árabe el disparatado rumor que atribuye a la CIA o al Mosad israelí los atentados de Washington y Nueva York para poder así apalear a sus anchas a los musulmanes radicales y dejar a Ariel Sharon las manos libres frente a los palestinos.
El conflicto palestino-israelí, y también el embargo al que está sometido Irak, encrespan sin duda los ánimos, pero no explica la acumulación de odio. En el trasfondo de la comprensión que muestran los árabes hacia el enemigo número 1 está, en cierta medida, su incapacidad de subirse al tren de la modernidad, de la globalización. 'En mayor o menor medida todas esas sociedades tienen una sensación de fracaso colectivo', señala el diputado popular Gustavo de Arístegui que durante largos años residió en países árabes.
'Si la globalización significa que existe un orden mundial que intenta imponerse de manera que destroce a todos los demás, por supuesto que no podemos aceptarla porque ello significaría perder nuestra identidad para asumir otra procedente de fuera'. 'Aceptamos, eso sí, el progreso de las ciencias'.
Quién expresa este temor ante la globalización no es ningún integrista conocido sino el mismo profesor Hashem al que las autoridades egipcias han colocado al frente del principal centro teológico de los musulmanes suníes.
El primer intento de modernización árabe tuvo lugar, en los años cincuenta y sesenta, por la vía de un nacionalismo con marcados tintes socialistas. Gamal Abdel Nasser fue el pionero en Egipto y su ejemplo fue emulado, con matices, por el baasismo de Irak o Siria, por el Frente de Liberación Nacional en Argelia o, en un estilo más soviético, por Yemen del Sur.
Mucho antes del desmoronamiento de la Unión Soviética, todas esas experiencias eran ya un fiasco y han acabado hoy en día en dictaduras personales y hereditarias, como la de Hafez el Assad en Siria, o en una guerra civil larvada como la que asola a Argelia desde hace casi una década y que se ha cobrado al menos 120.000 muertos.
Pero el fracaso es ante todo económico. Con o sin petróleo los países árabes de Oriente Próximo y del Magreb, no así los del Golfo Pérsico, siguen siendo pobres con tasas de paro altísimas, sin apenas servicios sociales por parte de Estados frecuentemente corruptos y burocráticos que entorpecen la vida de sus ciudadanos. Sólo su índice de natalidad crece a buen ritmo.
La prosperidad de Israel
De nuevo en esta región geográfica hay una excepción: Israel. Su PIB rebasa al de todos sus vecinos árabes -110.000 millones de dólares frente a los 92.500 millones de Egipto con diez veces más de habitantes-, su renta per cápita ha superado a la de España y sus industrias punteras de alta tecnología compiten con éxito con las mejores de Europa y de EE UU.
Peor aún, a pesar de que son ciudadanos de segunda, los 650.000 árabes con nacionalidad israelí gozan de un nivel de vida más alto que sus correligionarios de la región, si se exceptúa a los del Golfo. Todas estas comparaciones ilustran un poco más el fracaso de los Estados árabes.
En todos esos países musulmanes e incluso en aquéllos, como Marruecos o Jordania, que no cayeron en la tentación socializante, la actual globalización ha acentuado aún más la sensación de fiasco. Al lado de esos mismos chats en Internet en los que jóvenes árabes ensalzan a Bin Laden otros muchos se preguntan en la red como conseguir un visado, un trabajo para emigrar a Europa o a Norteamerica.
Las antenas parabólicas y los relatos de sus familiares en el extranjero hacen estragos en las mentes de los muchachos cairotas o damascenos que ven en las pantallas un mundo acomodado y próspero y con valores diferentes de los que imperan en sus sociedades. 'Cuando entras en un cibercafé y miras qué páginas web ha visitado el acolescente que acaba de soltar el ordenador son, casi siempre, pornográficas o chats para ligar', afirma Leila, una muchacha rabatí.
Pese a la bonanza económica en la que viven desde los años setenta, los jóvenes del Golfo Pérsico padecen la misma esquizofrenia entre las imágenes que les llegan, las costumbres que adoptan cuando cursan estudios en Occidente, y el islam rigorista que impera en sus sociedades pero que, detrás de sus palacios amurallados, no siempre practican los príncipes que les gobiernan.
Carente de una legitimidad histórica, la familia real de Arabia Saudí, el principal exportador mundial de petróleo, ha intentado consolidarse aplicando un islam puritano (wahabismo) que prohíbe a las mujeres conducir mientras los ulemas pronuncian fatwas antisemitas.
'Reduce el islam a lo que es la sharia, es decir a la obediencia ciega a una ley aislada de cualquier procedimiento interpretativo, simbólico o filosófico', escribe sobre el wahabismo el filósofo francés Christian Jambet.
Arabia Saudí ha jugado con fuego poniendo además buena parte de sus recursos financieros al servicio de la expansión de este islam profesado a partir del siglo XVIII por Mohamed ibn Abd al Wahab. Desde Argelia hasta Palestina, pasando por Jordania, decenas de grupos integristas suníes han sido subvencionados por el rey Fahd y los príncipes que le rodean.
Las madrasas
Decenas de universidades y centenares de escuelas coránicas (madrasas) wahabitas han sido además fundadas en lugares, a veces, tan remotos como Quetta o Peshawar (Pakistán) dónde los refugiados afganos de la invasión soviética se familizarizaron con un islam más ortodoxo que el misticismo sufí predominante en Afganistán. Aquellos colegios rehuyen desarrollar el espíritu crítico; sólo inculcan conocimientos.
Bin Laden es un producto de este cóctel explosivo. Hijo de un adinerado hombre de negocios, educado en el rigorismo wahabita, y colaborador de la CIA tras la invasión soviética de Afganistán, a principios de los ochenta, acabó, sin embargo, aborreciendo a un régimen como el saudí que no respeta su propia doctrina religiosa.
Resolvió la contradicción radicalizándose. 'El corazón de mi desacuerdo', escribió en 1995 al rey Fahd, 'es su abandono de las obligaciones que implica la religión de un Dios Único y Verdadero'. En su proclama del pasado domingo denunció concretamente la presencia de 6.000 militares norteamericanos en las 'tierras santas' saudíes. 'Puso el dedo en la llaga de la hipocresía' del wahabismo, señala Emilio Galindo, director del Centro Islámico Darek Nyumba de Madrid.
No ha debido ser el único saudí que ha superado la antonomía en la que estaba sumido optando por el integrismo. En la lista de 370 sospechosos de colaborar con Bin Laden en Europa y EE UU, remitida la semana pasada por el FBI a las autoridades europeas, el 85% son súbditos del rey Fahd y abundan también los ciudadanos de las monarquías del Golfo.
El terrorista desarrapado musulmán shií que moría matando a occidentales o israelíes ha sido sustituido, 20 años después, por un suní acomodado y con estudios que se estrella contra las Torres Gemelas en Nueva York.
Cuanta más preparación tienen, cuanto mejor conocen Occidente, más difíciles serán de erradicar. Pero más aún que para Occidente, esta nueva generación de terroristas es ante todo un peligro para los regímenes que los han parido.
La familia real saudí cosecha así los frutos de la versión petrificada del islam que irradia y que puede acabar teniendo un efecto boomerang sobre el conjunto de la península Arábiga y sobre su aliado norteamericano. El terreno está abonado no sólo por razones religiosas sino también económicas: En los últimos veinte años la renta per cápita de los saudíes cayó de 15.000 a 7.000 dólares anuales.
Incluso en aquellos países musulmanes que propugnan un islam menos ortodoxo, apenas existe debate sobre la puesta al día de la religión. El Estado suele nombrar al clero y, a través de él, intenta aleccionar a los fieles.
No en balde, el Ministerio marroquí de Habus (asuntos religiosos) cambió, por ejemplo, la prédica que el 14 de septiembre debían leer los ulemas en las mezquitas. Tres días después de los atentados quiso hacer hincapié en el carácter pacífico del islam.
'La religión es un instrumento de ejercicio del poder', señala Galindo, que es también profesor de la Universidad de Comillas. '¡Que me digan en qué lugar del Corán está escrito que política y religión deben ir de la mano!'. Permitir la discusión para renovar el dogma es poner en riesgo la estabilidad del poder dictatorial.
'De ahí que el estudio crítico del Corán y de sus fuentes sea una labor que llevan sobre todo a cabo los pensadores musulmanes expatriados', explica Galindo. 'Los que trajaban desde dentro, desde el mundo árabe, lo hacen con discreción' y sus escritos apenas trascienden.
Más de una vez este corresponsal ha escuchado a profesionales musulmanes confesar, tras una larga charla distendida, que 'la actual interpretación del islam es un obstáculo para el desarrollo económico y político' de las sociedades árabes como lo fue, por ejemplo, la Inquisición para las católicas. En público nunca se arriesgarían a repetir tal 'herejía'.
En el magma de declaraciones que han acompañado los atentados han surgido, no obstante, algunas voces que apuestan por el aggiornamento del islam. '¿Como es posible que si esta teología guerrera del radicalismo revanchista es sólo un detalle minoritario e insignificante, nadie se atreva a denunciarla abiertamente y a señalar sus orígenes?', afirma Murad Faher, autor de un libro de referencia sobre el Corán.
'¿Hasta cuando permanecerá el Corán secuestrado entre las manos de estos teólogos medievales que se empeñan en momificarlo (...), que le privan de vida propia, del dinamismo y del espíritu de reforma que marcó su nacimiento?', prosigue Faher. 'Hay que aprovechar la ocasión de estos acontecimientos trágicos para iniciar una verdadera reflexión de fondo', concluye.
El escritor indo-paquistaní Ibn Warraq recogía el guante escribiendo en la revista francesa Marianne que 'para los musulmanes moderados ha llegado la hora de ponerse en pie y de contarse'. 'A ellos les corresponde poner honestamente en tela de juicio los principios de su fe. Reconocer el papel del Corán en la propagación de la violencia. A ellos, por fin, les toca poner ese libro en perspectiva: Un texto redactado por el hombre, que contiene serios errores, morales, históricos y científicos. Un texto construido sobre principios superados'.
Voces desde dentro
Tanto Mourad Faher como Ibn Warraq no residen en el mundo islámico. Les resulta más fácil reivindicar la puesta al día. Aunque más cautas, las voces que desde los países árabes invitan a reflexionar tienen más mérito. 'Hoy tenemos que tener el coraje de hacer una autocrítica nada complaciente', escribía en el diario marroquí L'Opinion Jalid Jamai, uno de los periodistas más independientes. Es necesario, continuaba Jamai, 'reconocer nuestra responsabilidad en la percepción del islam que tienen los pueblos occidentales...'.
Curiosamente, hasta los islamistas marroquíes de Justicia y Caridad, dirigidos por el jeque Yassin, han querido desmarcarse del wahabismo saudí. El régimen saudí 'no se imaginaba', escribía Nadia Yassin, la hija del jeque, 'que la rigidez del instrumento y su enfoque sesgado de los textos religiosos tendrían un efecto contraproducente que rebasa los límites trazados para terminar golpeando las cabezas de sus propios ciudadanos'.
La desactivación del odio, entremezclado a veces con admiración, que muchos árabes profesan a EE UU, pasa en parte por la modificación de la política norteamericana en Oriente Próximo. El presidente George Bush parece haberlo entendido cuando, el jueves pasado, se pronunció, en una conversación telefónica con el rey Mohamed VI, por la aplicación de las resoluciones 242 y 338 del Consejo de Seguridad.
Concilio de Trento
Pero no basta con apaciguar la virulencia del conflicto palestino-israelí. En opinión de buena parte de los arabistas europeos la iniciativa más eficaz consistiría en alentar la apertura y la democratización de las sociedades árabes e intentar separar política y religión. 'El islam no necesita todavía un Concilio Vaticano II, requiere primero un Concilio de Trento', que terminó en 1563, sostiene un diplomático arabista.
'Contener el auge del islamismo, impedir su radicalización se consigue evitando marginarles en una oposición ilegal, incitándoles a participar en una vida política democrática', asegura Mohamed Darif, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Mohamedia (Marruecos) y autor de varios libros sobre el fenómeno.
Aunque se refiere ante todo a los islamistas de su propio país, Darif cree que 'sólo con su inserción en las instituciones se darán cuenta que la utopia con la que sueñan es una cosa y la realidad del ejercicio del poder, o de su control parlamentario desde la oposición, es otra muy diferente'.
Además de la sorprendente evolución del Hezbolá en Líbano, hay otros ejemplos alentadores. El Irán radical de Jomeini desarrolla 22 años después de la revolución islámica una tímida experiencia democrática de la mano de su presidente, Mohamed Jatamí, quién propugna un diálogo de civilizaciones con el mundo cristiano. El viernes 14 de septiembre la oración en la gran mezquita de Teherán no concluyó, por primera vez, con el grito de '¡Muerte a América!'.
Aunque a menor escala, más llamativa resulta la experiencia en curso en el pequeño emirato de Bahrein cuyos 640.000 habitantes se pronunciaron en febrero por una batería de reformas que desembocarán, dentro de un par de años, en la instauración de una monarquía constitucional con tres poderes independientes.
Antes de la consulta, el todavía monarca absoluto, el jeque Hamad al Jalifa, había amnistiado a los últimos presos de conciencia al tiempo que permitía el regreso de los exiliados a los que el Estado se comprometía incluso a ayudar a encontrar trabajo.
Tras la guerra del Golfo, el padre del actual presidente norteamericano tuvo la oportunidad histórica de exigir a Kuwait, al que los ejércitos occidentales acababan de liberar de la ocupación iraquí, su conversión en una democracia plena. No lo hizo y el parlamento kuwaití, dotado de escasos poderes, sigue siendo elegido por un censo minúsculo que no incluye a las mujeres.
El caso de Túnez
Los europeos también llevan su parte de responsabilidad. Primer país mediterráneo en firmar un acuerdo de asociación con la Unión Europea, Túnez es el niño mimado de los Quince pese a que el régimen del presidente Zin el Abidin Ben Ali se ha endurecido en los últimos años encarcelando a la oposición sociademócrata y a periodistas díscolos. Previamente, a principios de los noventa, reprimió con dureza a los islamistas.
Un detalle ilustra, entre otros muchos, la afabilidad de Bruselas con Ben Ali. La Comisión Europea cuenta con un programa que concede pequeñas subvenciones a las asociaciones que en la ribera sur del Mediterráneo fomentan los derechos humanos, sindicales etcétera.
En el caso de Túnez, una orden escrita en 1996 obligaba a conceder a organizaciones afines al régimen las mismas cantidades con las que se sufragaba a los auténticos defensores de los derechos humanos, como la Liga tunecina de derechos humanos.
Por su tradición relativamente laicista, por su desarrollo sostenido de estos últimos años, por el nivel de educación de sus ciudadanos y la aparición de una nutrida clase media, Túnez es probablemente el país árabe que más condiciones objetivas reúne para transformarse en democracia. 'Tiene un acerbo magnífico para dar el salto', asegura Kamel Jendubi, exiliado en París. Sólo hace falta que le ayuden.
Por ahora, sin embargo, Ben Ali y sus ministros no parecen temer las presiones occidentales. A juzgar por los comentarios de su prensa oficialista, más bien celebran que Occidente se haya percatado por fin del peligro integrista que ellos ya vislumbraron a finales de los ochenta cuando asestaron los primeros golpes a los islamistas.
Es posible que Occidente se haya dado cuenta tarde de la amenaza que suponen Bin Laden y sus secuaces, pero aún está a tiempo de comprender que la eliminación del sustrato del terrorismo islámico pasa por la transformación de regímenes dictatoriales como el tunecino.
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