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Columna
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La luz de los 'collages'

Tres grandes piezas conforman la exposición de Arancha Goyeneche (Santander, 1967) en la Galería Bilkin de Bilbao (calle Henao, 22). Aunque en primera instancia puedan resultar semejantes, las diferencias entre ellas son notables. Ya sólo por la manera de tratar la fotografía -que es la base de los fondos de sus obras-, advertimos propuestas disímiles. En algunas obras los fragmentos fotografiados de la naturaleza quedan voluntariamente opacados y perdidos, en tanto en otros momentos pasan a un primer plano.

Pese a que trabaje con soportes fotográficos, las propuestas finales son enteramente pictóricas, para lo que utiliza un sinnúmero de incontables y diminutos collages, cuyo material es vinilo adhesivo, en su mayor parte. Y así, mediante una variadísima superposición de cintas de vinilo adhesivo, las obras parecen imponer una ley de formas geométricas sobre el fondo fotografiado de determinados fragmentos de la naturaleza. A esta dualidad se añade un elemento más, como es la luz. Quiere decir, la luz proyectada de los focos exteriores -los focos que alumbran los cuadros-, crea un sinfín de haces de luz, minúsculas reverberaciones que van cambiando según el espectador se mueva hacia un lado y otro lado, o bien suba o baje a capricho su visión...

Por incidir en el capítulo de semejanzas y diferencias, en el tríptico titulado Septiembre-Pastoral-Noviembre, aún presentado como una pieza única, se mueve en muchas direcciones. Si es por el color, va de los tonos rojos para el primer fragmento, de azul y dorado para el segundo, y dorado enteramente para el tercero. De igual modo, los fondos fotográficos difieren entre ellos. Para el primer fragmento utiliza el tema de las flores, para el segundo el de las ramas y cortezas de árboles en posición horizontal -incluso a veces toman la apariencia de desnudos humanos deformados-, en tanto en el tercero exhibe un componente más realista, dejando claramente vestigios de arbolado, hojarasca, ramajes...

En la obra titulada Paisaje encontrado, el fondo fotográfico está compuesto por un gran collage pegado contra la pared. Son cerca de quinientas hojas volanderas (fotocopiadas) con un fragmento de árbol seco deformado en blanco y negro. Sobre ese fondo se presentan tres obras conceptualmente diferentes. Las dos de las esquinas tienen un cierto parecido formal por el juego de geometrías en contraste con los lejanos fondos de la naturaleza. La obra del medio es más directa, puesto que trata de impostar una vorágine gestualista -espejo hecho añicos-, con trazos que no son sino tiritas rectilíneas pegadas sobre el soporte.

Lo que muestra Arancha Goyeneche tiene sentido. Se palpa un valor plástico real, porque acierta en lo que hace, sin importarle que veamos cómo lo hace. Contrasta con la labor de algunos artistas empeñados en guardarse para sí los modos de fabricar sus obras. En ocasiones, el único valor de estas obras reside en no saber cómo están hechas. Sin embargo, una vez conocido el 'invento', su dudosa calidad pasa a mejor vida. No es el caso de Arancha Goyeneche, sin duda alguna.

En la Galería Vanguardia presenta varias obras Concha Jérez (Las Palmas, Gran Canaria, 1944). En el mes de julio pasado expuso esta artista en el Koldo Mitxelena varias instalaciones, ya comentadas en esta columna. La exposición de Bilbao no es tan completa, no obstante la ejecución de lo que muestra sigue siendo irreprochable. Basa su arte en propuestas que buscan la participación de los espectadores. Su posición intelectual es sumamente crítica. Denuncia y se duele del dolor de los oprimidos. Rezuma ternura en determinados momentos, sin dejar de sentirse herida. La factura de lo presentado es irreprochable, como ya está dicho.

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