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Reportaje:EN EL NOMBRE DE ALA

No todo es culpa de Estados Unidos

Millones de árabes y musulmanes consideran a Estados Unidos responsable de la catástrofe del 11 de septiembre. ¿Tienen razón? La respuesta es sí, pero no.

El sí se ha explicado ampliamente. Sí, ha existido y existe una intensa frustración ante la parcialidad demostrada por EE UU hacia Israel y por su cruel insistencia en que sigan adelante las sanciones contra Irak. Además, árabes y musulmanes tienen motivos históricos para estar permanentemente resentidos contra Estados Unidos: a principios de los cincuenta, fue la CIA la que ayudó a derrocar al Gobierno electo de Irán para reinstaurar al sha. A finales de los ochenta, Estados Unidos dejó Afganistán en una situación caótica después de haberlo utilizado como campo de batalla contra los soviéticos.

Ahora bien, además hay un no, al que no se ha dado demasiada publicidad en el mundo árabe. Desde luego, la comunidad internacional tiene cierta obligación de abordar las quejas de las sociedades islámicas, sobre todo la cuestión palestina, e intentar disminuir la pobreza y la desigualdad endémica en gran parte de Oriente Próximo. Pero ningún esfuerzo de rectificación de Occidente servirá de nada si el mundo islámico, en su conjunto, no revisa su propia relación con la modernidad. ¿Cómo es que África, pese a ser más pobre y haber sufrido más a manos de Occidente, no ha generado un fenómeno terrorista? ¿Por qué Latinoamérica exportó a su producto terrorista 'más puro', Carlos-Chacal, a Oriente Próximo?

La razón es que en el mundo islámico no hemos logrado superar el trauma causado por el colonialismo. No hemos podido aceptar las herramientas que nos ofrecía la modernidad por el mero hecho de que era el colonialismo el que nos las había puesto al alcance. Nuestra riqueza petrolífera nos ha permitido importar los bienes de consumo más caros, pero no hemos sido capaces de vencer nuestra suspicacia ante los productos políticos e ideológicos venidos de fuera: la democracia, el secularismo, el Estado regido por la ley, el principio de un sistema de derechos y, sobre todo, el concepto de la nación Estado, que se ha considerado una conspiración para fragmentar nuestro viejo imperio.

Fijación con el pasado

Se ha ido asentando cierta fijación con el pasado, acompañada de una profunda inquietud sobre el presente. La reforma religiosa no ha salido adelante. El proyecto de Muhammad Abdu de renovar el islam, como Martín Lutero había reformado el cristianismo, terminó, al tiempo que el siglo XIX, en un estado de desconcierto que abrió la puerta a versiones más extremistas de la religión. Los esfuerzos para modernizar la lengua árabe y salvar el abismo entre las hablas locales y la lengua clásica escrita no se han materializado. No se han creado foros públicos para debatir asuntos relativos al bien común, como habrían podido ser una prensa libre, sindicatos, asociaciones civiles. Y lo principal: árabes y musulmanes no han resuelto jamás el asunto de la legitimidad política. Nunca han desarrollado modelos que funcionaran, y ello ha hecho que todos los intentos de cambio político hayan sido procesos largos y peligrosos.

El aspecto de la legitimidad es flagrante en Irán, donde el presidente Mohamed Jatamí y sus partidarios han ganado todas las elecciones populares, pero no han podido hacerse con el poder real, que posee el ayatolá Ali Jamenei. En Siria no parece haber forma de escapar al legado autoritario de Jafez el Assad. Si Sadam Husein acaba perdiendo el poder en Irak, no se sabe quién podría sustituirle, dado lo implacable que ha sido eliminando a sus rivales. La falta de mandato de Yasir Arafat le ha vuelto incapaz de tomar decisiones históricas en el proceso de paz, de forma que lo que hace es oscilar entre una dirección y otra.

La débil legitimidad de los regímenes locales deja pendientes los temas fundamentales de destino social y político y crea un vacío que sólo llenan los políticos populistas y los grupos extremistas, mediante conflictos y guerras civiles. Al no instaurar políticas eficaces, hemos perpetuado nuestra impotencia y hemos hecho que nos sea más difícil ponernos a la altura de Occidente. Líbano, el único ejemplo pluralista del mundo árabe, fue destruido por sus propias sectas religiosas y por sus vecinos. En la región hay una serie de Estados que no funcionan en absoluto o apenas lo hacen; entre ellos Irak, Sudán, Pakistán, Argelia y el propio Líbano.

En gran parte, los intelectuales árabes, que deberían fomentar el cambio, han fracasado en su tarea. En general, no se han despegado de la tradición tribal de defender 'nuestras' causas frente al 'enemigo'. Su prioridad no ha sido criticar las terribles deficiencias con las que viven, sino destacar constantemente su 'unidad'. Y de esa forma están contribuyendo a su propio estereotipo antes de que lo haga cualquier adversario. Es en esta historia concreta y en esta cultura concreta, y no en un supuesto choque de civilizaciones, donde se encuentran las raíces de nuestro desdichado presente.

Hazem Saghiyeh es columnista del periódico árabe al-Hayat, en Londres

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