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Columna
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Melodía entre La Habana y Santiago

La fotografía periodística reparte su actividad en dos grandes líneas de trabajo. Por un lado, tenemos al clásico reportero que con una sola imagen es capaz de plasmar toda una historia en una nota gráfica (foto-noticia). Es una labor ardua que exige buenas fuentes de información, reflejos y el suficiente instinto compositivo para que el resultado final alcance relevancia y sea digno de publicarse. En la otra vertiente tenemos a quienes tratan de establecer un relato con varias imágenes. Es el caso de una narración fotográfica, un ensayo sobre un tema concreto del que se pretenden descubrir todos o una gran parte de sus matices. Esta especialidad pide mayor reflexión, resulta menos ágil que la anterior y necesita más espacio para publicar. Su presencia en la prensa diaria es cada vez menos frecuente, ya que exige la máxima inmediatez y ahorro de módulos. Por eso no es de extrañar que encuentre ubicación más cómoda en revistas semanales o mensuales y, sobre todo, en libros y exposiciones.

Bajo este criterio, podemos ver en la Sociedad Fotográfica de Guipúzcoa un interesante trabajo sobre Cuba llevado a cabo por Imanol García (Bilbao, 1959). Es un estudio serio, realizado en blanco y negro. La música o, más bien, los ambientes musicales son el hilo conductor de este alarde narrativo de donde imaginariamente se desprenden sonidos y colores. Imanol es un veterano de la prensa vasca. Todavía queda vivo el recuerdo del adolescente inquieto que empezó haciendo fotos en Egin en 1977.

Su mirada vivaracha, con un toque de picardía, coronada por una media melena repleta de rizos, venía a sumarse a la transformación que estaba sufriendo en aquellos momentos el fotoperiodismo en Bilbao y en España entera. Luego estuvo en la revista Euskadi bajo la tutela de Peru Ajuria, también conoció la última etapa de La Gaceta y estuvo haciendo foto fija con el cineasta Elías Querejeta. Ahora, y desde hace 12 años, es cámara de TV3 en la delegación del País Vasco.

El trabajo que ahora presenta es una bocanada de aire fresco para quien vive el trepidante ritmo que exigen los telediarios. Su espíritu de fotógrafo sensible ha encontrado un momento de sosiego, ha elegido el tema y lo ha manejado sin la presión de la hora de cierre. No trata de mostrar un acontecimiento banal, exclusivamente de actualidad; enseña imágenes que impactan por su alto grado de expresión y contenido. Ha mantenido la actitud de un viajero que observa con respeto aquello que pasa a su alrededor. El escenario es Cuba, una isla donde encuentran un algo especial todos los que la visitan. Los matices llegan desde La Habana y Santiago. Allí se recuperan escenas de la vida cotidiana bajo el denominador común de la música.

Los interpretes son gente de a pie. Blancos, mulatos, negros o cuarterones que sostiene con sus manos instrumentos de cuerda o de aire. No prestan atención al fotógrafo; están a lo suyo, se dejan contemplar; sin protocolo alguno conforman una composición llena de fuerza, misterio y fantasía. El autor, con una sencilla paleta de grises llena de melancolía y ternura, ha sabido extraer sin presión alguna toda la fuerza plástica que llevan dentro de sí sus modelos. Todas las fotografías ofrecen satisfacciones, vierten al espectador el amor por la música callejera que parece sentir todo pueblo cubano. Además, se trata de un autentico registro del mundo en estado puro. Un ejercicio gráfico donde se recupera un talante humanista, con aires de compromiso social, entrecruzado con algunas notas del realismo poético desarrollado por Robert Doisneau o Willy Ronys. En este tipo de crónica gráfica, modelo del género, se palpa una sensibilidad inquieta resuelta con libertad. Va más lejos del instante único y decisivo abogado por Cartier Bresson. Quizás se echen en falta algunos elementos conceptuales de factura más moderna, pero no por ello se deja de sugerir nuevas fronteras.

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