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Tribuna:LAS CAUSAS DE LA INSEGURIDAD
Tribuna
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Globalización del terror

El horror y la incredulidad lo cubren todo. La globalización de la información provoca, en tiempo real, el mismo efecto en lugares muy distantes del planeta. Nos negamos a creer que está pasando y repetimos una y otra vez el mismo gesto ante las mismas imágenes.

Se reclama, con angustia comprensible, liderazgo político para responder a la amenaza, para encontrar y castigar a los culpables, para recuperar algo de la confianza perdida con brutalidad sin precedentes en los últimos 50 años.

Pero el liderazgo que se reclama, de los mismos políticos a los que sistemáticamente se desprecia, tiene que ser de respuesta, no meramente declarativo; tiene que ser sensible al estado de ánimo de los ciudadanos, pero no dejarse arrastrar por él; tiene que ser eficaz más que espectacular, porque el inmenso horror de la tragedia que estamos viviendo disminuirá, pero la amenaza permanecerá, e incluso, si se cometen errores, aumentará.

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El orden internacional post muro de Berlín, en términos de seguridad, con sus implicaciones económico-sociales, no sólo de defensa ante las amenazas, no está definido -mucho menos articulado- porque ni siquiera están identificadas las verdaderas amenazas.

Los atentados de las Torres Gemelas y del Pentágono funcionarán como catalizadores y precipitadores de una crisis que ya estábamos viviendo en la economía internacional, pero que dentro de unos meses se identificará con el brutal ataque terrorista.

La necesidad de encontrar al enemigo, de poner un rostro al mal, puede arrastrarnos a criminalizar al otro, al que es diferente en sus creencias religiosas, en sus pautas culturales o en el color de su piel, deslizándonos hacia un mundo enfrentado por razones alternativas a las que lo dividían antes de la caída del muro, y aún más peligrosas para la paz.

¿Es posible encontrar una respuesta a la crisis de seguridad que pone en riego tantas vidas humanas? ¿Es posible actuar contra la precipitación de la crisis económico-financiera en la que ya estábamos inmersos? ¿Es posible disminuir las tensiones que recorren distintas regiones del planeta, en algunos casos con fuerza expansiva incalculable? ¿Es posible avanzar por el camino de la gobernabilidad -no hablo del gobierno- de esta nueva realidad planetaria inducida por el fenómeno de la globalización de la información, la economía, las finanzas, y... ahora el terror?

De la corrección de las respuestas que EE UU y los países de la OTAN, más otras alianzas posibles, sean capaces de producir penderán consecuencias de enorme trascendencia para la paz mundial. Imagino el 89 como el final del siglo XX, pero este salvaje atentado nos pone ante los desafíos del siglo XXI. En el periodo intermedio hay que reconocer que hemos sido poco conscientes de los cambios que se estaban produciendo y de sus implicaciones.

Los ciudadanos pueden y deben saber que la lucha contra la criminalidad organizada en forma de terrorismo se puede combatir con eficacia si se identifica como la principal amenaza, mucho más real que la supuesta de la que nos defendería un escudo espacial antimisiles. Si se acepta así, la información es el 85% de la lucha por la erradicación de esté fenómeno. El 15% restante serían las operaciones derivadas para capturar y destruir las tramas.

Lo más dramático es que la información a la que me refiero está disponible en su casi totalidad, y llegaría al máximo de eficacia si se pusiera en común por una docena de países que se consideran amigos y aliados. Pero esto no ocurre. Es más fácil intercambiar información de servicios en el terreno militar clásico que entre los servicios de información de estos aliados referidos a la lucha contra este tipo de amenaza.

La consecuencia de actuar así, aquí y desde ahora, sería la de acertar con precisión en la respuesta, garantizar un incremento de la eficacia en el futuro, y evitar el error, aunque sea comprensible en momentos de emoción, de acciones precipitadas que escalen la violencia en lugar de contenerla.

El esfuerzo inmediato para enfriar conflictos regionales como los que se viven en Próximo Oriente, o en otros lugares del mundo, que tenderán a exacerbarse con efectos de violencia suprarregionales, es una necesidad para avanzar en una nueva arquitectura de convivencia internacional. La Unión Europea puede y debe jugar su papel, riguroso y exigente, no sólo pagar facturas de las decisiones de otros.

Precipitados todos los factores de desconfianza económica y financiera, los actores políticos tienen que dar un paso adelante para regenerar esa confianza que no podrán recuperar los protagonistas directos de los mercados. Más liquidez, menos tipos de interés y recuperar el razonamiento de Keynes, aplicándolo a la nueva realidad, no reproduciéndolo miméticamente, ayudará, si la seguridad frente al terror mejora, a remontar una crisis mundial a la que no se quiere identificar como tal, a pesar de que Japón, EE UU y Europa estén inmersos en ella.

Finalmente, el desorden de la globalización, con sus lacerantes incrementos de las diferencias, los incontenibles flujos migratorios huyendo de la miseria o de la tiranía, la imprevisibilidad del casino financiero internacional o los crecientes odios interculturales, reclama un esfuerzo de construcción del nuevo orden internacional del siglo XXI, añadiendo factores que hagan más gobernable este escenario, en lugar de pretender construcciones excesivamente teóricas sobre el supuesto Gobierno del Mundo tan querido a los cartesianos puros. (¿A quién aceptaríamos presidiendo ese Gobierno Mundial?).

Espacios regionales supranacionales, como la Unión Europea o como el Mercosur, podrían ir configurando una nueva gobernabilidad más equilibrada, más cooperativa y solidaria. La revisión del funcionamiento de instancias como el FMI, el Banco Mundial o las propias Naciones Unidas deberían acompañar este proceso de mayor gobernabilidad.

Es posible, no sólo deseable, poner en marcha las respuestas para mejorar la seguridad, identificando y combatiendo la peor criminalidad que se conoce: el terrorismo, como el enemigo de la convivencia en paz y en libertad, más peligroso y evidente.

Es posible hacerlo sin deslizarse hacia el odio entre religiones, culturas o civilizaciones, porque no está ahí el problema, pero la confusión puede contribuir a agravarlo en vez de resolverlo.

Es posible disminuir las tensiones regionales con efectos expansivos de violencia. El Mediterráneo, cuna y cruce de civilizaciones, debe tender hacia la superación de los choques que se viven en él, de uno a otro extremo. El Cáucaso, que no queremos ver aunque pesará en los próximos años, y tantos otros.

Es posible combatir la primera gran crisis de la nueva economía, que se nos anunciaba sin ciclos, de bonanza sin fin, al tiempo que veíamos el incremento de la pobreza, la pérdida de la cantidad y la calidad de la cooperación internacional y de la cohesión interna en los países ricos.

Es posible construir una Europa Política, con sus valores fundacionales, como democracia local reforzada y como poder global relevante para mejorar la cohesión interna y contribuir decisivamente a la paz y la solidaridad internacional.

Podemos atacar las causas inmediatas de la inseguridad y enfrentar un nuevo rumbo para acabar con los caldos de cultivo.

Felipe González es ex presidente del Gobierno español.

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