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Columna
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Maniqueos e integristas

Antonio Elorza

La visión dualista era de rigor. De un lado, la red de fanáticos suicidas que provoca una terrible catástrofe, con pérdida de miles de vidas humanas. De otro, el conjunto de víctimas inocentes del acto de macroterrorismo. La rápida confirmación de que los autores de la matanza fueron integristas islámicos vino a reforzar esa bipolaridad, precisando sus motivaciones, al quedar claro que con Bin Laden o sin él se trataba de una respuesta sangrienta, dada en nombre del poder de Alá, al Mal con mayúscula personificado por Estados Unidos. Nadie puede dudar de que la opinión pública norteamericana, bajo la guía de su presidente, se ha atenido a esa lectura y que a partir de ella la gran nación herida apoyaba la aplicación de una 'justicia infinita' que, de entrada, sugería 'castigo infinito'. Un planteamiento que por mucho que Bush arroje flores al Islam, suscita una razonable desconfianza en todos los musulmanes.

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Esa deriva maniquea es lo que hay que poner en tela de juicio, y no el abismo que debe separar desde el 11 de septiembre a víctimas y asesinos. Conviene recordarlo cuando tantos españoles se manifiestan por radio, prensa e Internet sugiriendo que en el fondo le viene bien el castigo a Estados Unidos por su política imperialista, no sin antes cubrirse las espaldas cínicamente con una condena genérica de todo terrorismo. Frente a ello, hay que insistir en que la inhumanidad de los atentados del día 11, lo mismo que sucede con los ejecutados por suicidas palestinos en lugares públicos de Israel, está por encima de la consideración que merezca una determinada política del Estado al que pertenezcan las víctimas civiles. Como consecuencia, a la vista de lo sucedido en Nueva York y en Washington, sólo el aniquilamiento de la red terrorista puede proteger a toda la humanidad, norteamericanos, europeos y árabes incluidos, del riesgo creciente de un terror mundializado.

Eso sí, la precisión es necesaria. Ante todo, al designar los responsables directos e indirectos de la estrategia del terror, así como las metas y condiciones de la respuesta. El Gobierno de Estados Unidos está legitimado para exigir solidaridad y colaboración para el castigo de los culpables, pero no para constituirse en juez universal que además acepta la guerra sucia en una actuación punitiva presidida por el wanted de las películas del Oeste. Resulta muy grave que el Gobierno de Aznar acepte sin más esos excesos anunciados, y los riesgos que para España pudieran representar.

Precisión también en el análisis y explicación del complejo de causas, más allá de las conocidas (Palestina, la miseria). Aquí el punto de partida consiste en reconocer que la red terrorista del día 11 se inscribe en el integrismo islámico, sin comillas, y no de una forma genérica, sino con unos rasgos, unas referencias doctrinales y unos orígenes bien concretos. Se ha escrito en estas páginas que 'ninguna religión es por sí misma causa de actos terroristas', los textos sagrados no son unívocos y todo depende 'de quienes lean los textos'. Es una apreciación que haría incomprensible todo lo que ha sucedido, pues si bien es cierto que ninguna religión contiene un programa terrorista, nada hay que impida el análisis de un escrito religioso, y del mismo bien puede deducirse que existe un conjunto de referencias -en nuestro caso, sobre la yihad, con la exigencia para el creyente de sacrificar su vida en la lucha contra los enemigos del Islam-, que no existen en otras religiones, y que son las que confieren toda su fuerza a programas de destrucción como el del wahhabí Bin Laden. Acotarlo se hace imprescindible, precisamente porque hay otro Islam tolerante bajo creciente presión radical, tal y como describe Huntington. Y no es seguro que los dólares saudíes invertidos en la difusión del 'Islam de los orígenes' dejen de ejercer sus efectos sobre la comunidad musulmana española.

Antes del 11 de septiembre, la siembra de integrismo podía parecer inocua. Ahora pasa a ser tema obligado de reflexión, sólo inferior en importancia al auge del racismo antiárabe, justamente si aspiramos a que el conjunto de inmigrantes musulmanes, desde la plena conservación de su creencia religiosa, acabe integrándose en nuestra sociedad.

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