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Reportaje:

Torres de plastilina y alpacas de euros

Niños y mayores de Morón conviven con tranquilidad y humor con la base militar y la crisis mundial

Ayer por la mañana, Abraham jugaba en clase con plastilina. Había construido una torre de oficinas de color rojo. Su maestra cree que quería representar el fuego. Con una de sus pequeñas herramientas en la mano, amenazaba su propia obra. 'Mira, mira', gritaba a uno de sus compañeros mientras destruía la frágil construcción, 'mira como mi avión tira una torre gemela'.

Abraham tiene cuatro años y es alumno de enseñanza primaria en el colegio María Auxiliadora, de Morón de la Frontera. Él y sus compañeros siguen 'afectados por el impacto visual del atentado', afirma uno de sus profesores, Francisco López, que cree que los niños están, como sus mayores, muy informados de lo sucedido 'por lo que ven a diario en la televisión'.

Con el inicio del curso, muchos de los profesores del María Auxiliadora han sacado en clase el tema de lo ocurrido en Estados Unidos para reflexionar sobre ello junto a sus alumnos. Excepto anécdotas como la de Abraham, la mayoría de los chavales, pese a conocerse secuencia a secuencia las imágenes ofrecidas por la televisión, 'no tienen conciencia de la crisis actual y, mucho menos, del problema que puede suponer la cercanía de la base militar', opina otro de los docentes, Francisco del Valle.

Los chavales moronenses parecen mostrar la misma preocupación que los adultos de la localidad. Los propios profesores participan de la tranquilidad con la que la población local asume la cercanía de la instalación militar. 'No nos preocupamos más que alguien que viva en Córdoba o en Madrid, estamos habituados a convivir con la base, a ver llegar y salir los aviones militares', dice Victoria Romero, aunque su compañera Elisa Martínez sí reconoce que no le hace gracia 'pensar que pueden sobrevolarnos aparatos cargados de bombas, con el riesgo que puede haber de un accidente'.

Al mediodía, Morón respira la tranquilidad propia de una pequeña localidad a la mitad de una semana de otoño. Cuando el sol empieza a calentar, los viejos del pueblo se asoman a la plaza de La Carrera y muchos vecinos moronean por la calle Pozo Nuevo, la principal vía comercial del pueblo. Por ella pasea Paco del Gastor, guitarrista flamenco y personaje local.

Paco, como todos sus paisanos, muestra tranquilidad ante la situación, aunque con reservas. 'Aquí no pasa nada, por ahora'. El músico, como el pequeño Abraham o como la mayoría de los habitantes de Morón, se toman con humor la situación, una forma efectiva de relativizar asuntos que, como éste, son tan importantes y complejos que resultan difíciles de abarcar. 'Lo que tenían que hacer', dice Paco, 'era mandar diez o doce aviones que bombardearan el pueblo con alpacas llenas de euros, que hacen mucha falta'. 'Y que no pararan hasta que yo dijera basta', sentencia con un deje flamenco.

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Un poco más arriba, junto al Ayuntamiento, abre sus puertas el bar La Goleta, sede del Partido de la Gente del Bar (PGB) cuyas historias de ficción recoge el dibujante local, Azagra, en las páginas de la revista El Jueves. José, su camarero, y dirigente histórico del PGB, atiende a una parroquia abiertamente en contra de la presencia de la base americana en las cercanías de la localidad. Desde allí, párroco y parroquianos aguardan acontecimientos. Por lo pronto, el domingo acudirán a la manifestación convocada por Izquierda Unida en el paso La Nena, junto a la base.

En la instalación militar, la Guardia Civil vigila el perímetro. En la pista de despegue, tres gigantescos aparatos Galaxy C-5 de transporte esperan la orden de salida. Desde el 11 de septiembre, decenas de ellos, más una escuadrilla de 8 cazas F-16 el pasado viernes, han pasado por la base, que puede acoger hasta un millar de militares entre españoles y estadounidenses. Los vecinos de Morón, acostumbrados a su presencia, ya ni siquiera se acercan a los alrededores de la base a ver de cerca los aviones.

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