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Tribuna:LOS CAMBIOS EN LA VIDA COTIDIANA
Tribuna
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El precio del miedo que envenena el mundo

David Grossman

Cada uno de nosotros recordará siempre el lugar en que se encontraba cuando los dos aviones Boeing se estrellaron contra las Torres Gemelas. En momentos como ése, el mundo en que quisiéramos creer se paraliza y en los resquicios que se crean entrevemos el abismo más allá del cual están el caos, el odio, el fanatismo y la masacre.

Como israelí que ha nacido en medio de la guerra y vivido en una atmósfera de violencia y de sospecha, la flema y la indiferencia de que se hace gala en los aeropuertos norteamericanos siempre me han desconcertado.

Hace algunos años, en un vuelo de Boston a Nueva York, descubrí, con gran azoramiento por mi parte, que había subido al avión con un billete equivocado. Dicho de otro modo: había pasado inadvertido por todos los puestos de control sin que nadie se diese cuenta del error. No obstante, siempre he envidiado esa calma de los norteamericanos, esa confianza en sí mismos y en su poder para desalentar posibles actos de violencia. El corazón quería creer con todas sus fuerzas que esa ilusión podía durar eternamente. Ese comportamiento implicaba una especie de victoria sobre la actitud de continua sospecha que muestra todo israelí, acostumbrado a vivir bajo la amenaza constante del terrorismo, y encerraba además la promesa de que quizá algún día también nosotros alcanzaríamos ese sentido de seguridad y confianza.

Ahora, desgraciadamente, norteamericanos y europeos conocerán el dolor de quien está acostumbrado a vivir a la sombra del terrorismo, el precio del miedo constante, la inevitable aridez del alma de quien vive en contacto con la tragedia. Y el mundo se convertirá en un lugar sobre el que se cierne la tragedia, envenenado por el miedo y la sospecha. Ahora, mucho más que en el pasado, las minorías étnicas que viven en Occidente conocerán la ofensa de quien continuamente es observado con desconfianza. Porque éste es el terrible tributo a que aspira el terrorismo: no golpea sólo a la vida, sino también al gusto por la vida, las relaciones con los seres humanos, todo lo que hace de una sociedad civil una comunidad en la que es agradable vivir, 'humana' en el pleno sentido de la palabra.

¿Conseguirá Occidente encontrar un equilibrio justo y frágil entre sus propios valores liberales, democráticos y pluralistas y la exigencia de defenderse con firmeza de quien le amenaza? ¿Y cómo se garantizarán a partir de ahora los derechos del ciudadano, casi sagrados en todo Occidente, frente a la necesidad de mayores controles, de informaciones, de considerar a cualquiera un posible sospechoso? Una sombra pesada se cierne ahora sobre Estados Unidos, sobre Europa y sobre todo el mundo iluminado, en Oriente y en Occidente. Probablemente, aún no estamos en condiciones de comprender el alcance del cambio que se producirá en nuestra vida cotidiana. Y por lo que se refiere a Oriente Próximo, hoy más que nunca es indudable que Israel tiene derecho a defenderse del terrorismo. Y, sin embargo, esta lucha no basta: el Estado hebreo tiene el deber de infundir a los palestinos la esperanza de un futuro mejor que impida que algunos de ellos elijan el camino de la lucha armada. Hoy día es también evidente el motivo por el que los líderes palestinos, y Arafat el primero, están obligados a interrumpir cualquier contacto con las organizaciones terroristas. Además, a pesar de las escenas escalofriantes de palestinos exultantes tras la tragedia, no dudo que los más moderados de entre ellos (igual que muchos egipcios, jordanos y libaneses) se han quedado horrorizados por todo lo sucedido y son conscientes de que si el terrorismo fundamentalista se refuerza, ellos mismos serán uno de los objetivos. Por lo tanto, un momento antes de que todo se derrumbe y el caos nos absorba en su vórtice, israelíes y palestinos deben abrir los ojos. Lo que presenciamos el otro día en Estados Unidos es también una oscura premonición de lo que nos espera si no retomamos las negociaciones.

David Grossman es escritor israelí.

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