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Columna
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El terrorismo, nuestro terrorismo

Las Torres Gemelas de Nueva York ya no proyectan ninguna sombra, pero junto a sus humeantes restos no sólo es preciso pensar el futuro de la Humanidad, sino también el de sociedades concretas como la nuestra. Lo que ha sucedido (y más aún lo que cabe esperar que ocurra en el inmediato futuro, si se hace bien) perjudica a ETA. Pero creo que aún más lo que ha sucedido en el propio País Vasco desde las pasadas elecciones; de cualquier modo, cabe prolongar esta tendencia a la luz de los acontecimientos norteamericanos.

Empecemos por la constatación de lo obvio, tarea nunca innecesaria al tratar de materias como éstas. Euskadi va mejor. En el pasado teníamos un panorama de éxitos policiales limitados, ausencia de colaboración de los grupos democráticos, elevadísimo nivel de decibelios en un debate político recorrido más por la adrenalina que las ideas, y carencia absoluta de perspectivas de futuro. Hoy vemos mayor eficacia de las fuerzas de seguridad, un Gobierno que se dice 'incluyente' y que, por tanto, no sólo ha roto el abismo entre las dos comunidades, sino que está abierto hacia otras opciones, más serenidad y, en general, un horizonte inmediato más despejado. Claro está que la solución no está cercana, pero quienes auguraron catástrofes inmediatas, en el caso de vencer quienes luego lograron el triunfo, deberían revisar sus puntos de vista. ¿Qué hubiera sucedido con otro resultado? Lo ignoramos, pero concédase que es improbable que en el plazo transcurrido se hubiera avanzado hasta donde se ha llegado. Y no hay inconveniente en admitir que en ello ha jugado un papel importante el reflejo de una parte de la sociedad vasca ante la movilización de otra.

Ahora me parece que el mensaje que cruza el Atlántico tras el atentado viene acompañado de dos palabras que merecería aplicáramos a la situación vasca: consenso y matiz. La necesaria respuesta norteamericana será tanto más constructiva y perdurable cuanto a mayor número de naciones alinee en su búsqueda de la justicia. Y a ello ayudará sin duda un juicio sobre los acontecimientos que evite emplear el término 'guerra' para lo que no debe ser denominado así, o identificar todo el islam a toda Palestina con el terrorismo.

Consenso y matiz debieran ser ejes prometedores de futuro al tratar de la cuestión vasca. Lo curioso del caso es que ahora prosperan más entre los grupos políticos que en los medios intelectuales. Desde las pasadas elecciones vascas hemos tenido una floración de propuestas de dureza en el tratamiento con el nacionalismo democrático que iban desde el empleo de medidas de excepción, como la suspensión del Estatuto, hasta presión económica, pasando por la más genérica y burda de 'enseñar una estaca'. No son personas irrelevantes y carentes de mérito quienes han hecho sugerencias como ésas.

Nadie ignora que quienes escribimos en este diario hemos expresado opiniones ásperamente contrapuestas sobre esta cuestión. Quizá sería el momento de superarlas. Quienes veíamos un peligro grave en la demonización del nacionalismo democrático tendríamos que ponderar aún más la angustiosa situación de los perseguidos y reconocer que su movilización, aun con un lenguaje más que discutible, ha tenido aspectos positivos. Quienes han estado en el otro lado convendría que releyeran a Koestler. Escribiendo éste acerca de los ex comunistas, aseguraba que eran como ángeles caídos que descubrían que el supuesto cielo era, en realidad, un infierno. Ése es el mérito de muchos ex etarras. Pero Koestler escribió también que entre los ex comunistas había neuróticos que llevaban en su cráneo bien instalado un Telón de Acero que les impedía un uso correcto de ese importante órgano. Eso es lo que sucede con la floración de remedos de Maeztu, pocos pero bien gritones, provenientes de la izquierda o del terrorismo, que envenenan un debate que siempre pudo ser productivo y es ahora imprescindible.

La apelación al consenso o al matiz suena como propia de chupacirios o, en general, gentes tan bobaliconas en lo moral como poco sutiles en lo intelectual. Pero, por más que se conquisten éxitos espectaculares con el desgarro, todo el mundo sabe que en esas dos palabras está más cercana cualquier solución.

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