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Asesores pagados por la Generalitat proponen la circunvalación del Cabanyal prevista en 1988

Obras Públicas estudia disimular la intrusión del barrio marítimo con dos torres en la playa

El proyecto de prolongación de la avenida de Blasco Ibánez hasta el mar ha superado todos los trámites administrativos, pero carece de cualquier soporte técnico. La propia Consejería de Obras Públicas solicitó el año pasado a un grupo de expertos de reconocido prestigio propuestas de intervención en El Cabanyal y se encontró con un trabajo que bendecía la circunvalación del barrio definida en el Plan General de Valencia de 1988 y descartaba la prolongación hasta el mar de la avenida de Blasco Ibáñez para salvar la trama característica del barrio.

El plan general preveía hace 13 años que el tráfico que circulara por Blasco Ibáñez hacia el mar discurriera por el bulevar de Serrería hacia la avenida del Puerto o hacia la prolongación de la avenida de los Naranjos, paralela a Blasco Ibáñez por el norte. Una red viaria que dejaba a salvo la peculiar trama del barrio marítimo surgida a principios de siglo, cuando los pescadores ponían a secar las redes frente a sus casas extendidas en calles largas y estrechas.

El bulevar de Serrería, que forma parte de la última ronda urbana de Valencia, ya ha sido ensanchado. Pero las obras de la avenida de los Naranjos permanecen detenidas a unos metros del mar y de su conexión con la calle de Eugenia Viñes, en primera línea.

La propuesta presentada a Obras Públicas calcaba ese diseño. Pero los responsables de la consejería ya habían consentido demasiados movimientos del Ayuntamiento de Valencia para 'abrir la ciudad al mar'. Además, la alcaldesa, Rita Barberá, había ampliado su mayoría absoluta en las urnas en junio de 1999, en pleno trámite de exposición pública de la violenta intervención urbana.

Las posibles intervenciones presentadas a Obras Públicas rechazaban la premisa sobre la que ha sustentado su discurso el Ayuntamiento de Valencia. Según los expertos, la propuesta municipal estaba geométricamente equivocada. Las avenidas perpendiculares a la costa sólo sirven para que los coches desemboquen en la playa. Mientras que 'abrir la ciudad al mar' pasa por actuar sobre las avenidas paralelas a la costa, sobre todo en la primera línea.

Un ángulo de noventa grados y el decidido impulso del Ayuntamiento a la prolongación de Blasco Ibáñez pusieron en entredicho el resto del trabajo. Los expertos sugerían explotar los valores característicos del barrio, su trama y la baja altura de las viviendas construidas a principios de siglo en un estilo que recrea de manera popular el modernismo imperante en la época. Y apostaban por la introducción de una infraestructura de tecnología de última generación para ofrecer las mejores prestaciones de acceso a la sociedad de la información.

Un barrio de tales características en las inmediaciones del nuevo campus de Tarongers tendría un innegable atractivo para estudiantes y profesores, en primer lugar. Pero el tirón podría extenderse a toda una serie de profesionales y artistas.

Actuaciones similares han tenido un éxito rotundo en ciudades como San Francisco, en Estados Unidos, donde zonas de viejos almacenes y viviendas en declive se han convertido en atractivas residencias para profesionales seducidos por el aura bohemia del entorno.

Blasco Ibáñez mantendría su condición de calle salón, que responde literalmente a la primera definición de la avenida que diseñó en 1883 el ingeniero Casimiro Meseguer para albergar 'ferias, desfiles militares y otras actividades festivas'.

Pero la prolongación impulsada por el Ayuntamiento parte literalmente el barrio en dos mitades. Las zonas de actuación resultan demasiado pequeñas y la eficacia de todo el proyecto queda en entredicho.

Los responsables de Obras Públicas optaron por solicitar una profunda revisión del trabajo para plegarse a la iniciativa municipal, que venía tramitándose desde marzo de 1998 y que había sido autorizada con escasa convicción.

Ahora estudian 'acciones de impacto' para justificar la violenta intervención. Una posibilidad, a imagen de Barcelona, es culminar la prolongación con dos grandes torres en primera línea de playa.

De hecho, el plan general de 1988 preveía que los edificios que remataran Blasco Ibáñez frente a la estación de Renfe, en la frontera con El Cabanyal, superaran las alturas establecidas para el resto de la avenida.

Pero culminar la prolongación de Blasco Ibáñez en la playa con dos torres supondría poner la guinda a una intervención urbanística en la que las administraciones públicas tienen previsto invertir 26.000 millones de pesetas para beneficio de las constructoras que levantarán los edificios de un máximo de cinco plantas previstos a ambos lados de la avenida.

Una intervención decimonónica

La prolongación de la avenida de Blasco Ibáñez hasta el mar ha sido una idea recurrente desde que se perdió la primera oportunidad en 1899. Entonces, el Ayuntamiento de Valencia convocó un concurso para ejecutar las obras de una gran avenida paralela al Camino de El Grao concebida en 1883 hasta la frontera con El Cabanyal. Pero no hubo concurrencia. Los burgueses valencianos no apreciaron el potencial de desarrollo urbano de la margen izquierda del Turia. En esa fecha, El Cabanyal ya era parte de Valencia y todavía no se habían elevado las viviendas populares de inspiración modernista que caracterizan el barrio. En 1926 se barajó otro proyecto que proponía dos viales en forma de herradura para evitar destrozar un barrio que ya se había consolidado. La interpretación valenciana del desarrollismo franquista estuvo a punto de culminar la destrucción de El Cabanyal con una prolongación de la misma amplitud que la actual avenida. Pero la institución estatal que velaba por el plan general de 1946 frenó el desatino. La última propuesta se aprobó en noviembre de 1975. Pero fue suspendida por el Tribunal Supremo en 1982. La prolongación aprobada por las administraciones municipal y autonómica del PP es un último asalto con escaso soporte. Todos los expertos subrayan que alterar una trama urbana tiene implicaciones sociales decisivas. Los hábitos instituidos por el vecindario a lo largo de años de convivencia son radicalmente modificados, los moradores se sienten ajenos a su entorno y nuevos pobladores de más renta acaban por desplazarlos. El informe favorable a la prolongación elaborado el pasado diciembre pasado por Alejandro Escribano, que dirigió el plan general de Valencia de 1988, revela que las instituciones implicadas no han tenido muchos miramientos a la hora de rescatar una intervención decimonónica: 'El equipo redactor y las diferentes instituciones que intervienen han dado por supuesto que, materializada la prolongación del Paseo al Mar, van ciertamente a existir factores positivos para la mejora de los barrios que atraviesa'. Y el responsable del plan que protegió el barrio y su trama urbana se suma sin más al entusiasmo administrativo: 'Algo que, por evidente, parecería que no requiere demasiada justificación'.

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