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Columna
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Provocación

La difícil respuesta ante los atentados masivos del 11-S está mereciendo comentarios de todo tipo. Algunos resultan grandilocuentes, como aquellos descubridores del Mediterráneo que bautizan el nacimiento de una novedad histórica: la guerra-red contra el terrorismo-red. Pero así se olvidan de toda la anterior criminalidad política descentralizada que desde su misma fundación atentó contra el Estado-nación, como fueron las sectas anabaptistas de la modernidad temprana o mucho después el guevarismo de los sesenta, pasando por el terrorismo nihilista o anarquista que hace un siglo ensangrentaba Europa. Todos ellos eran actores políticos extraestatales pero a la vez descentralizados e internacionalistas, como hoy lo son las sectas islamistas. Por eso carece de sentido hablar de guerra, según ha señalado Mary Kaldor en estas páginas, pues no se trata de un ataque militar sino de criminalidad política a gran escala, cuyas acciones escapan a la jurisdicción estatal de los sistemas penales.

Otros análisis son más peregrinos, como los de aquellos izquierdistas que culpan a la satánica trinidad del capitalismo, la globalización y el imperialismo. Es verdad que en esta ocasión sus plumas más comerciales no se han atrevido a abrir una campaña contra la reacción estadounidense, como sucedió hace diez años con la guerra del Golfo. Pero no por eso dejan de insinuar que la responsabilidad por lo sucedido es de los Estados Unidos, añadiendo que la desigualdad económica y la injusticia histórica son causas que en última instancia explican el estallido criminal. Pues bien, nada de eso. Por una vez suscribo la declaración del presidente Aznar ante el Congreso, cuando señaló: 'Bin Laden no es la expresión de los pobres, como el terrorismo que tenemos aquí no es la expresión de ninguna demanda de libertades'. Y añadió: 'No podemos analizar las motivaciones que llevan a los terroristas a cometer sus fechorías', porque existe el peligro de 'echar la responsabilidad sobre las víctimas'.

Explicar el atentado del 11-S implica interrogarse sobre las causas de la criminalidad política. ¿Es la injusticia económica o la discriminación cultural la causa de la violencia? En este campo, la literatura especializada solía dividirse entre las explicaciones economicistas o las cultu-ralistas. Pero desde Charles Tilly sabemos que no se subleva quien quiere (porque tenga causas justificadas para ello), sino quien puede (porque dispone de los recursos para hacerlo). Por eso, como las armas las carga el diablo, según reza el refrán, quien disponga de recursos destructivos siempre acabará por utilizarlos, tenga o no causa que alegar para ello. Y en esta línea, hoy sabemos que las causas que inician los conflictos pueden ser de naturaleza diversa: sociales, territoriales, culturales, etcétera. Pero lo más decisivo es que, una vez iniciado el recurso a la violencia por cualquiera de las partes, el conflicto se independiza de sus causas, adquiere autonomía y cobra vida propia, pasando a reproducirse a sí mismo por un proceso de realimentación circular: es el llamado ciclo de la violencia, cuya escalada de acción-reacción resulta difícil de romper o desactivar. Por eso los terroristas o guerrilleros se convierten en señores de la guerra, sólo interesados en perpetuar la violencia para vivir de ella.

En este sentido, ¿cuál es la causa del masivo atentado del 11-S?. Sin duda, la criminal voluntad de poder de un actor político extraestatal, cuya demostración de fuerza ha reestructurado de un solo golpe el escenario geoestratégico. Joseba Zulaika describió las acciones de ETA como órdagos que rompen la continuidad del juego, anulando las bazas acumuladas por el adversario. Pues bien, eso ha sido el 11-S: un órdago que ha quebrado el equilibrio internacional, poniendo su reloj a cero. ¿Con qué objeto?. Sin duda, con el de provocar una represalia comparable, pues los Estados Unidos están obligados a responder, abriendo un nuevo ciclo de acción-reacción. Y lo más maquiavélico de esta provocación es que, al no reivindicar su autoría, impide toda respuesta proporcional. Pues los Estados Unidos están obligados a dar respuesta a una provocación que ni se puede responder, porque no se sabe ante quién, ni se puede dejar de responder, entrando en un círculo de recurrente violencia infernal.

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