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Columna
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Betty, la fea

Betty, la fea, una producción colombiana con éxito televisivo en al menos 22 países, posee como alto galardón haber ganado en audiencia a los espectadores -mayoritariamente hombres- del partido Colombia-Argentina, siendo Argentina el máximo rival futbolístico del país.

Efectivamente, no estaban viendo aquel programa sólo mujeres, ni en una proporción tan abrumadora como se ve a Ana Rosa Quintana. Los hombres, muchos de ellos maridos, habían cambiado la pasión del fútbol por la intriga amorosa, como acaso llegue a suceder aquí.

Cuenta Manuel Castells (La era de la información, volumen 2; El poder de la identidad, Alianza Editorial) que dice David M. Buss (The Evolution of Desire, Basic Books) que 'los hombres tienden a enamorarse románticamente, mientras que las mujeres, debido a su dependencia económica y su sistema afectivo orientado hacia las mujeres, se dedican frente a los hombres a un cálculo más complejo, en el que el acceso a los recursos es primordial' (página 257). Por supuesto -añade Castells- que tanto la literatura como la experiencia ofrecen testimonios de mujeres que lo abandonan todo por seguir un romance, pero cree que esto responde (especialmente) a que siguen modelos patriarcales. Es el hombre, con mayor frecuencia, quien deja la hacienda, la casa, la suerte o la vida cuando se apasiona. Hay más hombres que mujeres que matan a sus parejas, pero es incomparable el número de hombres que se suicidan a continuación frente a lo insólito que resulta ese caso entre las esposas. Contra lo que parece un lugar común, el hombre se 'arroba' más que la mujer. Como también es lugar común que al hombre le cueste aceptar su rendición en lances románticos. Aunque claudican, como se ve, cuando llega el serial y ante Betty, la fea.

En este famoso culebrón vuelve a repetirse el expediente de una chica que se enamora y el argumento cabalga sobre esta emoción, pero tal enamoramiento dista de ser desinteresado. Las bien abultadas gafas de Betty la orientan convenientemente sobre un hombre rico, además de apuesto, tal como sucede semana tras semana en las revistas del corazón y donde, por lo común, el corazón, en el sentido más laxo, lo pone la fantasía sexual o algún resorte filomaternal del hombre.

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