¿Qué pasa en Galicia?
La primera impresión al registrar la campaña gallega es que han desaparecido algunas pertenencias. Las arrugas de Fraga, la estrella roja del Bloque y el bigote de Touriño. Cosas de spin doctors, piensa uno, que han pasado de la antigua fase de 'crear una imagen' a la de 'descrearla'. La gran guerra publicitaria del futuro se librará entre los no-logo (sin marca) y los pro-logo. Galicia, pese a las apariencias, siempre va por delante. En la campaña gallega se ha impuesto el no-logo. Ésa es la primera impresión. En una exploración más profunda, uno se encuentra que han desaparecido más cosas, como si en el gran escenario electoral estuviese actuando un extraordinario ocultista. Ha desaparecido la propia campaña. Y lo que es todavía más fabuloso: ha desaparecido la realidad.
'De establecer una medida mediática, Fraga aparece 10 veces por día y por gallego cuadrado'
'Han desaparecido las arrugas de Fraga, la estrella roja del Bloque y el bigote de Touriño'
Fraga mantiene una relación muy interesante con su cara.
Se cuenta una historia, que abrevio. En su época de ministro de Información y Turismo, y acompañado por su entonces subordinado Pío Cabanillas, acudió a la inauguración de un teleclub en una localidad de la ría de Arousa. Como es sabido, Fraga practica la máxima del almirante Nelson: 'La razón de mi éxito es presentarse con antelación en el campo de batalla'. En este caso, llegaron con muchísima antelación. No había nadie a la vista. La mañana era espléndida en el trópico gallego y decidieron darse un chapuzón. No tenían bañador, pero el coche oficial los acercó a una cala desierta. En pleno baño de tritones, vieron llegar un autobús de excursionistas. Eran las monjitas de Placeres con sus niñas. Los dos célebres bañistas corrieron raudos hacia el coche oficial. Fraga, por instinto, cubrió con las manos las partes del pudor. Pero Pío, y ahí se notaba el genio reformista, le advirtió: '¡La cara, Manolo! ¡Tápate la cara!'.
Viniese de ahí o no la lección, lo cierto es que Fraga fue un precursor en la explotación política de la imagen, mientras sus compañeros de generación en el franquismo sentían, en el fondo, un desprecio elitista hacia las cámaras. Fraga, no. Al contrario. Como se suele decir, chupaba cámara. La quería. Y fue adaptándose al guión histórico para no quedar fuera de encuadre. Frente a la idea convencional de hombre de una pieza, Fraga ha sido el ser más metamórfico de la zoología política española. Ha interpretado a Franco, a Churchill, a Cánovas, al galleguista Alfredo Brañas, e incluso a una dama, la señora Thatcher. El cantante Julián Hernández sostiene que el Fraga de ahora, el del cartel, sometido a un espléndido lifting digital, presenta una sonrisa con un preocupante parecido a la de Jack Nicholson en El resplandor. Pero yo creo que se parece muchísimo a Berlusconi.
Sea quien sea el del cartel, no hay duda de que es Fraga. Y todos los pronósticos, menos uno, lo apuntan otra vez como ganador absoluto.
Una mayoría de gallegos, según el Pulsómetro de la Cadena SER, declara que va a votar a Fraga 'por costumbre'. Se ha ironizado mucho sobre esa respuesta, pero tiene un profundo significado y equivale a todo un tratado de sociología. Son los mismos encuestados los que consideran por muy amplia mayoría que Fraga no debería haberse presentado por cuarta vez y que es necesario un cambio político en Galicia. Y el estudio de opinión añade otros dos detalles de sumo interés: sigue existiendo 'caciquismo' y la oposición todavía no se percibe como alternativa. Está claro que entre las intenciones de los gallegos no figura la de facilitarle la labor a las empresas demoscópicas. A primera vista, lo que dicen es una suma de incoherencias y paradojas. En realidad, las respuestas pueden hilarse como una ecuación de lógica implacable.
Galicia es una sociedad muy mediática, en el sentido más moderno. Cuando George Borrow viajó por estas tierras, a mediados del siglo XIX, vendió muy pocas biblias, como en el resto de España. Ahora, cada hogar tiene un televisor. Y el 82% de los gallegos ve todos los días la televisión y reconoce informarse de forma preferente a través de ese medio. En el paisaje mental que genera la pantalla, Fraga es un ser omnipresente. Es una tradición milenaria de hace por lo menos 40 años. De establecer una medida massmediática, diríamos que Fraga aparece diez veces por día y por gallego cuadrado. Y eso viene ocurriendo desde los tiempos de la prehistoria, quiero decir, de los teleclub. Lo que explica, en parte, el voto 'por costumbre'. La gente no ha perdido el principio de realidad, es consciente de que le temps s'en va, pero también existe el horror al vacío ante el televisor. Si no la ocupa Fraga, ¿quién saldrá en la pantalla?
Ocurre que la vocación mediática de Fraga es excluyente. Desplaza a la oposición al espacio de la invisibilidad o del exotismo. Y ahí entramos en el meollo de la situación actual, motivo de reflexión no sólo en Galicia sino en toda España. ¿Tiene sentido una campaña electoral sin debates públicos? Es curioso. En lo único que no se imita a los Estados Unidos de América es en dos de sus buenos ejemplos: la limitación de mandatos y los debates entre candidatos. Aceptar los debates significa, de entrada, reconocer a los otros. Debería estar obligado por ley. No es la sociedad gallega la que está atrasada. Es la forma de hacer política, que aún anda por Los pazos de Ulloa.
La oposición no sólo existe, sino que tendría más posibilidades que nunca de configurar una alternativa. Antes de que D'Hont haga cuentas, con sus repartos provinciales, representa de cerca a la mitad de los gallegos. Desde luego, la gran mayoría de los votos jóvenes. Por otra parte, es una oposición bien diferenciada. Pero la campaña del partido gobernante se centra en satanizar a Beiras y en ningunear a Touriño, el mejor candidato que hasta ahora ha presentado el Partido Socialista en Galicia, con probada capacidad de gestión y principal impulsor de las autovías que la Xunta presenta ahora como el gran logro. Se dice que esta campaña es la del todos contra Fraga. Pero sería más correcto decir que es la del fraguismo contra todos los otros. El Bloque Nacionalista Galego presenta un programa que no cuestiona el Estatuto de Autonomía ni la Constitución. Condena radicalmente la violencia y el terrorismo. Beiras ha conseguido aglutinar lo que era un mundo fragmentado y resentido y darle una dimensión constructiva. En lugar de felicitarse, esa moderación molesta, como si se tuviese nostalgia de un caballo desbocado.
Para el consejero Cuiña, los que no reconocen los méritos de Fraga son unos 'malnacidos'. Y en el púlpito electoral, lo repite con énfasis: '¡Malnacidos!'. Para otro consejero, Jaime Pita, los de la oposición nacen con 'un estigma en la frente'. No cito a dos seres extravagantes. Pita es el portavoz parlamentario del Partido Popular, y Cuiña, su hombre fuerte y aspirante a sucesor. Cuiña también le llamó 'piojoso' a un periodista que publicó una información cierta, pero incómoda, y 'cadáver profesional' a un arquitecto prestigioso, pero no menos incómodo. Pita es la fusta de Fraga en el Parlamento autónomo. Los medios afines a la derecha airean mucho su pirotecnia, porque otra cosa curiosa que pasa en Galicia es que lo que se mira con lupa no es al Gobierno, sino a la oposición. Pita es de confianza, pero, desde luego, no es el tapado. De él podría decirse lo que una malvada actriz de Hollywood sobre una colega: 'Chilla, pero su rostro no está esclarecido por pensamiento alguno'.
No se espera de un gobierno que facilite una alternativa, pero tampoco que lo ponga tan difícil como para llegar a su negación ontológica o a su caracterización como un atajo de indeseables. Éste es un rasgo del tipo de poder que ha enraizado en Galicia. ¿Caciquismo? En el delicioso libro A lume manso (Historia social de la alimentación en Galicia), Xavier Castro cuenta la importancia del bacalao electoral en la época de la Restauración canovista. 'Desde luego eran importantes las promesas de pronto arreglo de caminos vecinales o de construcción de una fuente o lavaderos públicos. Pero el argumento incontestable, el que de verdad decidía el triunfo de un candidato en un distrito, era la colosal tartera de humeante bacalao con patatas, para que pudiesen comer hasta hartarse los votantes, que, en Galicia, siempre fueron de agradecido estómago. Naturalmente se servía acompañado de abundante morapio y se completaba con una apoteosis final de dos pesetas por elector'. No estamos en esos tiempos. No hay una muchedumbre a la puerta de la sede de la Xunta rogando: '¡Las dos pesetiñas, Don Manuel!'. Pero lo que sí hay es una política presupuestaria en la que se destina el 90% de las inversiones a municipios gobernados por el Partido Popular y no, precisamente, en correspondencia con la población real. Si lo unimos a otros factores, como ese control obsesivo de los medios de comunicación públicos, ¡menuda hoja de bacalao!
Hay una canción muy simpática de Jimmy Cliff dedicada a un tal Mister Yesterday. El Partido Popular trata a Fraga como una figura transhistórica. Es Míster Yesterday, Míster Today y Míster Tomorrow. Manuel Fraga procura no defraudar. Él lo es todo. En las tomas de posesión, además del regimiento de gaiteros, debería existir una figura semejante a la de aquél que sostenía la corona del emperador en su recorrido triunfal por el Campo de Marte hacia el Capitolio y le susurraba: 'Mira hacia atrás. Recuerda que eres hombre'.
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