El valor del mal
¿Se puede escribir poesía después de Auschwitz? ¿La cultura hace mejores a las personas, las educa o aparta del mal para llevarlas por el camino de la razón? Ése es el tipo de preguntas que siempre hicieron en sus libros gente como Octavio Paz o T. S. Eliot y actualmente suele hacerse el ensayista George Steiner, siempre proclive a las frases lapidarias. La respuesta de Steiner, sin embargo, no es muy alentadora: la cultura no sirve para hacer mejor a nadie, y los mismos oficiales nazis que por la mañana metían a doscientos judíos en un horno, por la tarde lloraban leyendo los poemas de Rilke o escuchando las óperas de Wagner. Les aseguro que comparto al cien por cien esa teoría, quizá porque he conocido a demasiados hombres ruines cuyo gusto literario es irreprochable, gente con ojos exquisitos y un corazón como la guarida de una alimaña.
De hecho, algunas de las obras literarias más significativas de nuestra historia han surgido del fondo de una mala persona o de la superficie de un mal sentimiento, y hay que aceptar que la envidia, el rencor o la sed de venganza son, a veces, el combustible perfecto para poner en marcha una buena novela, un buen drama, dos o tres rimas tan hirientes como las que idearon en sus epigramas Marcial y Catulo o, en nuestra tradición, Quevedo y Góngora. Por supuesto, si nos acercamos a nuestra época, también tenemos ejemplos de sobra en Neruda, Alberti o Luis Cernuda, que escribieron algunos poemas portentosos e hirientes contra sus enemigos.
En estos días se han encontrado en los periódicos dos acontecimientos que tienen ciertas cosas en común con lo que acabo de decir: el Premio Nacional de Poesía concedido a José Ángel Valente y el estreno de La Dorotea, de Lope de Vega, en versión de Luis García Montero. Valente fue un gran poeta a lo largo de toda su obra, con altibajos como cualquiera, como los tienen García Lorca o Juan Ramón Jiménez, y dejó como testamento su mejor creación en muchos años, Fragmentos de un libro futuro, una cegadora despedida del mundo que incluye su propio epitafio: 'De ti no quedan más / que estos fragmentos rotos. / Que alguien los recoja con amor, te deseo, / los tenga junto a sí y no los deje / totalmente morir en esta noche / de voraces sombras, donde tú ya indefenso / todavía palpitas'.
Valente fue un gran poeta, un amigo cordial de sus partidarios y un rival feroz de sus rivales. Sus continuas batallas y su carácter intransigente, que parecía impropio de su inteligencia, le llevaron a escribir y opinar contra vivos y muertos, a veces recién muertos como Jaime Gil de Biedma o María Zambrano, cuyas tumbas llenó de ortigas la mañana de su funeral, y a emprender una especie de cruzada contra quienes preferían un tipo de poesía distinto al que él buscaba, lo que ha venido a llamarse poesía del silencio o poesía hermética. Es curioso, pero tengo la sensación de que esa rigidez y esa dureza con que a menudo juzgaba y condenaba a los disidentes le vino bien a su obra, la afiló e hizo más radical, la llevó a muchos callejones sin salida, pero también multiplicó el valor de sus aciertos. José Ángel escribió, en cierto sentido, contra sus adversarios, y de esa negación de los otros sacó petróleo para su obra.
La Dorotea la terminó Lope de Vega alrededor de 1632, movido por dos de los oscuros sentimientos de los que hablábamos: el rencor y la sed de venganza. Con su obra, que es una revolucionaria mezcla de novela, teatro y poesía, Lope quiso ensañarse con una antigua amante, Elena Osorio, esposa del actor Cristóbal Calderón, a la que ya había difamado, tras la ruptura, con algunos libelos que le costaron, tras la correspondiente demanda de la ofendida, la cárcel y el destierro. Lope, humillado y lleno de cólera, nunca perdonó el desaire y el abandono y, al parecer, vivió obsesionado con la mujer perdida y con su traición. Don Fernando, el personaje que lo representa en la obra, lo dice con claridad melancólica: 'Con esta envidia que digo, / y lo que paso en silencio, / a mis soledades voy, / de mis soledades vengo'.
Un gran poeta egoísta y un gran dramaturgo cegado por la rabia. Parece extraño, pero eso dio lugar a los Fragmentos de un libro futuro de José Ángel Valente y La Dorotea de Lope, y esas obras son admirables. A veces, el mal y sus afluentes tienen esas cosas.
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