Tras la caída de las Torres
Me topo en la calle con un amigo periodista que me dice: tanta discusión sobre si el cambio de siglo había sido el 31 de diciembre de un año o del siguiente y ahora resulta que el siglo XX terminó en 1989 y el XXI comenzó este 11 de septiembre. Mi amigo viene de la reunión que ha tenido en Bilbao la Asociación Mundial de Periódicos, donde el martes negro ha hecho inevitable la comparación del terrorismo vasco y el islámico. Le digo que se insiste en que éste ha sido un ataque a los símbolos del poder americano, pero a mí me parece que esta matanza de seres humanos indefensos de más de treinta naciones supone la creación de un nuevo símbolo. Y que este símbolo va a tener mucho peso en nuestras vidas. Porque, a diferencia de otros acontecimientos que luego se diluyen, éste ha sido la revelación de algo que ya existía -la fragilidad de la civilización moderna-, y ahora el significado ha encontrado al fin su signo.
'La lógica del fanatismo de ETA es, en esencia, la misma que alienta en los integristas islámicos'
¿De dónde procede un fanatismo capaz de tal atrocidad? Las buenas almas, incluida la nueva beatería de izquierdas, creen que proviene de las abismales diferencias entre países ricos y pobres. Pero no existe un fanatismo así en Chiapas ni en otros lugares de pobreza extrema. El fanatismo moderno está surgiendo en las propias sociedades que se modernizan, del dinero de nuevos ricos inyectado en vena de los estudiantes coránicos, ellos sí, pobres de verdad. Es la respuesta más reaccionaria al avance de la modernidad. No la rebelión de viejas tribus contra un colonizador extranjero, sino la emergencia de modernas tribus, formadas por hombres y mujeres que se disfrazan de salvajes o bárbaros para encontrar y salvar una identidad que sienten amenazada. ¿Pero cómo puede estar amenazado algo que, por inexistente, se busca siempre en el pasado? En esa paradoja reside la clave del fanatismo moderno. Como el de esos jóvenes vascos que causan estragos para salvar una lengua que consideran suya sin hablarla.
Me dice mi amigo que sus colegas de distintos países reunidos en Bilbao coinciden en que la lógica del fanatismo de ETA es, en esencia, la misma que la de los fanáticos islámicos. Ambos pretenden conseguir objetivos políticos mediante el terror y el desistimiento de quienes no estén de acuerdo con ellos. Pero también coinciden en su carácter reaccionario.
En efecto, tanto el integrismo islámico como el vasco son una reacción a la modernización de sus sociedades respectivas. La liberalización de España en la primera mitad del siglo XIX tuvo su respuesta en el carlismo. A finales de ese siglo, la industrialización de Vizcaya desencadenó la reacción del nacionalismo de Sabino Arana. A mediados del siglo XX, el nacimiento de ETA respondió a la primera modernización de la dictadura franquista. Y en los últimos años, la democratización de España, la autonomía vasca y la pertenencia a Europa han encontrado la respuesta del fanatismo renovado de ETA. El terrorismo es la expresión más alta del irracionalismo en el siglo XXI, como en el siglo anterior lo fue el fascismo y su variante estalinista. Por eso, la caída del Muro de Berlín simbolizó que la razón y la humanidad, a pesar de todo, se abren paso. El estadio actual del capitalismo ya no es el imperialismo, sino el terrorismo, caracterizado por una lucha altamente simbólica y despiadada entre tribus de fanáticos y las sociedades modernas.
Desde luego, la práctica del terrorismo no es exclusiva de tribus de fanáticos. El terrorismo de Estado ha existido en todas las épocas y es la mayor tentación de quienes luchan contra terroristas. Porque quien lucha contra monstruos puede acabar convertido en monstruo. Que se lo pregunten a israelíes y palestinos.
Hasta el martes, un número nada desdeñable de vascos miraba hacia otro lado para no sufrir con el sufrimiento de sus vecinos. Otro tanto hacían muchos neoyorquinos presurosos. Pero a partir de ahora vamos a vernos todos reflejados en el gigantesco espejo americano. En la medida en que todos somos norteamericanos sin saberlo o sin desearlo, las cosas van a cambiar profundamente; para mal y también para bien.
Es el despertar del sueño americano a la conciencia de la propia fragilidad, que va a extenderse al mundo entero. Que también va a acelerar la clonación de terroristas y psicópatas aislados. Pero que será el catalizador de la ciudadanía internacional, como lo fue para nosotros Miguel Ángel Blanco. Y supondrá también, tarde o temprano, el final de otros sueños como los nacionalismos que se han convertido en pesadillas.
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