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Reportaje:LA BANDA DE GESCARTERA

Un 'chiringuito' conectado con el poder

José María Irujo

La estafa de Gescartera se pudo consumar gracias al trato de favor que la agencia recibió de la Comisión Nacional de Mercado de Valores (CNMV) tras la intercesión de Enrique Giménez-Reyna, entonces secretario de Estado de Hacienda y hermano de su presidenta. Sin la sucesión encadenada de apoyos, favores, recomendaciones y dádivas que llegaron hasta Pilar Valiente, ex presidenta de la CNMV, la historia de lo que nació como un minúsculo chiringuito y se convirtió en un gigante con los pies de barro -18.000 millones desaparecidos- hubiera sido muy distinta, según se desprende de la investigación judicial. Su crecimiento vertiginoso, de 98 millones a 18.000 millones en una década, coincidió en el tiempo con el ascenso político de Enrique Giménez-Reyna, un experimentado asesor fiscal, imputado en esta causa, que asegura que se limitaba a preguntar: '¿Cómo va lo de mi hermana?'.

Desde 1996 hasta 2001, Gescartera pasó de gestionar 1.241 millones de pesetas a 18.000, pese a la vigilancia e inspecciones continuas de la CNMV
Un equipo de cuatro mujeres, comerciales muy experimentadas, comandado por Pilar Giménez-Reyna, puso en marcha la aventura del presunto estafador
A principios de los noventa, los dos protegidos del ex secretario de Estado ya utilizaban a una legión de parados y a un cura para aplicarles pérdidas

¿Sabían el entonces secretario de Estado y los consejeros de la CNMV que se opusieron a la intervención a quién estaban apoyando? ¿Conocían el oscuro perfil de sus propietarios y su atrevido modo de operar en Bolsa? Ellos aseguran ser los primeros sorprendidos, pero para muchos profesionales del sector bursátil la historia de los Camacho era un secreto a voces. La catastrófica gestión de su sociedad estaba más que cantada.

Hasta el 19 de septiembre de 1999, fecha en la que José Camacho Rodríguez fue enterrado en el madrileño cementerio de la Almudena, él y su hijo Antonio, propietarios de Gescartera, caminaron de la mano por el filo de una navaja. Eran dos de los más significados kamikazes de la Bolsa de Madrid. Operadores suicidas muy mal vistos en el parqué porque arriesgaban demasiado el dinero de sus clientes, más de 2.000 millonescuando el pasado mes de julio se intervino la compañía. Tan osados y peligrosos, que varias sociedades de valores de Madrid se negaron a operar con ellos.

En 1990, poco después de que crearan una diminuta empresa llamada Bolsa Consulting, SL, la pulga de la que nació Gescartera, la arriesgada operativa bursátil del padre encendió la alarma en la sociedad de valores con la que comenzaron a trabajar. Un directivo de ésta última, un viejo correcaminos del parqué con el que Camacho padre operaba a diario, fue tajante: 'Pepe, como amigo eres formidable, pero como cliente no te quiero ni ver. Vamos a zanjar está relación antes de que sea tarde'

Pepe Camacho, cordobés, vecino del barrio de Usera, localidad al sur de Madrid, había aterrizado en la Bolsa como ordenanza de Banesto. Entonces los bancos tenían sus mesas de operaciones en el parqué y el diligente recadero del banco, controlado en aquella época por la familia Garnica, llevaba en mano las órdenes de compra y venta a velocidad de vértigo.

A los 40 años colgó el uniforme de ordenanza y entró en el despacho de agentes de cambio y bolsa de Manuel de la Concha, donde trabajó en el área de liquidación. De allí pasó al de José María Otamendi, otro conocido agente al que el Banco Popular compró su ficha, por lo que Camacho padre pasó a depender de Europea Popular de Inversiones. Pepe cuidaba en el parqué de las órdenes del banco.

Pero en 1989 Pepe Camacho, fanfarrón, buen comedor y bebedor, simpático y conversador, decidió volar solo y creó junto a su hijo Antonio, el que ahora duerme en prisión, Bolsa Consulting, SL, que comenzó a operar un año más tarde. Uno de los directivos de la sociedad de valores con la que operaba Bolsa Consulting lo define asi: 'Era un especulador genético. Un verdadero kamikaze de la Bolsa. Hacía operaciones al descubierto. Vendía 100.000 o 200.000 teléfonos (telefónicas) sin tenerlos y los recompraba en operaciones intradía (en el día) arriesgadísimas. Trabajar con él no era recomendable. Tuvimos que cortar'.

A la sombra del padre

Antonio Camacho, el hijo del intrépido barandillero de la Bolsa convertido en empresario, no era más que la sombra de su padre, del que aprendió a vivir colgado de un precipicio. Su primer trabajo relacionado con la Bolsa lo consiguió a los 24 años, en octubre de 1989: seis meses de prácticas como administrativo en la empresa catalana General de Valores y Cambios (GVC), en la época en la que era propiedad de Juan Hortalá.

Luego, enganchó en Gaesco, otra pionera sociedad de valores de Barcelona, donde estuvo siete meses en el mismo puesto y conoció a Pilar Giménez-Reyna, entonces una comercial a comisión que pateaba las calles vendiendo fondos de inversión y que años más tarde se convertiría en el más poderoso escudo y salvoconducto de los Camacho con el Gobierno del Partido Popular.

Antonio Camacho, tras su brevísimo aprendizaje como administrativo de GVC y Gaesco, se incorporó con su padre a Bolsa Consulting, SL, la pequeña empresa familiar que instalaron en un apartamento en el número 15 de la madrileña calle Moreto, muy cerca de la Bolsa y de la iglesia de Jesús de Medinaceli, junto al hotel Palace, frente a cuyo Cristo se arrodillaba cada mañana Pepe y rogaba fortuna para sus rocambolescas operaciones bursátiles.

Bolsa Consulting, la pulga bursátil de los Camacho, tal como la definió Luis Carlos Croissier, ex presidente de la CNMV, empezó con un equipo de comerciales dirigido por Pilar Giménez-Reyna y tres experimentadas vendedoras -Eloísa, María Antonia y María Luz-, que habían coincidido con ésta en el Consorcio Nacional del Leasing, en Gran Tibidabo, negocio del empresario catalán Javier de la Rosa, y en Gaesco. Eran un equipo sólido y compenetrado, que continuó unido hasta la reciente intervención de Gescartera. En 1992 habían captado sólo 98 millones.

Pero la pequeña sociedad de Pepe y de su hijo Antonio, que sólo estaba autorizada para asesorar, saltó desde el principio la barrera y comenzó a gestionar recursos de los clientes. Algo que le estaba prohibido y para lo que necesitaba el permiso de la CNMV. El chiringuito de los Camacho arrancó con la cartera de algunos de sus viejos clientes del Popular, entonces el banco predilecto del clero, y con los fondos aportados por el equipo femenino de Pilar, que desfilaba por todos los cócteles que se celebraban en Madrid. Antonio convenció a su padre de que el dinero de los clientes rentaba más fuera que dentro de España. Y así comenzó la operativa exterior de los Camacho. Casi siempre, a espaldas de su clientela.

Cada mañana, tras arrodillarse frente al Cristo de Medinaceli, el antiguo ordenanza y correveidile de Banesto volvía al parqué madrileño vestido con trajes de Echeverría, su tienda de ropa clásica preferida, una prominente barriga y el Winston pata negra colgado de la comisura de los labios. 'Desde el punto de vista profesional, no era una persona recomendable. Su operativa era descabellada. Mejor dicho, peligrosa. Lo peor es que no compraba y vendía para él, sino para sus clientes. El padre y el hijo estaban tremendamente unidos. Antonio era su sombra', señala un directivo de una sociedad de valores que operó con Bolsa Consulting, SL.

Otro operador bursátil que trabajó con ellos va más lejos. 'Varios de los nombres que han aflorado ahora, entre ellos el de un cura, a los que les aplicaban millonarias minusvalías (pérdidas), ya los utilizaban en los años noventa cuando empezaron con Bolsa Consulting. A veces, decíamos: '¿Pero cómo este hombre puede perder siempre tanto? Estaba claro que aquello no era trigo limpio. Si en la Bolsa hubiera una ruleta rusa, ellos la habrían probado'.

Con aplomo y fuera de la ley

La mecánica sucia de Bolsa Consulting, SL, tardó poco tiempo en aflorar. El 31 de marzo de 1993 la CNMV sancionó a los Camacho con una multa de 128 millones de pesetas por captar fondos de clientes. Según la auditoría del órgano supervisor, había captado 928 millones. El expediente se había iniciado poco después del nacimiento de la compañía y coincidía con la aparición, a principios de los noventa, de los chiringuitos financieros en Barcelona de la mano de avispados alemanes disfrazados de gurus.

A los Camacho no les tembló el pulso con la sanción de la CNMV, un multa que recurrieron inútilmente a la Audiencia Nacional y que suponía más del 10% de su cartera, entonces unos 785 millones. Lejos de amedrentarse, padre e hijo iniciaron la transformación del chiringuito en Gescartera Dinero (Sociedad de Gestión de Cartera), que quedó inscrita como tal el 16 de junio de 1992, con la autorización de la CNMV.

La pulga de los Camacho, que parecía herida de muerte, mantuvo el tipo y cogió músculo y fortaleza. Sobre todo, porque los dos kamikazes bursátiles del madrileño barrio de Usera contaron a partir de entonces con la ayuda de un cualificado asesor fiscal llamado Enrique Giménez-Reyna, uno de los hermanos de Pilar. Según algunas fuentes, a la voz de auxilio de su hermana éste, ex alto funcionario de Hacienda acudió a arreglar el primer entuerto de la sociedad y diseñó la creación de Gescartera, algo que niega. Lo que sí reconoce es su intento de vender a Antonio la sociedad de bolsa Sefisur, sancionada por la CNMV, de la que era consejero.

La presidencia de Gescartera Dinero recayó en el padre; la vicepresidencia, en Pilar Giménez-Rey-na; Antonio ocupó el cargo de consejero delegado. Al equipo se unió Javier de la Sierra Flor, vecino de Antonio en su casa del barrio de Usera, ex peluquero y protegido de los Camacho. Un escudero fiel, de maneras bruscas, al que hicieron subdirector general.

La nueva sociedad siguió por la sinuosa y opaca senda marcada por Bolsa Consulting y operó con la sociedad de valores Link Securities, propiedad de Rufino Gallego, Rufo, de la que Antonio Camacho llegó a ostentar un 12%, que vendió en 1999. Y con el Midland Bank, representado por Jesús Pantoja, que posteriormente fue comprado por el Hong Kong and Sanghai Banking Corporation (HSBC), considerado como el segundo banco del mundo. Ninguna de estas dos sociedades hizo ascos a operar con los Camacho, que en San Isidro se exhibían en las barreras más vistosas de las Ventas y frecuentaban Lucio, El Viejo Madrid y otros conocidos restaurantes de la capital. 'Al padre y al hijo les gustaba la gran vida. Pepe no conducía, pero Antonio ya se paseaba con cochazos desde la época de Bolsa Consulting', asegura un conocido broker.

El dinero rinde más fuera

Para estrenar Gescartera Dinero los Camacho alquilaron una planta entera en el edificio de la calle Moreto. Antonio, frío e introvertido, se hizo pronto con las riendas de la nueva compañía de gestión de carteras, bendecida por la CNMV, y comenzó a desplazar a su padre de día a día. Siguió explorando lo que más le fascinaba: la operativa exterior, la de los paraísos fiscales, por los que caminaba de la mano de sus enigmáticos 'asesores externos', que él atribuía al HSBC. Siempre, con la misma canción: 'El dinero rinde más fuera que dentro'.

Hasta que en 1994 la sede de la calle Moreto recibió una visita imprevista. La de José María Ruiz de la Serna, un técnico de la CNMV que se había ganado a pulso el apodo de Mortimer, el enterrador, con el que le bautizaron sus compañeros del órgano supervisor. Las visitas de este cántabro, antiguo supervisor de Banesto, solían acabar con el cierre de los chiringuitos que investigaba.

El resultado de su inspección, terminada en 1995, fue el segundo gran mazazo a la crecida pulga de los Camacho: no se podía cuantificar ni el número de clientes ni el patrimonio exacto gestionado; la viabilidad de la sociedad era una incógnita; se hacían las aplicaciones a través de Link Securities, la sociedad con la que operaban en Bolsa; se cargaban enormes minusvalías (pérdidas) a Pilar Friaza, la esposa y madre de los propietarios, a personas inexistentes y a sociedades (Breston y Promociones Andolini), que actuaban como basureros. La CNMV, presidida entonces por Croissier, no hizo nada. La pulga de los Camacho gestionaba entonces unos 756 millones.

La inspección coincidió con el matrimonio de Antonio. A sus 28 años se había casado, en 1994, con Nuria Rodríguez, una joven conquense. El chico del barrio de Usera, que se crió en un piso humilde, un segundo derecha sin ascensor, consiguió que el obispo franquista José Guerra Campos oficiara la ceremonia en la catedral de Cuenca. Las relaciones de los Camacho con la Iglesia eran excelentes. De la mano de Pilar, casada con un teniente coronel del Ejército, la pareja de inversores suicidas ya jugaban con los ahorros de curas y monjas.

Antonio y su padre, entonces más apartado de la gestión, no se amilanaron con el demoledor informe de la CNMV. Pepe seguía comiendo a diario en los mejores restaurantes, no perdía su simpatía y fanfarroneaba con sus amigos: '¿Qué te parece este traje? Me ha costado cien mil pelas'. Antonio demostraba su extraordinaria habilidad para comprar las voluntades de aquellos que se cruzaban en su camino. Sólo dos años más tarde Ruiz de la Serna, el duro inspector de la CNMV, fichaba por Gescartera. Su sueldo de 300.000 pesetas se multiplicó hasta 815.000. Y conoció el secreto mejor guardado de los Camacho: 'El dinero de los clientes se coloca fuera', le decía Antonio. Según su versión, nunca le confesó su arcaica estructura exterior, que él creyó que descansaba en el HSBC.

Ruiz de la Serna no fue el único fichaje interesado. Antonio se trajo también a Salvador Alcaraz, otro técnico de la CNMV, y a Victoria Pastor, hermana de Salvador Pastor, uno de los responsable del HSBC en España, entidad con la que actuaba como broker en sus arriesgadas operaciones bursátiles y que le concedió un crédito personal de 500 millones para operar en Bolsa. Un gigante financiero, con filiales en todos los paraísos fiscales del planeta, del que presumía como su principal asesor en el exterior. Algo que el banco niega, pese a que en su sede londinense se abrieron tres cuentas a nombre de la sociedad Stock Selection, que según Jaime Galobart, uno de sus directivos, movieron en seis años unos 250 millones de pesetas.

Según la versión de Ruiz, número dos de Gescartera, un experto en legislación financiera, el dinero que los clientes de Gescartera depositaban en cuentas de La Caixa y de Caja Madrid, del que podían disponer él mismo, Camacho y Javier Sierra, salía de inmediato de España y se colocaba en manos de los enigmáticos asesores externos. El dinero aparcado fuera retornaba mediante el denominado mecanismo de compensación contable y los beneficios se repartían trimestralmente a los clientes con apuntes que reflejaban las enrevesadas operaciones bursátiles intradía ( en el día), para las que se contaba con un ejército de inmigrantes y parados a sueldo, reclutados desde la época de Bolsa Consulting por un despacho de abogados y a los que se aplicaban siempre pérdidas en favor de sus clientes. Las compras se hacían al final del trimestre, pues estaban obligados a remitir en ese periodo el balance de las cuentas a sus clientes.

El extraordinario crecimiento de la insignificante pulga bursátil de los Camacho, que arrancó con 98 millones de la mano del ex ordenanza de Banesto y se estabilizó en 756 millones en 1995, se disparó a partir de 1996: 1.241 millones gestionados en el año en el que Enrique Giménez-Reyna es nombrado por el PP director general de Tributos. En 1997 casi se triplica hasta los 3.117; en 1998 sube a 8.449; en 1999 baja a 7.500, y en el año 2000 se recupera hasta los 8.700. Siempre, según los datos del dinero blanco que les auditó la CNMV.

La pulga ya era un gigante muy bien nutrido. Un animal desproporcionado porque la tesorería teórica de Gescartera, el pasado 15 de junio, ascendía a 13.900 millones, según señala José María Castro, director comercial. Y se elevaba hasta los 18.000 sumando los clientes que aportaba a la agencia de valores la sociedad AGP, de Ánibal Sardón, entre los que destacan la Mutualidad de la Policía y Construcciones Rico. Pero en mayo, Antonio había liquidado todo la cartera de valores, unos 2.000 millones, y el resto en apariencia era liquidez.

Muralla china

A los clientes de AGP se les vendía los denominados 'depositados estructurados', que ofrecían una alta rentabilidad y cuya existencia desconocía la red comercial dirigida por Castro. 'En la compañía había murallas chinas, y los clientes especiales los gestionaba sólo Antonio', señala el ex gerente del Domund. Sardón despertó hace un año la curiosidad de la policía de Guernsey, el paraíso fiscal de las aseguradoras -una minúscula isla del canal de la Mancha con una trepidante actividad financiera-, que preguntó al Banco de España si tenía antecedentes penales.

A partir de 1999, el año en que Antonio se separó de su mujer, el gigante sufrió el acoso de David Vives, supervisor de la CNMV, y el joven kamikaze de la Bolsa solo -su padre estaba enfermo, yendo y viniendo de la Clínica Universitaria de Navarra- siguió comprando voluntades. Como la de Jaime García Morey, el padre de su novia, Laura, un 'florero' próximo al PP, y buscando el firme apoyo de Enrique Giménez-Reyna, secretario de Estado de Hacienda.

A Pepe Camacho le despidieron con un funeral en la iglesia madrileña de Jesús de Medinaceli, junto al Cristo que veneraba a diario. Antonio superó la arriesgada carrera de su padre y saltó al precipicio: falsificó certificados, tampones bancarios y pretendió engañar a la CNMV con unas falsas inversiones de 13.000 millones en Martin Investment. Y lo hizo con su frialdad habitual y un señuelo dirigido a Ruiz: 'No te preocupes. Me voy a Londres a por el dinero'. Pero volvió sin un céntimo, convencido de que no devolver lo que había salvado sólo supone unos años más de cárcel. En la lista de invitados de su fallida boda con Laura aparecía, entre otros ilustres, Enrique Giménez-Reyna.

Rodrigo Rato, ministro de Economía, en la toma de posesión del nuevo presidente de la CNMV. Detrás, Pilar Valiente, que cesó por el escándalo Gescartera
Rodrigo Rato, ministro de Economía, en la toma de posesión del nuevo presidente de la CNMV. Detrás, Pilar Valiente, que cesó por el escándalo GescarteraMIGUEL GENER

El dispar destino de un equipo de 'buenos profesionales'

RODRIGO RATO justificó el miércoles en el Congreso sus nombramientos en la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) por la valía profesional y extenso currículo de los elegidos. La evolución de ese currículo, para todos esos buenos profesionales que participaron muy directamente en la no-decisión de no-intervenir Gescartera en 1999, cuando el agujero era de 4.500 millones, ha sido muy dispar. El entonces director de Supervisión, David Vives, mantiene que el consejo extraordinario de la CNMV del 16 de abril de 1999 no decidió intervenir Gescartera porque 'se formaron dos bandos y medio'. Él situó en un bando a Pilar Valiente, José María Roldán Alegre, Luis Ramallo y Antonio Alonso Ureba; en el otro, a Juan Fernández Armesto, José Manuel Barberán y a él mismo, y en medio, a Miguel Martín. El desmentido a ese resumen de la situación afronta un escollo colateral: la mejora profesional de los allí reunidos y la de aquellos que, sin participar en el consejo, también desempeñaron un papel clave en mantener o mejorar la credibilidad de Gescartera también conforma dos equipos y medio. Valiente era entonces consejera de Mercados Primarios en la CNMV. En octubre de 2000 fue nombrada presidenta de la Comisión. El pasado septiembre tuvo que dimitir por el escándalo de Gescartera. Ramallo era el vicepresidente de la CNMV y, de profesión, corredor de comercio. En octubre del año pasado tuvo que dejar la CNMV, pero se benefició de una ley, de ese mismo mes, que fusionaba los cuerpos de corredores de comercio y de notarios. Ahora es notario y presta sus servicios en múltiples empresas ligadas al mercado de valores, desde Gescartera (hasta la intervención) a Telefónica (desde la llegada a su consejo de Alonso Ureba). La carrera de Antonio Alonso Ureba es, al menos en términos pecuniarios, la más impresionante. En febrero de este año fue nombrado secretario del consejo de Telefónica y consejero por César Alierta, quien le llamó sin conocerle de nada. Alonso no dio pistas en el Congreso sobre quién pudo hablarle a Alierta bien de él ni por qué, toda vez que subrayó que hasta su fichaje no tenían el gusto de conocerse. Roldán Alegre fue consejero de la CNMV hasta octubre; el último semestre compatibilizó ese cargo con la de presidente de turno del Grupo de Acción Financiera Internacional (GAFI), una agencia internacional creada por el Grupo de los Siete para luchar contra el blanqueo de capitales. Antes de su paso por la CNMV fue jefe del gabinete de Rodrigo Rato. Y ahora es director general de Regulación del Banco de España, cargo en el que sustituyó a Raimundo Poveda. Miguel Martín, quien se quedó 'en medio', según Vives, era entonces gobernador del Banco de España. Sigue en el banco, pero ya sólo en calidad de asesor áulico. Los tres que formaron, según Vives, el bando a favor de la intervención están ahora en cierto retiro: Juan Fernández Armesto, entonces presidente de la CNMV, proyecta montar un despacho de arbitraje sobre conflictos de legislación entre distintos países. José Manuel Barberán, entonces consejero de la CNMV, se ha tomado un año sabático. David Vives salió de la CNMV, se reincorporó al Banco Popular y allí le dieron la jubilación anticipada. Otros cuatro profesionales también participaron en aquella no-decisión: Antonio Botella, quien no vio unos certificados falsos de La Caixa en diciembre de 1999, pasó de subdirector de Inspección a director de Supervisión en la CNMV. Juan Pérez Renovales, quien tuvo que preparar, según la versión de Armesto, 'toda la maquinaria para la intervención' que nadie ha visto, es ahora jefe del gabinete de Rodrigo Rato. Y en el otro equipo, Luis Peigneux, entonces número dos de Vives, sigue en la CNMV, pero ahora en asuntos internacionales.

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Sobre la firma

José María Irujo
Es jefe de Investigación. Especialista en terrorismo de ETA y yihadista, trabajó en El Globo, Cambio 16 y Diario 16. Por sus investigaciones, especialmente el caso Roldán, ha recibido numerosos premios, entre ellos el Ortega y Gasset y el Premio Internacional Rey de España. Ha publicado cinco libros, el último "El Agujero", sobre el 11-M.

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