Vitoria se acerca al Tíbet de la mano de los monasterios y lamas budistas

La fascinación por el budismo y sus expresiones religiosas vinculadas con la meditación y otra forma de entender la vida, alejada de la crispación occidental, forma parte imprescindible de los últimos 40 años. Tanto que términos como Dalai Lama, yoga, tantra o reencarnación figuran con cierta frecuencia en la conversación habitual. La exposición Monasterios y lamas del Tíbet, que se inaguró ayer en el Centro Cultural Montehermoso de Vitoria, profundiza en esta religión con más de 300 piezas de su arte ritual.

La extensión del Tíbet, ocupado por China desde los años 50, es poco más de dos veces la de la Península Ibérica; su población, en cambio, sólo alcanza los seis millones de personas, que viven alrededor de unos 6.000 monasterios, verdadero eje económico y político durante siglos del considerado techo de la Tierra, además de una de las cunas espirituales de la Humanidad.

El acercamiento a esta realidad no es fácil, como refleja la exhaustiva exposición Monasterios y lamas del Tíbet, que hasta el próximo 4 de noviembre se presenta en Vitoria. Se trata de un recorrido inédito por las creaciones con las que los tibetanos han acompañado sus devociones desde el siglo XI.

Sus creencias beben tanto del budismo tántrico, de origen indio, como de las tradiciones propias del bon, una religión autóctona prebudista. La muestra, organizada por la Fundación La Caixa, recoge más de 300 aportaciones que se han ido atesorando en los monasterios del país y que ahora forman parte de colecciones particulares de Londres, Madrid o Nueva York.

Los monasterios protagonizan el primer apartado del recorrido, ya que sus responsables, los lamas, fueron imprescindibles a la hora de transmitir esta nueva cultura en el territorio. Por ello, se ha elegido para abrir la exposición una estatua del lama Rechungpa (el gran discípulo del yogui, eremita y poeta místico Milarepa, referente indispensable en el budismo tibetano).

A partir de esta imagen, se recrea el ambiente de aquellos centros de cultura y poder, mediante objetos rituales y litúrgicos, además de otras piezas habituales en la vida diaria, como instrumentos musicales (pequeñas trompetas realizadas con fémures humanos y los clásicos platillos), los espejos o las pinturas que adornaban las celdas de los monjes. Las condiciones rigurosas en las que viven estos ascetas están recreadas en una reproducción de estos habítaculos, en la que no falta ninguno de los tópicos de la vida monástica budista.

La exposición concluye con una selección de estatuas y estatuillas en metal (casi todas, bronces) que representan a los maestros del budismo original. Aquí se puede destacar la presencia de un altar con Buda y sus 25 discípulos, único en el mundo.