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Columna
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El 'soviet' de estudiantes

Los caminos del Señor son inescrutables, pero acaso lo sean menos que las ensoñaciones de algunos miembros del Gobierno, como Pilar del Castillo, cuyo modo de reflexionar públicamente suscita el pasmo general. Recientemente la ministra de Educación, en busca de la hipérbole más granada que atesorara su caletre, ha declarado que los estudiantes no aprobarían su proyecto de Ley de Universidades 'aunque lo firmara Lenin'. Quizás en el gabinete de prensa del ministerio se han quedado muy contentos con figura tan florida, tan sardónica, como si, después de haber sufrido estoicamente las provocaciones de todos los colectivos universitarios, hubieran decidido contraatacar y meter la navaja hasta la empuñadura. Lo malo es que el personal ha reaccionado, más que doliéndose en la herida, entrecerrando los ojos con aire escrutador y preguntándose seriamente qué demonios ha querido decir la ministra con una frase tan extraña.

Los estudiantes no habrían aprobado su proyecto de Ley de Universidades aunque lo firmara Lenin. ¿Es una adivinanza? ¿Tiene truco? ¿Se trata de uno de esos jeroglíficos que publican los periódicos y que nunca acertamos hasta leer la solución? ¿Qué opinión tiene la ministra de Lenin? Y aún más grave: ¿qué opinión tiene de sus estudiantes? Pero lo peor reside en casar ambos conceptos: ¿qué opinión tiene la ministra de la opinión que tienen los estudiantes de Lenin? Misterios del cerebro humano, más inescrutable a veces que los propios designios de Dios.

A la ministra se le ha colado el imaginario de su infancia al soltar el esperpento. Parece vivir en otra época, pero lo grave (lo irreal) es que imagina que sus estudiantes también. ¿Qué ascendiente tiene hoy Lenin entre los estudiantes de informática? ¿Acaso se decoran las residencias, los pisos alquilados por la muchachada, con la efigie de Vladimir Ilich?

Resulta tortuoso que la derecha, queriendo descolocar a los demás, les atribuya la infamia de no acceder a sus deseos ni aunque vengan apadrinados (¡ni aún en ese caso!) por el gran dictador. Quizás la ministra ha querido soliviantar ciertas conciencias, pero sólo ha conseguido dejarlas en suspenso. ¿Dónde estaba la ministra hace veinte años? ¿En Bandera Roja o en el Frente Reconstituido Comunista? ¿Ponía carteles para Revolución Proletaria o para el Frente Unido de los Trabajadores?

En un tiempo en que son ya muchos los que han culminado todo un paradójico periplo por el mundo de las ideas (del comunismo al eurocomunismo, pasando por la socialdemocracia, incluida a veces la franja euskadiko, para recalar al fin en el espacio conservador, y tan contentos) ya no sorprende nada. Por sorprender, en todo caso, sorprenden los que más o menos siempre han estado en el mismo sitio, con una modesta coherencia, con una saludable rutina política y mental. Quizás eso es lo que no les perdonan los infatigables viajeros de la política, los nómadas que pasan a lo largo de los años de unas ideas a otras, pero siempre reclamando para sí la verdad, la absoluta verdad, que es lo que cargan, desde que defendían la lucha armada hasta que hoy llaman asesino a cualquier burgués desprevenido.

Si uno fuera más joven, desde luego, formaría de inmediato un soviet de estudiantes para asaltar, ahora que estamos en octubre, el palacio invernal del ministerio. No hay que citar a Lenin en vano. Aunque es cierto que las declaraciones podían haber sido aún más audaces: 'Esta ley no la aprobarían los estudiantes ni aunque la hubiera dictado Mao Tse Tung'. 'Esta ley no les gustaría a los estudiantes ni aunque hubiera salido de las manos del mismísimo Pol Pot'. 'Estos estudiantes son una mierda: ni aunque Stalin se lo hubiera pedido de rodillas accederían a darme la razón'.

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El lunes de esta semana, a la vista de la prensa, se rumiaba por los pasillos de las universidades desconcierto y estupor. Pobre Lenin, implicado en las leyes que prepara la derecha de un país insignificante. A miles de kilómetros, la célebre momia despierta y se revuelve de indignación.

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