_
_
_
_
Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Guapa gente eterna

El tercer volumen de la vasta y preciosa cosmogonía de Terenci Moix, Mis inmortales del cine, habla efectivamente de sus inmortales del Hollywood de los años cincuenta. Y subrayo que de sus (a veces casi intransferibles) inmortales, porque para otros mitólogos o mitómanos del mismo cielo, entre los que me cuento, algunos de ellos huelen ya a guapos y venerables cadáveres de tumba olvidada. Pero poco o nada importa que en este tercer, y por ahora último, censo del olimpo casero de Terenci Moix haya algunos dioses de dudosa inmortalidad, porque lo cierto es que al evocarlos con tanta gracia, finura y solvencia, los resucita e inmortaliza, quizá porque remueve las tumbas de muchos rostros que forman parte del tiempo de su forja personal como loco enamorado del cine, como el incurable, empedernido cinéfilo que lleva dentro, y esto les da cierto aire bautismal de fantasmas íntimos.

El Hollywood de los años cincuenta, del que Terenci Moix nos trae esta tercera tanda de sus inmortales, es un olimpo agrietado, ya casi agónico, atrapado por el presagio de un lento pero inexorable acabamiento. La extraña metáfora histórica y el asombroso e innumerable cruce de caminos que creó, entre 1920 y 1950, el tinglado industrial de los grandes estudios que hicieron posible el milagro artístico (un capítulo esencial de la imaginación del siglo XX) del cine clásico californiano, perdían velozmente por entonces consistencia interior, se venían abajo como un silencioso castillo de naipes y, con ellos, se desmoronaba también sordamente, sin estruendo, el sistema de estrellas o star system, del que se alimenta la leyenda de donde Terenci Moix arranca los trazados visuales, vitales y profesionales de esta su hermosa galería de inmortales.

Por eso en este libro lumino

so se mueve un deje sombrío, pues tiene algo de crónica de un crepúsculo. Y de ahí que la forma de cajón de sastre, o de redil, donde todo entra de Mis inmortales del cine encubra pese a su dispersión una composición unitaria, lo que proporciona al paso ágil, fácil, gozoso y chispeante de las páginas y de los rostros, una gravedad y una consistencia sumergidas que no aparecen a primera vista y que hay que extraer del subsuelo de las deslumbrantes palabras e imágenes que maneja con extraordinaria destreza el escritor, el cinéfilo y el mitólogo Terenci Moix.

Perfiles de soplos inmortales tan indiscutibles como las sombras de Marilyn Monroe, Orson Welles y Marlon Brando se crecen y enriquecen con el desvelamiento por Terenci Moix de huellas de inmortales tan sutiles y escondidos como las frágiles sombras de Jean Peters, Gloria Grahame y Kay Kendall. Cuando Moix evoca la agonía de Clark Gable mientras abandonaba en 1955 por la puerta trasera los estudios de la Metro-Goldwyn-Mayer, después de un cuarto de siglo de reinar en ellos y cubrirlos de dinero y de gloria; y a Gary Cooper saltando, como si careciera de pasado, de estudio en estudio en un intento, a veces genial y a veces patético, de mantener viva su leyenda, abre pistas de entendimiento de por qué les fue tan mal en aquel territorio de ingratitud a muchos de los últimos inmortales del Hollywood terminal. Es el suyo un bello, sagaz y delicioso catálogo de astrónomo de un tiempo de ocaso.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_