Democracia contra caos
Veo a Solana viajar a Tierra Santa (¡cielos, qué nombre para el infierno terrenal!) intentando la paz y una entrevista Peres-Arafat. Pero el problema es Sharon. Arafat es un pobre diablo que ha perdido el control, y los muertos de ayer en Israel no son suyos, aunque sea útil para acusarle a él y continuar las represalias. Dos maneras de terrorismo. Unos con mochilas de dinamita que los matan a ellos mismos, en un sacrificio/crimen horrible, y otros apretando botones de misiles, aunque hablen de 'asesinatos selectivos' (oficialmente, 'ejecuciones selectivas').
En un programa de CNN César Vidal defiende a Sharon porque dirige 'una democracia' que se defiende de 'un terrorismo': son palabras demasiado resonantes aquí como para no advertir que están dichas para captar españoles no preparados: propaganda. Le responde una catedrática arabista; habla enfurecida, apenas deja escuchar a Vidal. Y veo de nuevo a Solana apaciguando, mientras manda soldados europeos a Macedonia. ¿Los puede enviar a Israel-Palestina? No, ya dicen aquellos demócratas imaginarios salidos del asesinato de su propio primer ministro que sería como enviarlos al País Vasco. No, no es lo mismo. Es otra propaganda.
Tampoco es lo mismo bombardear Serbia para atrapar a Milosevic y juzgarlo por crímenes contra la humanidad que bombardear Israel y llevarse a Sharon por crímenes contra la humanidad o genocidio, de los que tiene antecedentes comprobados. Pobre Europa. Ni un solo país se atrevería a hacerlo; Estados Unidos se lanzaría a la defensa. Es su aliado, y Yugoslavia era su enemigo designado, como Irak o Cuba. Yo mismo lanzaría los gritos de indignación que a veces sobresalen de esta columna. Los mismos que cuando se ha hecho contra otros países: no se bombardea poblaciones. Si EE UU quisiera, Sharon dejaría el poder y se buscaría la paz. No quiere. Es una frontera en su línea de influencia. Habrá que esperar hasta las próximas elecciones: y no hay garantía de que Bush se deje ganar. Ni de que un demócrata cambiase. Queda el argumento decisivo: la democracia de las viejas víctimas del mundo se alza contra el caos palestino, de terroristas macabros, abandonado por los reyes árabes, nuestros amigos. La Autoridad Palestina no está reconocida, ni le hacen caso los suyos. Habrá, pues, que destruirla. Para eso somos Occidente, y no Oriente. Y de ningún modo Israel es Asia ni Oriente: la geografía no imprime carácter.
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