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Columna
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Reciclar

El 66% de los hogares españoles ya se ha acostumbrado a separar. 'Normas para la correcta separación', leíamos hace unos años en el portal de casa, y las familias interpretaban que iban a leer indicaciones para divorcios o tránsitos hacia la disgregación conyugal. Luego fuimos aprendiendo que unos y otros cubos esperaban nuestras inmundicias y aumentó el sentimiento de culpa familiar cuando no se hacían las cosas debidamente. Con todo, el 60% de las casi 800.000 toneladas que este año se separan son obra de las amas de casa, auténticas protagonistas activas del I Congreso Europeo del Reciclado, que se celebra a lo largo de la próxima semana en Madrid. Lo preside el príncipe Felipe y ha querido otorgársele la mayor distinción como consecuencia de que el reciclado es ya algo más que una actividad de finalidades económicas: se trata, a estas alturas, de una filosofía moral.

El vecino 'separador' desarrolla su esfuerzo de separar movido por una racional noción de la utilidad económica, pero opera gozosamente por una idea muy superior. El reciclamiento, para el que trabaja el ciudadano separador, se ha convertido en una acción que imita el proceder mismo de la naturaleza; y la naturaleza, que antes se tenía por acechante, ha pasado a convertirse, gracias al ecologismo, en un paradigma de inefable bondad. La naturaleza recicla, aprovecha lo que se marchita, lo que se desprende o se expele. Este modelo depurado de su ciclo atávico se ha convertido en ética y constituye la insignia del reciclamiento a manos de la nueva humanidad.

Ahora se tiende a reciclar todo y cada cosa reciclada alcanza una adición de valor espiritual. El papel, los cinturones, los bolsos, los frascos, los ordenadores, los automóviles, los empleados, los órganos de trasplantes, prácticamente todo cobra un valor moral añadido si proceden del reciclamiento. En el reciclamiento hay una confortadora seña de resucitación, una señal de vida rescatada de la muerte y hasta una promesa de perduración. Gracias al reciclamiento, nada muere para siempre, todo sigue latiendo en una u otra nueva circunstancia. Nace y revive de la misma manera que a los vecinos separadores les gustaría que fuera su vida: una biografía sin fin, transfigurándose sin término en incontables maneras de ser y de presentarse, siempre sin convertirse en desecho o en el definitivo detritus para morir.

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