Vecinos en (la) crisis
Las relaciones entre España y Marruecos se han deteriorado en los últimos años. A los marroquíes inmigrantes en España se les empieza a considerar ciudadanos de segunda. Ellos, por su parte, temen la entrada de España en una escalada de violencia contra el mundo islámico.
La crisis internacional no debe servir de coartada para aplazar la reactivación de las relaciones entre España y Marruecos
Hace unos años, Jorge Semprún dio en Tánger una conferencia sobre Política y literatura y le tocó encarar en una sala archirrepleta una batería de reproches de los interesados asistentes. Enfrente del público no se encontraba el intelectual antifranquista, el Federico Sánchez anticarrillista, el comprometido guionista de El atentado -aquel filme sobre el secuestro y asesinato de Ben Barka-, el novelista de expresión francesa, sino el polemista que en un histórico programa televisivo de La clave en los días de la guerra del Golfo, tomó partido abiertamente a favor de la cruzada americana contra Irak. Al menos así fue percibido en su día por aquel público. Más que un debate fue una revancha y le tocó a él desempeñar el papel de cordero pascual por el compromiso del Gobierno español -del que formaba parte como ministro de Cultura- en aquella crisis.
Quienes le reprochaban varios años después su actitud eran marroquíes de la ciudad del Estrecho, tan próximos a nosotros como para sentirse concernidos por un debate como éste, tan suyo.
En estos nuevos días prebélicos, en vísperas de lo que con poca mesura se ha calificado inicialmente de 'cruzada' del Bien contra el Mal, quiero recordar esta anécdota para llamar la atención de que nuestro país vive en la falla que separa -o junta- dos placas tectónicas civilizacionales. Y debe aprovechar esa circunstancia para hacer una política que armonice sus compromisos democráticos internacionales con aquello que no profundice esa falla, procurando no dar la espalda a nuestros vecinos del sur.
Hay razones que nos deben llevar a saber jugar, como país con un determinado pasado y situado estratégicamente donde está, un papel racionalizador y mediador en esta crisis que se avecina y que puede hacer realidad ese 'choque de civilizaciones' tan denostado pero al que los maniqueísmos y la injusticia del desorden mundial llevan como hacia un precipicio. Porque no hay duda de que un ataque contra Afganistán va a afirmar el sentimiento comunitario musulmán.
Contamos con dos ciudades enclavadas dentro de Marruecos, en las que en sus cinco siglos de existencia no hemos sido capaces de crear un juego intercultural positivo. José Martí escribía, hace más de cien años: 'Cuatro siglos hace que España está en Melilla, y no tiene allí más que el castillo de matar y una iglesia vieja'. El reproche, dejando a un lado la virulencia literaria del escritor cubano, sigue vivo porque no hemos sabido convertir estas dos ciudades en un crisol de culturas ni siquiera en polos de desarrollo de su entorno, el más deprimido de Marruecos. En nuestro país vive un cuarto de millón de marroquíes que han ligado su destino al nuestro, aunque les toca pechar día a día con un estereotipo difundido incluso en medios oficiales -y pienso en las declaraciones del delegado del Gobierno para la inmigración- que los considera menos integrables que los cristianos o los hispanoparlantes. Se les hace sentirse inmigrantes de segunda. Pero sobre todo estamos a punto de dilapidar el capital que representa que durante unos años hemos sido para los marroquíes un modelo de transición política y económica hacia una democracia y un país en desarrollo. Hoy vuelven a mirar a Francia y así lo dice su rey.
Marruecos nos mira y, por supuesto, como muchos españoles, no querría que el Gobierno español se embarcase de una u otra forma en una escalada de violencia que puede agrandar aún más el foso de incomprensión entre el mundo del islam y el llamado mundo occidental. Cuando se ve el papel que España quiere desempeñar en esta crisis, convenciendo a dictaduras de la región como la tunecina para que se sumen a una coalición sin objetivo definido, no se puede por menos de añorar la España que hace diez años supo organizar la Conferencia de Madrid tras la guerra del Golfo. La España de hoy no sólo lleva dos años desentendiéndose -cuando no enfrentándose- a su vecino musulmán más inmediato, sino que se ha permitido comparar la intifada palestina con el terrorismo vasco, tirando por la borda todo ese capital de mediación que se concretó hace una década en tratados de amistad y cooperación con nuestros vecinos, en un acuerdo valiente con las comunidades islámicas de España que apenas si se pone en práctica o a reconocer los errores en el pasado por la expulsión de los judíos en 1492.
Las relaciones hispano-marroquíes son hoy una prueba palpable de la situación de desregulación y anarquía en que vive el mundo. Se encuentran en manos de las mafias, de los grupos de presión privados y ni los gobiernos ni los pueblos pueden frenar esa deriva. Aunque, eso sí, los primeros tienen una responsabilidad evidente en dejar que todos esos grupos campen por sus respetos. Lo hacen en el dominio de la pesca -y pienso en los grandes armadores marroquíes que detentan las concesiones impidiendo que las arcas públicas marroquíes perciban fondos de la Unión Europea que podrían financiar escuelas, hospitales o carreteras-. Lo hacen en el terreno de la agricultura -y tengo en mente los grandes productores de tomate españoles que claman contra la entrada de ni una sola tonelada más en Europa procedente de Marruecos-. Lo hacen también en la inmigración, en manos de mafias de una y otra orilla.
Marruecos está viviendo esta crisis con serenidad y lucidez. El antiamericanismo que sin duda late en un pueblo que no piensa olvidar su condición musulmana y árabe y que siente una solidaridad con el pueblo palestino que no es privativa de los países que comparten lengua y credo, no ha impedido que todos los responsables políticos se manifiesten en contra del ataque irracional contra Estados Unidos. Cuando hablo de todos incluyo a los de los movimientos islamistas que han querido mostrar su desmarque de los atentados. Por supuesto que si en las próximas semanas la satisfacción de venganza en Estados Unidos prima sobre una actitud menos belicista, esta actitud moderada del pueblo marroquí se puede venir por tierra y nos juzgarán por lo que España haga en esta crisis.
Crisis internacional que no debe servir de coartada para aplazar la reactivación de las relaciones entre España y Marruecos. La reunión de alto nivel que se dijo iba a celebrarse a fin de octubre, tras dos años sin encuentros entre los dos países, debe ser una prioridad, máxime en estas circunstancias en que es vital para España rehacer esta alianza maltrecha con nuestro vecino del sur.
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