Conmemorando la conmemoración
El alcalde de Sevilla está convencido de que la Expo no fue un despilfarro y está dispuesto a gastar lo que sea necesario para demostrarlo. El asunto, en contra de lo que pueda parecer, no es ninguna frivolidad y sentará precedente en tan festiva ciudad, que a partir de ahora no sólo podrá celebrar las efemérides, sino las efemérides de las efemérides. Y eso hasta que Monteseirín se atreva a hacer el triple salto mortal y proponga conmemorar la conmemoración de una conmemoración.
Todo se andará. De momento, me he puesto a indagar cómo el alcalde sevillano cayó en la cuenta de que el año 2002 era, nada menos, que el décimo tras la Expo de 1992. Resulta, según me cuentan, que tal iluminación le sobrevino un día en una feria turística de Berlín. Por lo visto, esa mañana el alcalde no tenía ningún titular que regalar a los periodistas que llevaba apesebrados desde Sevilla e improvisó este detalle.
Estas cosas suceden con frecuencia y son inevitables: nunca los políticos han hablado tanto teniendo tan poco que decir. Así, pasa lo que pasa: a la Junta le terminó pareciendo una buena idea y nombró comisario para el evento al que fue consejero de Industria cuando lo de Doñana y Boliden, Guillermo Gutiérrez.
La semana pasada se presentó el logotipo. No podía ser de otro modo: no hay conmemoración que valga la pena si no tiene un logotipo como dios manda. Lo demás, por lo que se ve, correrá por cuenta de los actuales inquilinos de la isla de la Cartuja. Las empresas que residen en la antigua sede de la Expo del 92 tendrán que montar exposiciones contando qué había entonces y qué hay ahora ese lugar.
Así se pretende difundir la idea de que la Expo no fue ningún despilfarro y que todo se ha aprovechado. Uno de los ejemplos puestos por Guillermo Gutiérrez era especialmente exótico y constituía una magnífica muestra de surrealismo económico: en lo que fue pabellón de Mónaco hay ahora un criadero de esturiones. Excelente: difícilmente se podía haber encontrado un suelo más caro para una instalación de este tipo. Si tenemos en cuenta que el Tribunal de Cuentas cifraba en 117.237 los millones que se perdieron en la Expo, hoy la isla de la Cartuja no sólo podría ser sede de un inmenso criadero de esturiones, sino que España debería ser en estos momentos toda una potencia en la producción de caviar.
Contentos de que, al menos, nuestros impuestos hayan servido para engordar esturiones, los españoles nos disponemos a celebrar esta efeméride de la efeméride del 92 que servirá, sobre todo, para identificar de forma nada subliminal a Monteseirín con una Expo con la que -ni para mal, ni para bien- nada tuvo que ver.
Pero ya saben cómo es la gente. Siempre hay quien trata de aguar cualquier festolín. Habrá para quienes el 2002 no será la fecha de una conmemoración, sino la certificación de un retraso de diez años: como los acreedores que aún tratan de cobrar al Ayuntamiento de Sevilla 2.000 millones por obras hechas para la Expo, o los almerienses para los que la A-92 terminará siendo, si hay suerte, la A-02.
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