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Columna
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Horror

No podremos olvidar nunca la impresión de los aviones haciendo blandas, débiles, rompibles, las, hasta el momento del fuego, enormes y poderosas Torres Gemelas de la ciudad de Nueva York. El 11 de septiembre se nos rompió la sobremesa y nos sobresaltó el terror a que todo se viniera abajo como las torres, y quedaran piedras y humo sobre la estabilidad de Occidente, en la que somos capaces de cultivar todo tipo de egoísmos e insolidaridades. Los terroristas nos dejaron el martes desconsolados y arrastramos los días con temor, desde el mismo momento en el que tuvimos conciencia de las reacciones que el bárbaro acto podría traer consigo. Vivimos en vilo y mientras algunos dejan ver su ardor guerrero, otros, la mayoría, quisiéramos poder soñar con un entendimiento mundial por la globalización de la justicia y el bienestar, única manera de dejar verdaderamente aislados, solos y atemorizados a los terroristas. El 11 de septiembre se nos acabó de verdad el siglo XX, tan decadente en su final y tan huérfano de ideas renovadoras: es hora de que despierte el siglo XXI y los llamados al convite de la esperanza empiecen a alzar sus voces. Es la hora de los valientes, de los capaces de decirle al siglo que si no cambian los hábitos de Occidente, no sólo sufrirá Oriente, sino los propios ciudadanos del mundo mejor tratado por la fortuna. Y no es que crea que el atentado a las Torres Gemelas sea un justo castigo a la maldad de Occidente, de ninguna manera será admisible entender semejante barbaridad, ni justificar el crimen aberrante cometido por otros instalados, no nos olvidemos, porque no son los pobres los que atacan, son siempre poderosos los capaces de actos de gran envergadura. Pero nos cuentan que ha habido niños palestinos aplaudiendo mientras ardían las torres. Se nos permite preguntarnos, ¿cuánta injusticia acumulada en sus pequeños cuerpos y en sus cortas vidas pueden tener esos niños palestinos para aplaudir semejante barbarie? Sin justificar nada, pero llenos de inquietud y de algo parecido al sentimiento de culpa.

Mientras todo eso pasaba, en el Parlamento andaluz se hablaba de padres ferroviarios y padres militares. Y el absurdo se hizo carne...

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